Un informe de Unicef Argentina puso en números uno de los efectos más dramáticos de la crisis profundizada por la pandemia: proyecta que la pobreza infantil podría escalar hasta el 58,6% hacia fin de año, casi seis puntos más que el registro del segundo semestre de 2019. La cifra podría ser mayor porque los números de la caída de la economía se mueven de manera rápida en el medio del largo aislamiento. Existen medidas de asistencia y un entramado social que trata de amortiguar el impacto en los barrios más vulnerables, en el día a día. Pero el problema se extiende en el tiempo y aún en la visión de una futura recuperación económica. Cada crisis deja un piso más alto de pobreza estructural.
Las cifras conocidas ahora corren en paralelo con indicadores sobre la caída de la actividad económica. Ayer mismo, el Indec informó que el registro de marzo –con diez días finales de cuarentena- cayó 11,5% en la comparación interanual y un 9,8% respecto de febrero. Todo indica que los números de abril serían aún más negativos y en el mejor de los casos empieza a discutirse mayo, con cierta flexibilidad del aislamiento en algunas provincias y escasas chances de mayor apertura en Capital y Buenos Aires. La pobreza general, según coinciden varios trabajos, estaría en el 40% -siempre es más grave en la franja de chicos y adolescentes-, en un marco general de baja y distorsiones significativas en materia de ingresos.
El ministro Daniel Arroyo hace rato anota el efecto de la cuarentena en la expansión de la pobreza, en sentido amplio y sobre todo en los grandes centros urbanos. Y algunos intendentes del Gran Buenos Aires señalan que la red de asistencia se vio tensada al máximo porque la realidad desborda los barrios vulnerables. El riesgo sanitario parece equiparado en la escala de preocupaciones por señales de fatiga colectiva y el impacto económico y social.
En lo inmediato, por supuesto, la prioridad para las gestiones de gobierno –nacional, provinciales y municipales- está enfocada en la contención social, junto a un entramado amplio que incluye a los movimientos piqueteros, organizaciones comunales, la Iglesia Católica, las iglesias Evangélicas. Y en el rubro de la asistencia económica, sigue sobresaliendo la AUH, según coinciden especialistas en el tema y referentes de organizaciones sociales, algunos de los cuales cuestionan en reserva el programa de Tarjeta Alimentaria. Es un tema conceptual y práctico. Más demorado es el funcionamiento del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), con problemas operativos y otras deficiencias.
Ese último instrumento, el IFE, expuso un “problema de cálculo” o de falta de percepción sobre el volumen del cuadro social, agudizado en velocidad para el virtual freno de buena parte de la economía. No parece haber sido un problema atribuible exclusivamente a la gestión saliente de la Anses, aunque de entrada y hasta en algunos medios oficiales se advertía sobre la cantidad potencial de inscriptos en el plan –se pasó de unos 3 millones a cerca de 8 millones- y las dificultades para atender sin demoras, en especial, a los no bancarizados.
Las cifras sobre pobreza son un indicador extremo de la magnitud del cuadro social. Pueden entrar en discusión desde el punto de vista estadístico, pero tal vez como pocas veces, la crisis actual modifica en velocidad las estimaciones. Eso, sumado al problema crónico, que expone un núcleo estructural duro aún en los ciclos de mejora económica.
Los indicadores, como ocurrió ayer con el Estimador Mensual de Actividad Económica, sorprenden también a los expertos. Vale otro dato: las proyecciones sobre caída del PBI. El trabajo de Unicef toma como base un reciente informe del FMI, que ubicaba el deterioro en 5,7%. El consenso actual entre consultores locales gira en torno del 7%. Algo parecido dicen en el ministerio de Economía. Pero hay economistas que advierten que una extensión de la cuarentena como la que se viene anticipando podría llevar la cifra a cerca del 10% del PBI.
En ese último caso, la pobreza infantil podría trepar hacia fines de año por encima del 60%. Por supuesto, esa cifra se reduciría en la perspectiva de una recuperación de la economía a partir del 2021. El punto, en esa línea, sería con qué velocidad baja el nivel de pobreza y en que escalón se estanca a futuro.
Valen los datos de las últimas décadas para advertir la gravedad del tema. La pobreza general y estructural venía de un piso de 20 por ciento hacia fines de los 90. Y pasada la crisis de 2001, con picos globales de alrededor del 60 por ciento, ese núcleo no bajó de los 25 puntos. Así era evaluado incluso hacia fines del año pasado.
Lo que ocurre es que los niveles de pobreza se disparan muy rápidamente en situaciones de fuerte deterioro de la economía. Y al revés, en ciclos de mejora económica exponen procesos más lentos de recuperación si se compara con otros indicadores. Ese cuadro también puede ser visto de este modo: son necesarias reacciones rápidas de atención y contención social frente a la gravedad de la crisis, pero se requieren procesos de inclusión sostenidos y de fondo en etapas de crecimiento. No se trataría de una misma respuesta en continuado.