El anuncio del nuevo capítulo de la cuarentena desgranó las decisiones esperadas: seguirá hasta el 24 de mayo, con clara distinción entre el mayor conglomerado urbano –Capital y Gran Buenos Aires- y el resto del país. La novedad como lectura política, en el inicio de la presentación, fue el tiempo y el tono dedicado por Alberto Fernández para enfatizar el corte que ha hecho en su consideración y se supone que en el vínculo con la oposición. Destacó de manera elogiosa a los gobernadores de otras fuerzas –de Juntos por el Cambio, en resumidas cuentas- y castigó a los dirigentes o referentes que de distinta manera discuten el rubro económico.
La división fue clara y para nada ingenua. La foto de este anuncio de anoche obedeció –a diferencia de hace dos semanas, en formato de mensaje grabado- a la intención poner el foco en el más grande centro urbano del país. Volvió la foto junto a Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof. Pero el tema es más de fondo. Expone, por un lado, la profundización del juego apoyado en la enorme y crónica crisis del sistema político, donde predominan los llamados jefes territoriales y prácticamente se diluye la toma de decisiones como partido o coalición. Y por otro lado, coloca como elementos antitéticos a la salud y la actividad económica, esta última no como actividad productiva sino exclusivamente como cálculo mezquino.
“No me van a torcer el brazo”. Esa fue la frase elegida por el Presidente para sintetizar esa presunta batalla de polos opuestos. En rigor, y fuera del enojo visible de esta semana con empresarios y con un ex ministro, las contradicciones que genera el grave cuadro provocado por la crisis de arrastre y el coronavirus se expresan en sus propias cercanías. No se trata de internas, en ese caso, sino de exposiciones con mayor o menor énfasis en cada arista dramática de la realidad. Nadie, entre sus ministros, en el kirchnerismo o en la oposición política plantea sacrificar vidas para mejorar la economía o tomar medidas sanitarias y descuidar el impacto social de la brutal caída de la economía. Se ha dicho: son problemas concurrentes, no opuestos.
Por supuesto, según trasciende desde el propio círculo oficialista, el malestar presidencial es con algunas figuras consideradas “mediáticas”. Y con debates que escapan a los criterios deseados. Pero en la práctica, esta especie de “grieta” entre salud colectiva y economía también es alimentada por el máximo nivel del gobierno. Y eso, a su vez, motoriza la idea del supuesto blindaje que generaría el coronavirus. La sociedad se mueve con sus propias contradicciones, pero el poder debería ser más cuidadoso. Las posiciones extremas y en blanco y negro obturan incluso la discusión sobre la perspectiva sanitaria del tema. De hecho, el DNU que prorroga la cuarentena avanza más en el terreno de las actividades económicas que en el recreativo.
La política es un punto más transparente. Hasta las comparaciones con el cuadro de situación en otros países –con especial contrapunto entre los resultados suecos y noruegos- fueron empleados en la conferencia de prensa para cuestionar a los opositores que “no gobiernan”, es decir, que no tienen gestión en sus manos. Rodríguez Larreta se mantuvo serio y eludió ese sendero espinoso. Kicillof abundó en la misma línea presidencial, casi con desprecio para el resto de los políticos.
Traducido a la realidad de Juntos por el Cambio, el mayor conjunto opositor, las tratativas debería ser con el jefe de gobierno porteño, el jujeño Gerardo Morales, el mendocino Rodolfo Suárez y el correntino Gustavo Valdés, además de los intendentes de todo el país. En un plano subalterno quedarían los jefes del Congreso y mucho más allá las autoridades de la coalición, que arrastran sus propias internas. No es muy nuevo como juego, pero es una trampa para los jefes locales del propio oficialismo: la relación Presidente-gobernador suele estar desequilibrada a favor del jefe del Estado Nacional si no se mueven como liga. Y al mismo tiempo, esa “feudalización” de los partidos debilita cuando no esfuma directamente las discusiones y tratativas más equilibradas entre fuerzas políticas.
Esa forzada “grieta” entre mirada sanitaria y visión economicista –entre salud y dinero, para hacerlo más elemental- por supuesto es aplicable a cualquier ámbito de la política. En el Congreso, por ejemplo. En Diputados, la pulseada sobre la realización de sesiones presenciales o sesiones virtuales fue matizada por alguna pincelada de ese tipo. Hubo hasta alguna consideración conspirativa que le adjudicaba al pedido opositor de sesiones presenciales la intención de dar una señal de cuestionamiento y negación de la cuarentena. Finalmente, se fue a un sistema mixto –en el recinto y de manera remota- que este fin de semana terminará de estar a prueba de ensayos.
En el terreno de las imágenes, el caso de la cuarentena es algo diferente también a la dura pulseada por la deuda. El Presidente se preocupó por exhibir el respaldo a la propuesta de canje por parte de todo el arco político –con eje repetido en los gobernadores-, de empresarios, jefes sindicales y hasta economistas. Una señal de unidad hacia fuera, que difícilmente conmueva al grueso de los acreedores pero que marcaría un déficit si no existiera.
En esa línea, y a diferencia de lo que ocurre con la pandemia, sí fue especialmente atendido el frente interno. Fue muy difundido esta semana, por diversos voceros, el respaldo amplio a Martín Guzmán, como única pieza presidencial en el tema de la negociación con los acreedores y con aval de Cristina Fernández de Kirchner, además de los guiños de Sergio Massa y más lejos, otros referentes. Un mensaje a los bonistas, a la vez que un capital para una sola ficha: la deuda. Lo debe saber el ministro. Corre en paralelo con el coronavirus, hasta en el almanaque: el 22 de mayo sería la fecha clave.
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