"Hace 32 años que estoy casada con él. Déjenos ir, por favor”, ruega la mujer, y llora. Pura impotencia. Viene de unas largas semanas de incertidumbre en Cancún, México. Ahora le avisan que, por protocolo, tiene que cumplir el aislamiento en un hotel porteño de la zona de Congreso, pero sin su pareja. Viven juntos desde hace tres décadas, pero el documento de ella registra domicilio en la Ciudad y el de su marido, en el Gran Buenos Aires. Los de la Provincia y los del interior del país pueden irse a hacer la cuarentena por su cuenta, en taxis, remises o autos particulares, o en los micros dispuestos por el gobierno nacional.
A la mujer le cae una lágrima hacia el barbijo. Una máscara de plástico transparente le cubre toda la cara.
“¿Por qué hay que hacerse el testeo en el hotel? ¡Se van a contagiar!", dice el marido, a su lado. Él está ofuscado. Ella, resignada. El hombre tiene unos 60 años, lleva la misma máscara que su esposa y un barbijo a punto de desprenderse. “¿Usted sabe hace cuánto que estamos en cuarentena? Hasta vino gente de La Cámpora allá”, grita el hombre. "Esto no es política, estamos haciendo un esfuerzo el gobierno nacional y el gobierno de la Ciudad”, contesta uno de los funcionarios porteños a cargo del operativo para los pasajeros residentes en la ciudad de Buenos Aires, 71 en total.
“Es un máximo de 14 días, pero estamos haciendo el testo más rápido”, le avisa el funcionario. “¿Y cuánto me sale el hotel?”, pregunta el hombre. “Es gratis", responde el funcionario. Interviene la esposa: “Andá vos para casa”. El marido se inquieta: “¿Y vos te vas a dormir con otros que te pueden contagiar?".
Son las 19.45 del miércoles 22. En el salón del segundo piso de la terminal A del aeropuerto de Ezeiza, denominado “880”, se mezclan los pasajeros del vuelo 1371 que hace poco más de una hora volvió de Cancún con más de 200 argentinos varados en esa ciudad, personal de la Policía de Seguridad Aeroportuaria -unos 20 agentes a cargo del operativo que intervienen durante todo el proceso-, de Sanidad de Frontera -los primeros en hacer contacto con los repatriados-, de Cascos Blancos y funcionarios y una docena de voluntarios del Gobierno de la Ciudad.
Abajo, en la planta principal de la terminal A, el panorama es desolador. “Ayer hubo un poco más de movimiento, se fue un vuelo a Chile y otro a no sé dónde”, aseguró un rato antes un aburrido agente de la empresa de seguridad privada sentado solo en el hall central. Los mostradores del check-in están vacíos. No hay bullicio. No hay actividad. No se escuchan aviones. No hay prácticamente nada. Solo caminan de a ratos algunos agentes de la PSA y de Migraciones. Los locales comerciales tienen las persianas bajas. Solo la farmacia y el kiosco están abiertos. “¿Se vende algo?", pregunta Infobae. “Nada”, contesta por debajo del barbijo uno de los tres empleados. Se miran entre ellos.
Según información oficial de la Cancillería, entre el 17 de marzo y el jueves 16 de abril volvieron al país 168.140 argentinos o residentes: “Volvió el 88,7% de los que querían regresar”. El Gobierno confirma, de todos modos, que “quedan nudos importantes por desatar”. Uno de ellos es México. “Hay una lista de espera de argentinos. En Cancún, la cifra de argentinos que aguardan vuelo está engrosada por jóvenes que tenían empleos en la Riviera Maya y perdieron su trabajo por la pandemia. Otros llegaron ahí desde Ciudad de México porque Aerolíneas Argentinas sí tiene base en Cancún y realiza dos vuelos semanales”, resalta el informe de la Cancillería.
“Quiero hablar con alguien de la ANAC, tengo un vuelo sanitario a Córdoba”, dice Leonardo Gadaleta, un empresario cordobés que engrosa la fila de pasajeros del interior. Todos pasan por el control de temperatura con cámaras del Ministerio del Interior: si es mayor a 37,5 suena una alarma y son revisados en un apartado por personal de Sanidad de Frontera, que vuelven a medir la temperatura y a verificar por otros síntomas. El vuelo 1371 de Aerolíneas Argentinas no reportó antes de aterrizar pasajeros sintomáticos. Solo uno de ellos precisó al bajar que tenía “dolor en las pantorrillas y en la cabeza”. Pero su temperatura era normal. El “protocolo 18”, como se lo conoce en la jerga del aeropuerto de Ezeiza, se dispone para los aviones que avisan del descenso con argentinos con algún indicio cercano al COVID-19: se los ubica en la pista desde la posición 18 en adelante.
El máximo de vuelos con la activación de dicho protocolo en un día fueron 17. Es decir, 17 aviones que llegaron con pasajeros con síntomas. Ahora es mucho menos frecuente.
“Mi médico me dijo: tenés prohibido ir a un hotel”, se inquieta Gadaleta junto a su pareja. El empresario viajó a Cancún por trabajo, registra domicilio en Córdoba pero dice que tiene una casa “deshabitada para estar aislado” en el Gran Buenos Aires. Una y otra vez pide que revisen si está autorizado su vuelo sanitario hacia la provincia: es paciente inmunosuprimido. Lleva medicación en la valija, dice. “No son chocolates, es medicación. Esto es culpa de (Marcelo) Tinelli”, vocifera. Hay una mezcla de risas y confusión.
Juan Pablo Arenazza, subsecretario del Ministerio de Seguridad porteño, y Victoria Hassan, jefa de Gabinete de Desarrollo Económico de la Ciudad -ambos a cargo del operativo diario por parte del gobierno local-, escuchan la historia. Una entre decenas. Los pasajeros se agrupan: hay barbijos caseros, de tela y de plástico y otros más improvisados. Familias enteras, con hijos, con mascotas, matrimonios mayores, jóvenes.
De un lado, los del interior y de la Provincia. Del otro, los de la Ciudad, que serán alojados en hoteles. Todos llenan una declaración jurada con dirección postal, teléfono celular, correo electrónico y, llegado el caso, modelo de vehículo y patente. Declaran bajo juramento que van a cumplir con el aislamiento obligatorio, preventivo y social decretado por Alberto Fernández por primera vez el jueves 19 de marzo para hacerle frente a la pandemia que obligó a cerrar las fronteras de casi todo el planeta. La información se digitaliza y se cruza con otras bases de datos.
Hassan y personal de la PSA consiguen hablar con la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC). Malas noticias para el empresario cordobés: el vuelo sanitario que había contratado con una empresa local no fue autorizado por el gobierno de Córdoba. El hombre, que viste bermudas, maldice. Pide pasar la noche en el hotel Sheraton. Le recuerdan que está cerrado.
“¿Me puedo tomar un taxi a Córdoba? Me tomo un taxi. Si vos me decís que abajo contrato un remís, se acabó el problema. Para mí ya está", sigue el empresario, del rubro de la iluminación.
Oscar Cardozo, el inspector de la PSA a cargo de Ezeiza y del operativo, lo mira con paciencia. También es cordobés, con poco acento, y está desde hace algunos meses como responsable de Ezeiza, según explica, por su paso de “379 días” como casco azul en la guerra civil de Haití. Estaba por irse a Sudán, hasta que lo ascendieron.
No hay infectados entre el personal -algo más de 1.200- de la PSA asignado al aeropuerto, jura Cardozo. Ayer por la tarde recibió el resultado negativo del test de COVID-19 al que se sometió porque su lugarteniente, también cordobés, con el que compartió alojamiento bonaerense hasta hace algunos días, sí dio positivo: perdió el olfato y le cuesta respirar más de la cuenta.
José Glinski, el director civil de la fuerza, también se hizo el hisopado con resultado negativo. “Estamos muy orgullosos del trabajo que estamos haciendo. Encontramos una respuesta del personal increíble. Cuando arrancó la cuarentena teníamos que hacerle entender al personal que era servicio esencial. Los que son policías lo entienden rápidamente. Pero lo conseguimos también del personal civil de la PSA, que es casi el 20% de toda la institución. Tuvimos presentismo superior al habitual de civiles y policías”, remarca el funcionario.
Cardozo separa con distancia a varias decenas de pasajeros del interior y de Buenos Aires que, después del control de temperatura y de declarar domicilio de aislamiento, esperan para bajar a hacer Migraciones, retirar las valijas por las cintas 8 y 9 -las únicas dos dispuestas desde que el aeropuerto se convirtió en una base aérea para repatriados-, pasar por la Aduana y esperar por los micros, taxis, remises o autos particulares para ir a sus casas.
El oficial de la Policía de Seguridad Aeroportuaria espera que los voluntarios de Cascos Blancos terminen de rociar con alcohol 70-30 las pertenencias de los pasajeros. Hace más de una hora que llegó el vuelo. El inspector Cardozo les da algo parecido a una charla de bienvenida:
“Les voy a explicar cómo continúa la llegada. Una vez concluida la planilla, que pueden terminar de completarla abajo, pasan por Migraciones y hacen su entrada al país. Luego van a la cinta 8 y 9, donde van a estar sus valijas. Recogen sus valijas, pasan por Aduana, y una vez que salen al hall principal, para la gente que es del interior de la provincia de Buenos Aires sigue su camino de acuerdo a lo que tenía planificado de cómo retirarse de acá. El que tenga vehículo, o aquel que toma taxi o al que lo vengan a buscar. Para la gente de interior del país, a su izquierda van a encontrar un mostrador donde hay personal de la Policía Aeroportuaria que los van a anotar con el DNI dependiendo el destino a donde vayan. Los micros salen solamente a los destinos indicados, hay varios itinerarios que se realizan en el país, no va a todas las ciudades. Y solamente para en las ciudades que se le indican, no paran en el camino. Dependiendo dónde vaya cada persona tendrá que anotarse en el horario que más le convenga. No hay un colectivo para cada provincia. Les reitero. Una persona que viaja a Tucumán, posiblemente tenga que pasar por La Rioja y Catamarca antes. Se los explico ahora para que no demoren el trámite abajo porque es mucha la gente que se tiene que anotar. ¿Alguna duda hasta ahí?”.
Nadie pide la palabra. Debajo de los barbijos hay cansancio. Esperan otro largo rato al pie de las escaleras mecánicas.
Las mayores discusiones se dan con los residentes de la capital. Un matrimonio, de menos de 50 años, se queja porque ella tiene domicilio en la Provincia y él en la Ciudad. Él tiene que ir al hotel. Ella no. Piden irse juntos a la casa que tienen en General Rodríguez. No hay posibilidad de negociación. Al menos no en el aeropuerto. En todo caso, los casos se evalúan de a uno en los hoteles que funcionan como hospitales: las altas corren por cuenta de personal del Ministerio de Salud.
La escena se repite. Un joven jura que vive en San Fernando. Que lo espera su novia. Y que tiene la boleta de un servicio que así lo acredita, a pesar de que en el documento figura una dirección de capital. “¡Por favor!", le implora una y otra vez a los funcionarios porteños, que agrupan pasajeros de a seis y les explican que, “máximo por 14 días”, van a estar en hoteles “con las cuatro comidas incluidas”. En este caso les toca el Ibis, de Congreso.
El operativo funciona bien. Las quejas son aisladas. La coordinación entre la PSA, el Ministerio del Interior, Transporte y la Ciudad está aceitada. No es el caso, reconocen, de los primeros vuelos. Hay pasajeros que protestan. Pero no como antes, que había mucha más zozobra. Por momentos, era un verdadero caos.
El destino del vuelo, además, dicen que ayuda. “Esto es tranquilo”, agregan. Miami y Madrid son los peores casos, explican.
Hace varias semanas, por ejemplo, un matrimonio se corrió los barbijos y escupió a cualquiera con el que se toparan. “¡No ves que no tengo el virus!", gritaba la mujer mientras gargajeaba. Fueron esposados, demorados y están imputados.
Otros se escaparon. Fue el caso de dos españoles acomodados que se fueron a un domicilio en las afueras de Rosario cuando debían cumplir con las dos semanas de cuarentena en Buenos Aires. Los encontraron. También se les abrió una causa penal. Solos los menores de intercambios estudiantiles con domicilio en la Ciudad están autorizados a dejar el aeropuerto acompañados por mayores y evitar así empezar la cuarentena en el país en algunos de los hoteles.
Además, hubo intentos de intendentes y de gobernadores, opositores y del PJ, remarcan fuentes oficiales, que fatigaron el teléfono de altas autoridades para pedir por familiares. Se supone que ninguno tuvo éxito.
Son algunas de las cientos de historias de los miles de pasajeros repatriados.
El traslado a los hoteles se hace directo por la pista. Para evitar, en parte, el contacto con eventuales familiares de los residentes en la Ciudad que hayan ido a buscarlos. Los pasajeros realizan los trámites de Aduana en una camioneta dispuesta al costado de la Terminal A: se accede por una puerta a metros de las cinta 9 que transporta las valijas que requirió arreglos de obra civil para habilitarla. Aeropuertos Argentina 2000 incrementó además procedimientos de desinfección y limpieza.
Los carros para llevar el equipaje se amontonan unos sobre otros. Hay cientos de ellos. Hay de sobra. El freeshop está cerrado.
Dos micros de una empresa privada esperan por los repatriados en plataforma. Es la primera vez que sucede.
La última en subir a los ómnibus es la enfermera de la clínica porteña que atendió al paciente cero en el país. Célebre por su pedido de sushi a la habitación a principios de marzo. Hace solo un mes y medio.
Son más de las ocho y media de la noche. En el hall principal de la terminal A del aeropuerto hay ahora grupos de pasajeros que esperan por micros para viajar al interior del país y cumplir, bajo juramento, el aislamiento obligatorio. En un par de horas llega el segundo vuelo del día.
Mientras tanto, Gadaleto, el empresario al que no le autorizaron el vuelo sanitario, termina de contratar el taxi que lo va a llevar a Córdoba. Vuelve a quejarse de Tinelli y su travesía a Esquel. Insiste en que él sí lleva medicamentos para su tratamiento. Y muestra la factura con el monto del regreso a su casa: $30.000.
Fotos: Franco Fafasuli
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