Extraña, privilegiada y contradictoria: la historia del sanatorio de los camioneros en el barrio porteño de Caballito ilustra distintas etapas de la vida política de Hugo Moyano, consolidado como un referente del sindicalismo desde los últimos años del menemismo. La idea de comprar la clínica nació cuando aún mantenía buena relación con el kirchnerismo y la primera inauguración ya expresaba el crujido de esa sociedad. La segunda inauguración, en 2018, expuso el ocaso de su vínculo inicialmente bueno con el macrismo. Y esta de ahora, marca la vuelta a los buenos tratos con Alberto Fernández, con puentes previos abiertos con el círculo más cercano a Cristina Fernández de Kirchner.
Pero sería pobre limitar todo al olfato u oportunismo del jefe de los camioneros y de sus interlocutores. O restringirlo a la interna sindical, en la que sin dudas impacta. O enmarcarlo sólo en la carga contra los despidos escenificada con reproches a grandes empresarios. Visto desde el poder actual, más bien el sentido último es otro. Moyano reaparece en primera línea y por distintos motivos como una pieza clave de contención social, frente a otra crisis, la del coronavirus y el impacto profundo en la economía.
El propio Alberto Fernández lo puso de relieve ayer, al encabezar el acto en el sanatorio Antártida, gesto más que elocuente en sí mismo, llamativo además en medio de los cuidados que impone el aislamiento social y las medidas de distanciamiento. Estuvo allí junto a Axel Kicillof para la puesta al servicio de posibles internaciones por coronavirus en Buenos Aires. Además de la foto, dejó un elogio sonoro: calificó a Moyano como un dirigente “ejemplar”, entre otras cosas.
El nivel de los elogios, en un político de largo kilometraje, tal vez haya sopesado posibles beneficios prácticos sin atender a posibles perjuicios en materia de imagen, porque el jefe del gremio de camioneros no suma precisamente en ese renglón. Tal vez el Presidente coloca eso en un plano inferior, porque siente un momento de afirmación en el poder. Como sea, dio una pista clara de su valoración en esta etapa.
Alberto Fernández recordó el papel jugado por Moyano en los arranques de Néstor Kirchner. Él mismo, como jefe de Gabinete, fue parte del tejido de esa alianza considerada estratégica, cuando el país ya iba saliendo de la crisis de 2001 pero las consecuencias sociales se prolongaban. Kirchner necesitaba al mismo tiempo asentar su poder en todos los frentes.
Por supuesto, las épocas son diferentes. Y en rigor, Moyano suma porque lo hace en tres terrenos, según destacan en medios oficialistas, aunque lejos del poder de contención sino exclusivo al menos ineludible hace más de quince años. La diferencia: los movimientos sociales juegan ahora un papel destacado para amortiguar conflictos, en territorios modificados además por la muy extensa decadencia económica. Los jefes sindicales no son única garantía de contención, aunque pesan, sin dudas. ¿Qué suma Moyano junto a lo dicho en esta etapa inédita? Es considerado clave su sector para garantizar el abastecimiento y el funcionamiento de otros rubros indispensables en medio del cuadro generado por las medidas de aislamiento sanitario. Y además, apareció prometiendo más de trescientas camas frente a las necesidades sanitarias.
Eso reanimó la idea poner en funcionamiento del sanatorio Antártida. Un perfil inesperado para una apertura que en su historia arrastra también denuncias sobre manejos oscuros en el gremio y la obra social de los camioneros, que abrieron otro frente judicial para Moyano.
Es llamativo, por sus ingredientes políticos, el encadenado de capítulos políticos. Es sabido: el sanatorio fue adquirido unos años después de su quiebra, en 2005. Las obras de refacciones parecían indetenibles y hasta hubo promesas de colaborar con arreglos de la Escuela Normal Número 4, pegada al edificio. Varias camadas de alumnos se recibieron desde entonces sin ver abiertas las puertas del Antártida.
Terminaba el año 2009. La relación con CFK venía mal. El enorme hall de entrada al sanatorio había sido puesto a tono con las fiestas que se acercaban: árbol de Navidad y luces impactantes. Pero la entonces presidente no fue a la ceremonia de apertura. Asistieron su ministro de Salud, Juan Manzur, algunos dirigentes y poco más.
La segunda puesta, en enero de 2018, también mostraba creciente distancia con el gobierno, pero de Mauricio Macri. La ceremonia contó con el ministro Jorge Triaca y con Diego Santilli. En paralelo, además, crecía la disputa interna entre jefes sindicales. Todo fue se diría simbólico, como la primera vez.
Ese último quiebre fue seguido por recomposiciones con antiguos socios. Gestiones muy reservadas y otras no tanto dieron fruto apenas unos meses después: llegó la foto de Moyano con CFK, en un camping del Smata. Trabajaron en esa línea algunos sindicalistas, como el anfitrión Ricardo Pignanelli y el taxista Omar Viviani. También, algún dirigente del peronismo porteño y operadores de La Cámpora.
La llegada de Alberto Fernández a la Casa Rosada parecía coronar el reencuentro del camionero con el poder. Buen trato de antes con el Presidente, puentes reconstruidos con la poderosa vice. Pero el malestar fue evidente con su frustración inicial en la pulseada por cargos, en Transporte y en áreas que pesan para las obras sociales. Hubo varios que remaron en el circuito del Presidente para evitar caminos sin retorno. Algunos pedidos sindicales fueron atendidos. Y siguieron los contactos.
En el trabajo de recomposición, hasta llegar al acto de ayer, fueron centrales los ministros Claudio Moroni y Eduardo Wado de Pedro. Por supuesto, la foto y las frases presidenciales generaron inquietud y malestares en medios sindicales, aunque no deberían apresurarse conclusiones, según advierten fuentes que conocen ese paño. La disputa sindical con gordos, independientes y no alineados siempre está abierta, pero con horizonte impreciso y lejano aunque la fecha de supuesta renovación en la cúpula cegetista esté anotada para agosto. El coronavirus altera todo, aunque los recelos y el juego de poder parezcan inagotables.