Con sus encendidos elogios hacia Hugo Moyano, al que calificó de “inmenso” y “dirigente gremial ejemplar”, el presidente Alberto Fernández hizo mucho más que agradecerle al líder de Camioneros haber firmado un convenio con el gobernador Axel Kicillof para que en las 330 camas del Sanatorio Antártida se puedan atender los pacientes con coronavirus de la provincia de Buenos Aires. También produjo un fuerte gesto político que impactará en el dividido tablero interno del sindicalismo.
Mientras la CGT aún espera la respuesta presidencial al pedido de una reunión para analizar qué sectores deberían volver a trabajar en la cuarentena para evitar que se profundice la crisis económica, el primer mandatario rompió por primera vez la cuarentena para movilizarse en su auto hasta el barrio de Caballito, hacer una recorrida por el sanatorio de los Camioneros y dedicar su discurso a alabar a Moyano.
Demasiados componentes juntos que parecen simbolizar un realineamiento de Alberto Fernández en la interna sindical: hasta ahora se había mostrado equitativo y cuidadoso en su relación con las distintas fracciones que integran el gremialismo, aun cuando es amigo de Héctor Daer, cotitular de la CGT, jefe del Sindicato de Sanidad Buenos Aires y exponente del sector de “Los Gordos”.
Con Moyano, en cambio, el primer mandatario parecía tener una relación distante: más allá de algunas reuniones que mantuvieron antes de que asumiera la Presidencia, hasta febrero, el jefe de Camioneros no había conseguido nada de lo que quería en materia de espacios de poder en el nuevo gobierno.
Moyano quería que su hijo Facundo fuera ministro de Turismo y Deportes, ubicar en Transporte a su asesor de confianza Guillermo López del Punta y que se designara a alguien de su sector al frente de la estratégica Dirección de Asociaciones Sindicales del Ministerio de Trabajo.
Por eso se explicaron algunas declaraciones llamativamente duras del jefe camionero cuando, por ejemplo, descalificó el nombramiento de Mario Meoni como ministro de Transporte (“nombraron a un psicólogo, un sociólogo”, dijo). Y también llamó la atención que, en enero, mientras Alberto Fernández pedía “moderación y prudencia” en las negociaciones salariales, el sindicato de Moyano le contestara con un comunicado en el que reclamaba “paritarias libres” y terminara firmando un acuerdo que se apartaba de la política salarial que quería el Gobierno, con sumas fijas y sin porcentajes.
Había otro tema por el cual presionaba Moyano y que no tenía respuesta concreta por parte del Gobierno: el futuro de Oca, la empresa de correo vinculada con el moyanismo y cuyos trabajadores son casi todos afiliados a su gremio, que está quebrada e intervenida por decisión de la Justicia.
Para colmo, el que tenía alfombra roja para llegar a Alberto Fernández era Daer, un eterno adversario de Moyano desde los años 90, cuando “Los Gordos”, sector que integra el Sindicato de Sanidad, se convirtieron en el sostén de Carlos Menem y armaron una estructura de negocios (como sus AFJP) al calor de lo que dirigentes del moyanismo calificaban de “sindicalismo empresarial”.
Algo cambió en esa relación fría el 5 de enero pasado: Moyano visitó la Casa Rosada para reunirse primero con el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro y luego con el Presidente.
La confirmación llegó un mes más tarde, cuando se anunciaron designaciones en el Ministerio de Transporte: Guillermo Montezanti fue nombrado secretario de Planeamiento y Julián Andrés Obaid, presidente de la Junta de Seguridad en el Transporte. Ambos eran asesores de Facundo Moyano en la Cámara de Diputados, pero, sobre todo, los dos provenían de la consultora Transvectio, especializada en transporte y logística, que dirige López del Punta, el asesor favorito de Moyano padre.
El derrotero de Oca, a la que el juez que maneja la quiebra tenía previsto poner en venta en abril, es más confuso: había versiones de que el Gobierno estaba dispuesto a comprarla en partes iguales con el Sindicato de Camioneros, aunque la pandemia dejó en suspenso la supuesta operación.
Antes de la profusión de elogios presidenciales hacia Moyano, incluso, hubo otro dato sugestivo que alteró el fragmentado andamiaje sindical: el Gobierno, a través de la Superintendencia de Servicios de Salud, liberó esta semana $2.800 millones que les debía a las obras sociales, pero el reparto de los fondos, según se quejaron varios sindicalistas, se hizo de manera discrecional porque la obra social de los Camioneros recibió más dinero que otras que pertenecen a gremios con mayor cantidad de afiliados: a sus arcas fueron 258 millones de pesos y quedó segunda en la distribución de fondos, sólo superada por Osecac, la obra social mercantil, que es la más numerosa del país.
Ese dato activó las alarmas entre diversos dirigentes de la CGT, para quienes ya no es casual que Alberto Fernández no les haya dedicado una sola reunión a solas desde que asumió el gobierno.
Pese a su amistad con el Presidente, Daer no logró esa audiencia y tampoco consiguió que el Gobierno eximiera del pago del boleto del transporte público a quienes tienen que trabajar durante la cuarentena, propuesta que se hizo pública y que dejó descolocada la CGT.
Esta semana, la CGT también había propuesto al Gobierno que prohibiera los despidos mediante la suspensión de dos artículos de la ley de trabajo, decisión que, con otra argumentación, se concretó esta mañana mediante un decreto. Pero los dirigentes cegetistas anoche ni sabían sobre la existencia y el contenido de la norma que finalmente les dará un respiro de 60 días a los trabajadores.
Hay una tensión evidente entre Moyano y la CGT, dominada por “Los Gordos” y los “independientes” (Andrés Rodríguez, de UPCN; José Luis Lingeri, de Obras Sanitarias, y Gerardo Martínez, de la UOCRA), que se incrementará luego de los efusivos elogios del Presidente al líder de Camioneros.
En agosto estaba prevista la realización del congreso de la CGT que debe elegir las nuevas autoridades por otro período de cuatro años. Daer, cotitular junto con el barrionuevista Carlos Acuña (estaciones de servicio), aspira a convertirse en el único secretario general de la central obrera.
¿El fuerte gesto presidencial hacia Moyano significará que la Casa Rosada quiere un Moyano al frente de la CGT? Parece prematuro para afirmarlo, pero es el temor que tienen algunos sindicalistas.
El Sindicato de Camioneros ya no pertenece a la CGT desde que Pablo Moyano renunció en marzo de 2018 por estar en desacuerdo con la conducción cegetista de entonces, con la que la plana mayor del moyanismo no compartía la estrategia y los tiempos para enfrentarse al gobierno de Mauricio Macri.
Ahora, luego del acto en el Sanatorio Antártida, nadie descarta que Pablo Moyano y Daer sean dos de las figuras que manejen la central obrera a partir de agosto gracias a una bendición presidencial.
Entre los actuales dirigentes de la CGT hay malos recuerdos de aquellos años del primer kirchnerismo en los cuales Hugo Moyano se había convertido en el gran interlocutor sindical del Gobierno, algo que le permitió extender su poderío político, gremial y económico, a veces en desmedro de otros colegas: el jefe de Comercio, Armando Cavalieri, mantuvo desde 2003 duros conflictos de encuadramiento y, gracias al aval de Néstor Kirchner, muchos afiliados mercantiles terminaron en Camioneros.
En esa época, además, había una marcada preferencia del gobierno kirchnerista hacia el sindicato de los Moyano a la hora de distribuir los multimillonarios fondos de las obras sociales.
Por eso a muchos opositores al moyanismo se les habrá congelado la sangre cuando Alberto Fernández, el jefe de Gabinete del gobierno que más hizo por extender el poder de los Camioneros, en pocos minutos calificó a Hugo Moyano de “inmenso”, “ejemplar”, de alguien al que “los empresarios no lo quieren porque cuida a los suyos” y que “no consigue nada para él sino para los que trabajan”.
Como si esto fuera poco, Alberto Fernández destacó el papel “central” que tuvo en 2003: “Se puso a trabajar codo a codo con nosotros para empezar a devolverles trabajo a los que no lo tenían y garantizarles el trabajo a los que lo tenían”, dijo. Y agregó: “Siempre le estaré agradecido a Hugo por esos años porque nunca hubiéramos podido salir si él no hubiera tenido el compromiso que asumió. Ese compromiso de 2003, que siempre reconocí, es el mismo que demuestra ahora en 2020″.
Probablemente la pandemia amortigüe el clima de indignación de varios dirigentes por este fuerte gesto presidencial, pero si no hay una rápida reacción de Alberto Fernández hacia otros sectores gremiales para equilibrar su acto de fe moyanista, puede convertirse en el germen de una rebelión en la CGT justo cuando el Gobierno necesita tener más disciplinada que nunca a la tropa sindical.
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