Axel Kicillof frenó sobre la línea –para algunos, algo previsible- y su decisión de pagar con recursos provinciales a una primera tanda de bonistas generó distensión y hasta cierto agrado en el grueso del oficialismo. Esa fue la reacción generalizada no sólo por el eco al menos inicial de los mercados, sino además por su lectura política: el gobernador bonaerense acababa de sufrir una nueva abolladura, después de los traspiés con sus leyes de Emergencia y Presupuesto provinciales. Más difícil resultaba precisar en la interna si el mensaje llegaba también a Cristina Fernández de Kirchner.
La ex presidente es el principal sostén del gobernador. Más aún, según se reconoce en muchos casos con malestar: es su blindaje. Buenos Aires es territorio propio de CFK. El gabinete local es la mayor expresión del escaso juego abierto al resto de los sectores del frente oficialista. Y la Legislatura, donde nada es sencillo, expuso también el despliegue para achicar espacios al PJ tradicional, los jefes municipales, el massismo y hasta La Cámpora. ¿Los éxitos y los fracasos son leídos en función de ese tablero de poder?
Hay algo en que ayer mismo insistían desde las cercanías de Alberto Fernández: en este arranque de gestión, no existe margen para asistencia financiera de la Nación a la provincia. El Presidente sostuvo su apoyo público y formal a la negociación del gobernador con los acreedores, finalmente fallida, aunque siempre aclaró que el Estado nacional no está en condiciones de “socorrer” a las provincias. Dicen que de eso y de la ecuación de necesarios equilibrios domésticos hablaron bastante en el reciente viaje compartido a Israel.
La invitación a ese viaje fue interpretada domésticamente como un gesto de buena convivencia pero también en clave de juego de poder. Nunca hubo simpatía entre uno y otro aunque, nada muy original, se intente dejar en el olvido viejos y ácidos cuestionamientos y hasta descalificaciones de Alberto Fernández. Los críticos del gobernador lo siguen apuntando por “soberbio”, pero la necesidad de convivencia tiene factores institucionales –la Nación y la principal provincia del país- e internos, con CFK como pieza gravitante del armado oficialista. Se trata directamente de la ex presidente y no del kirchnerismo duro en sentido amplio.
La señal de que no habría plata del Tesoro nacional para asistir a Buenos Aires fue dada inicialmente por el ministro Martín Guzmán y luego fue hecha explícita por el Presidente. Con un mensaje adicional dirigido a la política y también a los mercados: se afirmó que no era una movida combinada para exhibir dureza en boca de Kicillof y al mismo tiempo, negociación y ajuste de cuentas fiscales a escala nacional como gesto al FMI y los acreedores privados. No quedaría claro y hasta podría generar cierto costo si el desenlace bonaerense es considerado como una muestra de debilidad.
Kicillof destacó que se pagará el vencimiento del BP21 con recursos de la provincia que “hemos recaudado en estos días”. Y criticó, por supuesto, a los tenedores de los papeles originales que impidieron llegar al 75 por ciento de acuerdo necesario para diferir todo hasta mayo. Dijo además que se inicia el proceso de reestructuración de toda la deuda de la provincia tomada en dólares.
El gobernador buscó así dar varios mensajes. Uno: destacar los riesgos de un default bonaerense, con incalculables estribaciones nacionales. Dos: asegurar que se pagaba con lo recaudado desde su asunción y rechazar implícitamente que la provincia ya contaba con fondos para afrontar los compromisos de enero, algo que aseguró la gestión anterior. Y tres: negar de hecho especulaciones sobre asistencia nacional indirecta, es decir, con partidas para otros rubros que permitan liberar fondos destinados al pago de los tenedores del BP21.
¿Fue todo una puesta en escena innecesaria? En líneas generales, evitar el default asomó como una señal de distensión, aunque la tensión, según algunos conocedores de las finanzas, parecía algo exagerada. Con todo, la reacción de los “mercados” puede ser interpretada de distintas maneras: valoración de la moderación negociadora del ministro Guzmán, fortaleza de los bonistas para encarar las tratativas, costos por la interna que exhibe el oficialismo ante la falta de una posición homogénea. Son apenas cuentas iniciales, con la mirada puesta en lo que ocurra de aquí a marzo.
En la interna, junto con el alivio, Kicillof sigue en observación como un elemento más bien extraño, para el PJ más tradicional e incluso para el kirchnerismo más orgánico. El propio Máximo Kirchner intervino personalmente para acomodar un poco el reparto de poder provincial –en la Legislatura, por ejemplo- y, dicen, sin ocultar algún disgusto por la cerrazón en al armado del equipo del gobernador, que respondió exclusivamente a la ex presidente.
Los crujidos más audibles surgieron en el tratamiento legislativo de la Emergencia y del Presupuesto de la provincia: ese último fue el mayor disgusto para el gobernador, cuando le negaron aumentos de la carga impositiva. El freno lo puso la oposición, con mayoría propia en el Senado provincial, pero hubo guiños peronistas. Los contactos entre jefes municipales del PJ e intendentes ahora opositores son habituales, parte del sistema con reflejo en la Legislatura. Dicen, además, que entonces no hubo presión desde el Gobierno nacional sobre los jefes de la oposición para torcer el rumbo.
El gobernador estaría tomando registro de lo ocurrido y de la difícil gestión que enfrenta. También seguramente anota CFK.
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