En apenas un mes y medio, el Gobierno pudo comprobar que los llamados mercados no son muy impresionables. No es algo original en la experiencia nacional, con capítulos sucesivos de expectativas externas frente a las señales de ajuste y demanda inmediata de mayores precisiones sobre sus alcances. Con todo, se ensayan gestos conocidos. El primero, mostrar firmeza y apoyo político amplio al modo de encarar el problema: de eso se trata la ley para renegociar la deuda que apura el oficialismo en el Congreso. Pero más y sobre todo expone la diplomacia girada a la búsqueda de apoyo internacional con el propio Alberto Fernández a la cabeza.
Las miradas del oficialismo se han corrido de foco, tal como es perceptible en estas horas. Un síntoma: el entusiasmo por la confirmación del encuentro presidencial con Angela Merkel, coronación no cronológica pero si política de la gira europea que iniciará el viernes. Suena a melodía conocida.
En diciembre, a poco de asumir, algunos funcionarios de la Casa Rosada estrenaban satisfacción, casi cierto alivio con las primeras reacciones del “mercado”: lo interpretaban como un síntoma de menores prejuicios o desconfianzas externas hacia Alberto Fernández y más aún frente al regreso K con Cristina Fernández de Kirchner como vice. Algo así como la contracara de inquietudes consideradas una construcción mediática. Se referían entonces a cierta baja del riesgo país y algún repunte o freno a la caída de papeles públicos y privados.
El subibaja de estos días mostraría otra cosa, tensionante, si se acepta ese sensor como criterio de aprobación o reprobación. Las miradas están centradas en las tratativas con el FMI y los acreedores. Con dos agregados: uno, sustancial, que es lograr apoyo político externo; y otro, de dudoso impacto hacia afuera, que es exponer respaldo plural a la posición oficial para exhibirla como cuestión de Estado y no de una gestión.
Entre hoy en Diputados y la semana que viene en el Senado, el oficialismo buscará convertir en ley el proyecto sobre Restauración de Sostenibilidad de la Deuda Pública Externa. Las negociaciones, hasta anoche, no ponían en duda la aprobación del texto por parte de la oposición de Juntos por el Cambio. No asomaban cuestionamientos de peso a la letra de la iniciativa, sino la intención de garantizar a los distritos que gobierna (Capital, Mendoza, Jujuy y Corrientes) un compromiso de atención a las deudas provinciales con el Estado nacional, particularmente. Algo visto con agrado por provincias de otro signo político, incluso peronista.
La ley, según expertos consultados por legisladores de la oposición, no aportaría nada que altere de manera significativa el actual cuadro para encarar la reestructuración de la deuda, sino que “redundaría” en el marco legal, más allá de cierta “protección” adicional y a futuro para los funcionarios involucrados en las negociaciones. Fuera de esa puntualización, se admite que no es determinante ni imprescindible para avanzar en las tratativas con el Fondo y con acreedores externos.
Desde el punto de vista técnico, ratifica básicamente el marco de la ley de Administración Financiera. Lo más significativo, pero a la vez esperable y hasta descartado en el exterior, es el aval para la ratificación o prórroga de la jurisdicción original y la consiguiente renuncia a la inmunidad soberana. Un mensaje referido a los papeles bajo legislación extranjera, es decir, de Nueva York.
Nada se dice o perfila como lineamiento y menos como programa económico. En rigor, estaría consagrando que no sólo el Presupuesto 2020 sino la economía en general estarían condicionados por el desenlace de las negociaciones por la deuda.
Visto así, parece claro que el objetivo central del proyecto sería dar una muestra de respaldo político amplio a la necesidad de reestructurar la deuda. Difícilmente eso conmueva a acreedores e inversionistas: el ministro Martín Guzmán acaba de reunirse con algunos de sus representantes, antes de la cita formal con el FMI. Dicho de otra forma: no es un dato que pueda inclinar la balanza, aunque en medios políticos suele ser señalado como presupuesto necesario.
El dato más notable aunque tampoco inédito es el papel personal que empezó a jugar Alberto Fernández. Lo había hecho también Mauricio Macri, sin que se llegue antes y tampoco ahora a la categoría más firme de diplomacia presidencial. No parece fijar horizontes, sino más bien jugar el capital máximo –es decir, el escalón de Presidente- frente a la emergencia de la crisis.
El encuentro del Presidente con el papa Francisco tiene una fuerte connotación, global y a la vez especialmente interna, con el punto de referencia que fue la difícil y hasta mala relación con Macri. Pero no convendría ser mecánico en el análisis: hay canales de convergencia aunque también potenciales tensiones en temas vinculados con el aborto y la educación. Está por verse: la velocidad y la profundidad real de esos proyectos podrían marcar ese pulso.
El viaje, de todos modos, fue cambiando o ampliando el foco de atención. Alberto Fernández se verá el mismo viernes con el primer ministro italiano, Giuseppe Conte. Y en los primeros días de la semana que viene, con la canciller alemana y, luego, con el español Pedro Sánchez y el francés Emmanuel Macron.
Serán encuentros teñidos por la búsqueda de respaldo en la compleja y a la vez apremiante tarea de renegociación de la deuda. El ministro de Economía también hará una pasada europea. Tiene cita con la jefa del FMI, Kristalina Georgieva. Y no se descarta que se sume en alguna escala a la comitiva presidencial. Es un renglón sustancial para la lectura de Estados Unidos, como acaba de serlo la intensa agenda ministerial en Nueva York. Todo, con un ojo puesto en el frente doméstico, el Congreso y más aún la suerte de la deuda bonaerense.
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