Alberto Fernández no la conocía, pero sonrió distendido cuando escuchó esta frase en el avión comercial que lo llevaba desde Tel Aviv a Buenos Aires: “El camino más corto para llegar a Washington es vía Jerusalén”. Se trata de un axioma geopolítico anónimo que exhibe su eficacia desde 1950, tras la creación del Estado de Israel por la presión absoluta de los Estados Unidos.
Alberto Fernández estuvo cincuenta horas en Jerusalén, y en ese lapso de tiempo se saludó con Vladimir Putin y Mike Pence, y conoció a Emmanuel Macron y Benjamín Netanyahu, cuatro jugadores indispensables para lograr que la deuda externa no se transforme en una bomba de implosión económica y política.
Israel sólo tiene el 0,40 por ciento de los votos en el Board del Fondo Monetario Internacional (FMI), pero el presidente peronista le cayó tan bien al líder derechista que sus habituales conversaciones con otros jefes de Estado pueden funcionar como un lobby indirecto para lograr que la renovación de la deuda no se transforme en un déjà vu.
blockquote class="twitter-tweet">Dejo esta hermosa tierra con un sueño: verla en paz con sus vecinos y especialmente con el pueblo palestino. Nuestro país reconoce, por convicción y por respeto a las decisiones de Naciones Unidas, la existencia de los dos Estados y siempre propició la convivencia pacífica.
— Alberto Fernández (@alferdez) January 23, 2020
Netanyahu pensaba que se iba a encontrar con un rancio representante del populismo latinoamericano que describe la situación de Medio Oriente con una metodología binaria: los judíos son malos y ricos; los palestinos son buenos y pobres. Sin embargo, cuando el presidente posteó su hilo de tuits sobre la región, esa perspectiva de la inalterable crisis regional despertó curiosidad en el primer ministro.
Alberto Fernández recordó a las víctimas del Holocausto, señaló la creación del Estado de Israel y su crecimiento geométrico, pese a las dimensiones de su territorio –mide como Tucumán- y está rodeado de enemigos que niegan la Shoa y sueñan con avanzar desde Gaza hasta ocupar el patio ubicado al lado del Muro de los Lamentos.
Durante la declaración conjunta, el primer ministro miró de frente al presidente argentino y reclamó por la investigación de las ataques terroristas contra la Embajada de Israel y la AMIA. Ni una palabra de Alberto Nisman, ni una simple alegoría. No fue olvido y tampoco casualidad: Netanyahu cree que al fiscal federal lo mataron, pero también considera que es un asunto interno del país y que –por lo tanto- no debe haber injerencia.
A su turno, el jefe de Estado argentino exhibió su compromiso institucional respecto a encontrar a los responsables del atentado a la AMIA, rescató el desarrolló tecnológico de Israel e instó a profundizar las relaciones bilaterales. Sintonía diplomática, ausencia de golpes bajos: un ejemplo espontáneo de realpolitk protagonizado por dos viejos militantes que se tenían prejuicios mutuos.
Desde Washington, París o Moscú, la lectura automática de la administración peronista se vincula a un manejo palaciego que supuestamente ejecuta Cristina Fernández de Kirchner. El establishment diplomático de esas capitales, o los analistas políticos que trabajan para la Casa Blanca, el Palacio del Eliseo o el Kremlin, no tenían información confiable para escribir otra eventual realidad en la Casa Rosada.
Sin embargo, la presencia de Alberto Fernández en el Foro de Conmemoración del Holocausto, sus conversaciones informales con Emmanuel Macron y el presidente alemán, y su intención de forzar reuniones bilaterales para explicar su política exterior, contribuyó a encuadrar el verdadero peso específico de CFK en la agenda de gobierno.
La conclusión es simple en ese mundo complejo y realista: si fuera una marioneta no se hubiera arriesgado a conversar con figuras internacionales que con el primer comentario más el color de la corbata ya saben si el interlocutor es una marioneta o un político que da sus primeros pasos en la arena global.
Netanyahu tiene diez años en el poder mundial. Se enfrentó con Barack Obama por su acuerdo nuclear con Irán, hizo acuerdos tácitos en la región para evitar que ISIS iniciara su ofensiva apuntando a Tel Aviv y gruñó con placer cuando Donald Trump derrotó a Hillary Clinton.
Esa resiliencia del líder israelí sensibilizó su olfato político y esa sensibilidad ajusta en automático sus comportamientos institucionales. Jamás hubiera invitado a Cristina Fernández a su residencia familiar (por su decisión de firmar el Memorándum con Irán) y con Alberto Fernández hizo una movida que sorprendió por su amplitud y generosidad.
Netanyahu no tenía razones geopolíticas para recibir al presidente argentino en su casa. Ya sabe que la causa de la Embajada agoniza, que el expediente de la AMIA es un lodazal, que la muerte de Nisman – a cinco años- se encamina a un callejón sin salida y que la relación comercial no cambiará por las dificultades financieras del país.
Sin embargo, el líder israelí recibió con su esposa Sara a Alberto Fernández y su pareja Fabiola Yáñez. No se trató de un gesto de condescendencia política, Netanyahu representa al poder real y el poder real quiere saber si el presidente es un bluff del realismo mágico o un líder político que pretende colocar a la Argentina en las cercanías de Occidente y a distancia de Venezuela, Irán, Cuba y China.
Netanyahu sacó sus propias conclusiones. Lo invitó a comer salmón, lo llevó a su biblioteca personal y le habló de su padre Benzion, un polaco judío que dio clases en Cornell y escribió un libro clave para entender porqué los Reyes Católicos expulsaron a los judíos de sus territorios: “Los orígenes de la Inquisición en la España del Siglo XV”.
Ante la cercanía que mostraba el líder judío, el presidente le planteó un interrogante clave sobre los ataques terroristas a la Embajada de Israel y a la AMIA. Fue una pregunta espontánea, que Netanyahu también respondió con espontaneidad: “Me comprometo a darle una respuesta”, dijo.
Alberto Fernández estaba sorprendido por la afabilidad y el compromiso institucional de Netanyahu. Se esperaba un político duro, áspero, y con la sintaxis de un líder de derechas que desde hace años enfrenta la agresión árabe y la intifada palestina. Fue al revés: aprendió de su respeto a la oposición política, que lo quiere derrotar en los comicios de marzo, y compartió con él ciertas críticas a los medios y a los periodistas.
“Usted y yo, ya somos amigos”, le dijo Netanyahu a Alberto Fernández cuando el reloj conspiraba contra un almuerzo que quedará en la memoria de los dos. Después lo acompañó hasta la puerta de su residencia, lo saludó con calidez y se fue.
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