La muerte del fiscal Alberto Nisman no es la única causa criminal que permanece como un enigma desde el verano del 2015 en Puerto Madero. Hubo otra, aún más misteriosa, aunque sin el ruido mediático que acarrea la del hombre que debía investigar el atentado a la AMIA. Es apenas un imperceptible zumbido, que se amplifica cada vez que el calendario se aproxima al 18 de enero, o cuando una serie de Netflix trae al presente al hombre muerto en su baño con un disparo en la cabeza.
En la madrugada del 15 de febrero, casi un mes después de la muerte de Nisman, apareció un cadáver a pocos metros del edificio Le Parc, donde vivía el fiscal. Estaba carbonizado, junto a una pared de la subestación eléctrica 89 de Edesur en la plazoleta del Paseo de las Mujeres, sobre la avenida de los Italianos casi en su esquina con Marta Lynch. El caso recayó en la Fiscalía Criminal número 19, entonces a cargo de la doctora Graciela Alicia Bugeiro.
Durante meses se investigaron distintas hipótesis, todas con resultado nulo. El Cuerpo Médico Forense apenas pudo determinar que se trataba de una mujer, que tenía entre 40 y 50 años y medía aproximadamente 1,65 metro. También constató que tenía várices en su pierna derecha y, a partir de la porción de vísceras que llegaron a analizar, que había consumido café horas antes. Por el estado que presentaba, ni siquiera se pudieron tomar sus huellas digitales. La falta de respuestas y la cercanía con el domicilio de Nisman agigantaron los fantasmas. Muchos quisieron ver una conexión entre ambos casos.
Todo comenzó con un fuego que ardía junto a los ladrillos de la subestación. Podían ser un montón de hojas y ramas, pero no. Un vecino que pasaba por allí hizo el macabro hallazgo del cuerpo incendiado, desnudo y boca abajo, y se lo comunicó a policías de la comisaría 22 que patrullaban la zona. A las 2.45 de la madrugada, el SAME recibió el alerta. En principio, su titular Alberto Crescenti, pensó que podía tratarse de una electrocución: “De acuerdo a la descarga que recibió el cuerpo, del que es irreconocible el sexo, pienso que debió tocar algo de mucho voltaje”. Fue lo primero que se descartó: nadie había entrado a la subestación, ni tampoco se había producido ninguna falla eléctrica, según informó Edesur. Y es cierto: de haber sido así se hubiera cortado la luz de todo el barrio, lo que no sucedió.
En un párrafo de los cuatro cuerpos del expediente se puede leer: “No resulta posible determinar fecha u horario de muerte porque la combustión eliminó todo tipo de elementos que permitieran establecer esa información”. En consecuencia, tampoco se pudo precisar si la mujer murió por la acción de las llamas, o había fallecido antes.
Ni siquiera un bidón blanco con restos de combustible, que los investigadores hallaron cerca del cuerpo, ayudó: no tenía huellas dactilares que pudieran identificar al presunto autor.
En los alrededores de la escena había tres cámaras de seguridad, ubicadas en el Museo del Humor, y las torres Renoir I y Renoir II. Pero ninguna imagen acercó alguna evidencia para resolver el misterioso crimen.
Ante la ausencia de una punta de ovillo para desenredar el caso, la pesquisa se centró en aquellas mujeres denunciadas como desaparecidas por esa fecha, algo que informa puntualmente el Ministerio de Justicia. Dos casos despertaron un atisbo de esperanza en la identificación de la muerta. Se extrajo el ADN de las hermanas de dos desaparecidas y se lo comparó con el que se tomó de la víctima. Esa posibilidad también se derrumbó.
Con la posibilidad trunca de llegar a una respuesta por medio de la ciencia forense, la mirada se posó sobre una denuncia anónima, que alguien -se presume un vecino del lugar- envió al mail de la fiscalía. Allí decía que una pareja en situación de calle solía merodear la zona junto a varios perros, y que aproximadamente para la fecha en que apareció el cadáver, sólo volvieron a aparecer el hombre y los perros, no así la mujer. Los dichos fueron investigados, pero esa pista también se desvaneció.
No fue la única denuncia anónima. Cuatro meses después del hallazgo, un hombre llamó a la fiscalía para contar que el día de la muerte de Nisman, y en el mismo lugar donde su custodia estacionaba habitualmente su automóvil, se ubicó otro vehículo, al que habían subido una bolsa grande, parecida a las que se utilizan para llevar palos de golf. La sospecha del denunciante fue que allí se hubieran llevado un cuerpo. La hipótesis fue descartada: el resto de cafeína hallado, consumido no más de un día atrás, la echó por tierra.
A la ristra de desencantos le faltaba aún el más insólito. La más perjudicada por el caso -luego de la mujer que murió, claro- fue Alejandra Beatriz Ravenna, de 41 años, madre de una adolescente y nacida en Carapachay, a quien en Twitter sindicaron como la fallecida. Alguien -con imaginación o maldad- la relacionó por un emprendimiento que tenía junto a una hermana, Sedemi SRL, dedicado a la microfilmación y custodia de documentos. Luego se comprobó que lo habían cerrado dos años antes de estos sucesos. Cuando su identidad tomó estado público, Ravenna se hizo presente en la fiscalía, se comprobó obviamente que estaba viva y se constató que en marzo del 2015 -días después de la muerte que investigaban- estaba terminando los trámites de su desvinculación del banco ICBC, donde había sido gerenta. Todo volvió a fojas cero.
Más adelante, Ravenna querelló a Google por las noticias que aparecían sobre ella, pidiendo -dice en la causa- “el bloqueo de acceso a la totalidad de los sitios web donde se difunde la información acerca de su muerte. A tal fin individualizó los URLs cuyo bloqueo fue requerido a la demandada en su carácter de titular y administrador del buscador Google. Manifestó que en los sitios indicados se afirma en forma irresponsable y con “real malicia” respecto de la actora lo siguiente: “custodio archivos de Nisman”, “manejaba una empresa de custodia de documentos”, “me encuentro vinculada con el mundo del espionaje” y “soy la mujer calcinada”. Indicó que lo expuesto le causa un grave daño personal y familiar y pone en riesgo su seguridad y su vida”.
Finalmente, los doctores Ricardo Gustavo Recondo y Guillermo Alberto Antelo, de la Sala III Civil y Comercial, decidieron aceptar el pedido en los casos donde se afirmaba que era efectivamente la mujer calcinada y se vertían mentiras sobre su persona, y desestimarlo en otros, donde se la nombraba, pero negando que fuera la fallecida.
La causa que llevaba adelante la fiscal Bugeiro, por pedido de la misma, fue archivada el 11 de noviembre de 2015 con la firma de la jueza de instrucción Alicia Iermini. Días después se la enviaron al fiscal federal Eduardo Taiano -que investigaba la muerte del fiscal-, ante la posibilidad de hallar un nexo entre ambos hechos. Pero a las tres semanas el expediente regresó al archivo, ante la falta de pruebas que los conectaran.
El 1° de diciembre de 2017, hace más de dos años, la fiscal Bugeiro se jubiló. Consultada por Infobae, se excusó de dar precisiones sobre su actuación: “Ya no me acuerdo, pero nunca se advirtió que el caso tuviera relación con la muerte de Nisman. Hasta que me fui, no se pudo identificar a la víctima”.
-¿Por qué no se pudo?
-El material que había era muy poco. En aquel momento depuramos la información que tenía el Ministerio de Justicia respecto de las personas desaparecidas. Actualizamos la lista, e hicimos la comparación con las personas que más o menos respondieran a los muy poquitos datos que se obtuvieron: estatura, edad… Pero hay cosas de las que pasaron cuatro años… Si no me equivoco, estaba tan calcinado que no quedaban restos que ayudaran. Pero discúlpeme, ya me retiré y no quiero volver…
Su fiscalía, la 19, está vacante. La subroga el doctor Martín Mainardi. Y por estos días, como está de feria, el doctor César Troncoso. La causa, que tiene unas 600 fojas, está identificada como I-19-27096-2015 y caratulada como “muerte por causas dudosas de criminalidad”, fue archivada -como se señaló-, aunque no cerrada. Técnicamente, está reservada. Cada tanto -como ahora, por ejemplo- la piden desde la fiscalía, donde la custodia su celoso guardián, el secretario Jonás Temez. Es apenas un paseo más para esos papeles que no develaron las preguntas claves: ¿a quién pertenecía ese cuerpo carbonizado? ¿Quién la mató?
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