Alberto Fernández y Francisco comparten ideología y la mirada sobre la Argentina y el mundo. Sólo tienen una diferencia de fondo: el Presidente defiende la despenalización del aborto, mientras que el Papa está en contra sin atenuantes. Y esta profunda desavenencia política e institucional provocó un cruce en las redes sociales y la suspensión de la audiencia que Francisco ya había concedido a Alberto Fernández cuando estaba por suceder a Mauricio Macri. Pero las escaramuzas han cedido, y el jefe de Estado y el Sumo Pontífice aguardan protagonizar una larga de reunión que debería servir para abordar la agenda local, regional e internacional.
La visita de Alberto Fernández al Vaticano, que podría extenderse a España y Portugal, significa que Cristina Fernández de Kirchner regresará a la Presidencia de la Nación. Será por menos de una semana, y aún no decidió si ejercerá ese cargo transitorio desde Balcarce 50. Es probable que permanezca en su despacho en la Cámara de Senadores para evitar las especulaciones y el cotilleo de palacio.
A diferencia de otras situaciones históricas, no se aguardan roces institucionales entre Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner. Cuando CFK viajaba, y lo sucedía Julio Cobos, este vicepresidente sabía de hecho que no podía pisar la Casa Rosada. Y en épocas de Carlos Menen, no le gustó al presidente riojano que su vicepresidente Carlos Ruckauf usará la quinta de Olivos en su ausencia. Cristina Fernández de Kirchner -que fue jefe de Estado ocho años- descarta protagonizar hechos que la asemejen a Cobos o Ruckauf.
Alberto Fernández viajará al Vaticano y el 31 de enero tiene la audiencia con Francisco. No descarta extender su gira por Europa, y si esto sucede, el Presidente iría a España y Portugal. Ya se descartó un encuentro bilateral con Emmanuel Macron, líder francés: por esos días tiene la agenda completa.
Francisco y Alberto se encontrarán en la la Biblioteca Privada del Palacio Apostólico del Vaticano, y es posible que haya un segundo encuentro más distendido en Santa Marta. El Papa y el Presidente tienen buena relación, ya han hablado por teléfono y se cruzaron mensajes a través de un mail personalísimo del Sumo Pontífice. A diferencia de Mauricio Macri, que en su primera visita al Vaticano encontró frío y displicencia, Alberto Fernández descubrirá la sonrisa del Papa cuando se abran las antiguas puertas de la Biblioteca Privada.
Alberto Fernández y Francisco coinciden acerca de la naturaleza política de la detención de Lula, cuestionan el plegamiento de Jair Bolsonaro respecto a Donald Trump, rechazan la vía militar para solucionar las diferencias entre Estados Unidos e Irán y consideran que Evo Morales sufrió un golpe de Estado cívico militar. Y es muy probable que conversen sobre estos temas calientes de la agenda internacional.
El Presidente agradecerá al Papa su apoyo al plan contra el hambre que desplegó desde la llegada del Frente de Todos a Balcarce 50, y la misa que avaló en Lujan adonde compartió un espacio de convivencia política con Macri. Francisco siempre quiso una transición presidencial ordenada: no pudo hacerlo cuando CFK entregaba los atributos del mando y logró su cometido cuando le tocó el turno a Alberto Fernández.
Francisco y Alberto Fernández están preocupados por un asunto regional que está pendiente de solución pacífica: la crisis en Venezuela. El Papa fracasó en su mediación -cuando Barack Obama ocupaba la Casa Blanca-, y desde allí se sucedieron un puñado intentos públicos y reservados que chocaron con la intransigencia de Nicolás Maduro y la impaciencia de Donald Trump.
El Presidente argentino hace equilibrio ante la presión combinada de Maduro y el Departamento de Estado. Alberto Fernández considera que la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Grupo de Lima son insuficientes como escenarios multilaterales para acercar a las partes en conflicto, y tampoco cree en las promesas constantes del líder populista que sucedió a Hugo Chávez. El jefe de Estado busca una instancia superadora, y el Papa puede aportar a su construcción internacional.
Francisco y Alberto Fernández están preocupados por el devenir de la crisis venezolana y en su cónclave personalísimo pueden tratar alternativas que, necesariamente, deben tener el apoyo de Trump. El Papa y el jefe de Estado desean construir una agenda regional que implique atenuar las diferencias geopolíticas y achicar las asimetrías económicas. Un objetivo institucional que va más allá de sus diferencias sobre la despenalización del aborto y su probable tratamiento este año en el Congreso Nacional.
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