“Se terminó la discusión. Nos vamos. No nos van a faltar el respeto. Hay cosas que estaban acordadas. Van a tener que explicar ustedes porque se quedan sin ley”, dijo uno de los interlocutores de Juntos por el Cambio presentes en la reunión. Era miércoles por la tarde y la ley impositiva estaba en plena discusión dentro de la Legislatura bonaerense. Había pasado el filtro en la Cámara de Diputados pero se discutía el bosquejo final del documento que debía ser aprobado en el Senado. Para ese entonces ya habían quedado atrás 13 días de negociaciones complejas y tensas. Caía el sol en La Plata.
Los representantes de Axel Kicillof habían puesto sobre la mesa el último punteo del día con el proyecto final. La tercera versión. El acuerdo. Faltaban dos ítems claves para la oposición. Habían dejado afuera de la discusión la anulación del aumento de los ingresos brutos para las tasas de las actividades portuarias y los operadores de TV por cable. Entonces, estalló la bronca de los opositores. Amenazaron con irse, con romper la tensa calma, con ponerle un final abrupto a los extensos intercambios para llegar a una ley de consenso entre las partes.
En la mesa estaban sentados por parte del gobierno provincial la vicegobernadora, Verónica Magario; el presidente de la Cámara de Diputados, Federico Otermin, y los presidentes de los bloques oficialistas en ambas cámaras de la Legislatura: Facundo Tignanelli y Gervasio Bozzano. Del otro lado estaban el intendente de Lanús, Néstor Grindetti; el senador Juan Pablo Allan, y los presidentes de los dos bloques opositores: Maximiliano Abad y Roberto Costa. En ese instante en el que proyecto naufragó el aire se puso denso. Finalmente, el oficialismo cedió y la ley se aprobó con la modificación de un puñado artículos. Kicillof no se quedó conforme. Sacó la ley que pudo, no la que quiso.
La escena bien podría representar otros capítulos de la historia que tiene por delante el gobernador de Buenos Aires. Está obligado a negociar con la oposición. Aunque sienta que lo extorsionan en la Cámara alta porque tienen mayoría, aunque piense que la fuerza política que fundó el ex presidente Mauricio Macri está dispuesta a defender a los empresarios más ricos, las corporaciones y los grandes productores agropecuarios de la provincia. Exactamente lo opuesto a sus convicciones. Así lo define cada vez que puede. Es un grito de guerra. Una defensa ideológica del camino que quiere seguir en los próximos cuatro años. Pero más allá de esas diferencias, tiene que negociar. No hay otro camino.
Kicillof llegó a la gobernación con el 52% de los votos y después de protagonizar un triunfo arrasador en los distritos más poblados. Esa victoria contundente lo llevó a pedirle a la oposición que respete la voluntad popular y que entienda que debe apoyar a un gobierno al que lo votó más de la mitad de los electores de la provincia. “Ganamos por 15 puntos las elecciones. Eso implica que tienen que reconocer que ya no son gobierno”, suele decir. En Juntos por el Cambio no le dan la validez que el mandatario pretende. “Nosotros sacamos el 40% de los votos. Es una masa grande que hay que representar”, advierten. Cada uno tiene su argumento.
El ex ministro del kirchnerismo arribó a la gobernación con el respaldo de Cristina Kirchner, su jefa política, y amparado por la figura de Alberto Fernández, con quien acercó posiciones durante la campaña electoral, luego de que el actual Presidente haya criticado con dureza su gestión en el ministerio de Economía. Llegó a La Plata, concentró el poder y puso en práctica su estilo de conducción. La decisión final siempre la toma él. Escucha a su círculo íntimo. Abre el juego a los que les parece y sin mediar consecuencia. Quizás esa forma de gobernar explique por qué decidió armar un Gabinete con dirigentes de confianza que lo acompañaron por su paso en el ministerio de Economía y la Cámara de Diputados.
De ese esquema gubernamental dejó afuera a los intendentes. Muchos de ellos aún siguen disgustados con esa decisión y consideran que es demasiado cerrado para tomar decisiones. En el kicillofismo no le dan relevancia y advierten que los jefes comunales están alineados y que todos hablan con el gobernador sin problemas. En los vínculos personales siempre hay dos historias. Durante la discusión por la ley impositiva los intendentes no se apresuraron por defender el proyecto. Aparecieron poco para levantar la bandera del proyecto original impulsado desde el Gobierno. No fue un problema para Kicillof. Se encargó de defenderlo él mismo.
Durante dos semanas le puso el cuerpo a la discusión por la ley que necesitaba para aumentar los impuestos en la provincia y actualizar los valores con respecto a la inflación del último año. Habló en la televisión, la radio, los diarios, las portales y las redes sociales. Eso le implicó un enorme desgaste. Estuvo en la primera línea de fuego marcando sus diferencias con la oposición, explicando el alcance del proyecto de ley y mostrando cuál quería que fuera la columna vertebral de su gestión. Podría haber delegado ese roce permanente con los adversarios políticos. Dejarlo en manos del jefe de Gabinete, Carlos Bianco, o en algunos de los dirigentes que estuvieron en la mesa chica de la negociación. Sin embargo, optó por asumir un rol preponderante.
En solo un mes de gobierno Kicillof quedó envuelto en un conflicto con la oposición. Una pronta pelea que de antemano parecía tener como escenario cantado el terreno legislativo, pero que rompió esa barrera y se convirtió en un enfrentamiento dialéctico entre dos formas de entender la política, dos miradas diferentes sobre cómo cuidar a los bonaerenses. La grieta, aunque no la pronuncien en los discursos, está presente. Porque la virulencia, las chicanas y las acusaciones siguen presentes en cada oración. Mejorar ese vinculo entre oficialismo y oposición es la tarea pendiente que quedó para las próximas negociaciones por el Presupuesto y el permiso de endeudamiento. Una tarea de las dos fuerzas políticas.
En una entrevista con Infobae, en el medio de las negociaciones por la ley impositiva, el Gobernador marcó la cancha, y lo hizo con golpes secos que alimentaron la fricción en los diálogos con la oposición. “Decidieron jugar al circo político”, aseguró. Luego, corrió un poco más el margen del discurso y le dio una carga más ideológica a su mensaje al afirmar: “Defienden a los más grandes propietarios, pero lo quieren hacer pasar como una defensa a los sectores medios. Le va a costar mucho a Cambiemos, después de haber perdido una elección por una diferencia tan grande, erigirse como los paladines de los sectores medios”. El discurso estuvo lejos de ser conciliador.
En esa misma entrevista también dejó en claro que la falta de una mayoría en el Senado no sería un impedimento para sacar leyes en su gestión. Le bastaron un pequeño grupo de palabras para explicarlo. “La discusión es cómo hacemos para que las escuelas no se le caigan los techos, para que los hospitales tengan vacunas o para que los pibes coman. Voy a atender las emergencias, aunque no me voten las leyes”, sostuvo. Desde la oposición le contestaron los intendentes y legisladores. Le advirtieron que no estaban dispuestos a votar el proyecto original de la ley impositiva. Que no iban a votar a libro cerrado. En ese clima, y en paralelo, se buscó un acuerdo a través de diálogos informales. Difícil. Desde donde se lo mire. Finalmente, la ley salió. La tercera versión.
La próxima negociación importante que tendrá que llevar adelante el gobernador con la oposición es la sanción del Presupuesto 2020. Es decir, cuánto dinero necesitará en los próximos meses para gestionar una provincia que está endeudada y cuál será el destino de cada peso. En esa discusión entrarán de lleno los intendentes, ansiosos por partidas que le permitan realizar obras en sus municipios. Empieza una nueva negociación, en la que también entrará el permiso para endeudarse para hacerle frente a los compromisos financieros. Esa ley necesita ser aprobada por 2/3 de las Cámaras. El arte de la política estará en juego otra vez.
El desafío que tiene por delante Kicillof es evitar que el intercambio con la oposición sea tan desgastante como el que pasó. Los dirigentes de Juntos por el Cambio le mostraron los dientes. Le marcaron los límites que están dispuestos a poner cuando no estén de acuerdo con los proyectos que mande. Esa relación será así en los próximos dos años, hasta que las elecciones legislativas le den al Gobernador la posibilidad de cambiar la conformación de las Cámaras. Tendrá que acordar para lograr que sus proyectos pasen el filtro parlamentario. En especial, en el Senado.
Pocas horas después de que se votara la Ley Impositiva Kicillof explicó que la provincia iba a perder el ingreso de 10 mil millones de pesos. Cumplió a rajatabla con uno de los planes de acción que habían estipulado en el oficialismo si no se llegaba a un acuerdo para votar la segunda versión del proyecto: buscar la mejor negociación posible de los artículos, aprobarlo y cargar la responsabilidad política sobre Juntos por el Cambio. Así fue. La estrategia apuntó a mostrar en público a los responsables de la ley aprobada y lo que para él implicaba la quita de aumentos de ingresos brutos en diferentes actividades.
“Nos acusaron de querer hacer un ‘impuestazo’, nos acusaron de perjudicar a los sectores medios, nos acusaron de no buscar el consenso. Pero ahora vemos que la cuestión era otra: defender a sectores corporativos, concentrados y a las grandes fortunas”, escribió en sus redes sociales pocos minutos después de que se sancionara la ley. Al día siguiente amplió sus críticas a la oposición. Fue el final de la primera negociación con sus adversarios políticos. Tanto en el Gobierno como en Juntos por el Cambio creen que la espuma bajará en las próximas semanas. Menos enfrentamientos, menos acusaciones. Al menos es lo que anhelan.
Kicillof tiene la oportunidad de cambiar la forma de negociar con los opositores. La que utilizó en el primer mes de gobierno no le fue redituable. Por eso su enojo con la ley impositiva que finalmente se sancionó. María Eugenia Vidal ya volvió al país. Terminó sus vacaciones. El traspaso de mando entre ambos fue ordenado. Se llevaron bien pese a las diferencias. Al mandatario le sienta mejor negociar con ella en vez de hacerlo con el intendente de Vicente López, Jorge Macri, o el de Lanús, Néstor Grindetti. Tal vez los próximos acuerdos sean diferentes. Menos conflictivos. Dependerá de la buena voluntad de ambas fuerzas políticas. Tienen el deber de generar una relación menos dañina.
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