“Presidente de la unidad de los argentinos”. La locutora oficial mencionó siempre de ese modo a Alberto Fernández. Y el mismo se describió con similares definiciones. El nuevo presidente se dio a la tarea de construir su poder político desde el primer minuto de gestión, en al acto inaugural ante los legisladores. Esa, en todos los tiempos, es la primera señal, la pintura personal que se imagina a futuro. La economía será el desafío mayor, sin dudas y por la magnitud de los problemas, pero seguramente la Justicia será una prueba determinante para derribar “muros” de desconfianzas y rencores.
En estas horas y días inaugurales de gobierno se conocerán los proyectos de “reforma integral del sistema federal de Justicia”. Y esas iniciativas serán centrales en el temario del nuevo Congreso: indicarán si se abre un nuevo camino o si detrás de las reformas late el intento de presionar por la causas de corrupción que involucran a Cristina Fernández de Kirchner y ex funcionarios. Es decir, si se trata de desarmar una maquinaria de jueces de oscuras relaciones de poder con cada gobierno -de manera creciente a partir del menemismo- o si se recrea ese juego perverso.
El tema, en definitiva, es una prueba. Desarmar ese esquema, que como señaló el Presidente tiene relaciones profundas con servicios de inteligencia, demandaría cuidados extremos. En primer lugar, para evitar una generalización –de jueces y de causas- que manden a vía muerta investigaciones que acumulan pruebas de peso. Y en segundo lugar, para no caer en una desacreditación colectiva de la Justicia que también impacte sobre algunos pocos jueces y camaristas federales incómodos para el poder. El punto, en otras palabras, es qué se busca desarmar y también qué se busca construir de hecho, como efecto real.
Alberto Fernández apunta sin vueltas a ir edificando poder propio. Seguramente por eso, a diferencia de la campaña, el Presidente buscó hablarle también a sectores de la sociedad que miran con especial recelo esta experiencia que lo ha colocado en la Casa Rosada, con la ex presidente detrás. En el discurso, fue claro. También en algunos gestos, formales si no fuera por el contexto y los niveles de fractura política y grieta o muros. Por ejemplo, el modo de saludar a Mauricio Macri y a Gabriela Michetti, a diferencia de la frialdad y el disgusto expresados por la nueva vicepresidente.
Está claro que armar y consolidar perfil propio sería más que gestos de esa naturaleza hacia la interna y hacia afuera. Alberto Fernández fue claro en la descripción del cuadro que enfrenta desde ahora. Se verá si esto se agota en el movimiento para definir su línea de gestión y acotar expectativas inmediatas. También, si la descripción de la herencia lo diferencia de Macri sin entrar en zona de confrontación permanente. Según puntualizó él mismo, la diferenciación y las visiones contrapropuestas deberían convivir sin el extremo de la grieta. Después, en la Plaza de Mayo fue más duro con Macri y con la justicia federal.
El Presidente eligió con precisión los renglones para exponer la realidad que recibe: pobreza, inflación, desempleo, deuda, caída de la producción y del consumo. Reiteró que el país se encuentra en “virtual default” y anticipó que de hecho será dura la negociación con el FMI y los privados. Como panorama de corto plazo, fue preciso y reiterativo en un punto: medidas para los sectores más castigados por la crisis, puesta en marcha de un acuerdo social y demanda de “compromiso solidario” a las franjas sociales o actividades económicas mejor plantadas. Eso tendría expresión en materia fiscal.
Fue un discurso leído –es decir, escrito y revisado- muy articulado, con pinceladas generales en algunas áreas y definiciones fuertes y a modo de marco rector para áreas sensibles: la economía, la Justicia y los servicios de inteligencia, muy vinculados los dos últimos renglones.
La línea planteada en el caso de la justicia federal fue elocuente como base. Habló en medio de aplausos de “persecuciones indebidas”, también de “detenciones arbitrarias” y de causas tejidas desde el gobierno saliente y con “cierta complacencia mediática”. Resulta claro que su cuestionamiento, como desde hace rato, supera por mucho las razonables críticas a la aplicación de la prisión preventiva como recurso repetido. Es sabido: pueden obrar como condenas de hecho, tan nocivas como la dilación eterna de causas que involucran al poder político, viejo o nuevo, y que alimentan la percepción de impunidad.
Unas horas después, la ex presidente retomó el tema en Plaza de Mayo. “Fueron años duros para quienes fueron objeto de persecución”, dijo, y con la obvia decisión de emparentar el gobierno de Macri con la dictadura, cerró: “Querían que desapareciéramos prácticamente como seres humanos”.
El sistema degradado en amplias franjas de la justicia federal, y no sólo en Comodoro Py, va de la mano con la ominosa confluencia de servicios que actúan en la ilegalidad. Viene de arrastre, acompañado de otra práctica: la de los “operadores judiciales” que trabajan sobre o con algunos jueces desde la política. El Consejo de la Magistratura ha operado más de una vez como “contrajuego”, motorizando ofensivas o reteniendo denuncias como mensaje a jueces federales con causas de alto impacto en su poder.
Esa “tradición”, repetida en la anterior experiencia kirchnerista, fue uno de los detonantes de la salida de Gustavo Beliz –de la gestión y del país- y tuvo capítulos oscuros posteriores que apuntaron a tareas de “inteligencia” interna y disputas intestinas que colocaron al general César Milani en el foco de graves denuncias.
La incorporación de Beliz al equipo del nuevo presidente podría ser una señal en ese terreno. Se verá. Por ahora, Alberto Fernández ha dado algunos mensajes que asoman contradictorios. El cuidado de la ex presidente, en la línea de considerarla víctima de operaciones político-judiciales, también es un gesto potente. Las características de los proyectos que vienen, más allá de los trascendidos, expondrán objetivos y tiempos. Se conocerá entonces la real dimensión de la reforma. Y también, el mensaje a la Justicia y especialmente la señal política que buscaría trascender a sus propias filas y proyectarlo como “Presidente de la unidad de los argentinos”, según pudo escuchar todo el mundo en cadena.