Ayer ya se sentía que el aire en la Casa Rosada era distinto. Más gente en los pasillos, una mesita en la puerta de Balcarce 24 para autorizar el ingreso de los nuevos funcionarios (los que vienen de antes tienen huella dactilar registrada) y cierta ansiedad contenida de parte de quienes desde hoy tendrán oficina frente al Patio de las Palmeras. Es lo que se vio, por ejemplo, en el equipo de Vilma Ibarra, la designada secretaria Legal y Técnica, que ayer por la tarde vino a reunirse con el saliente Pablo Clusellas mientras su gente la esperaba afuera, observando fascinada lo que también se conoce como el Patio de Honor, con galerías y cielorraso de frescos y una fuente de hierro en el medio rodeada con un cantero.
Pero hoy ya se notó que volvió el peronismo. No sólo porque en la planta baja se instalaron dos carpas para dar asistencia al megaevento que tendrá lugar a partir de las 19, sino porque con esas estructuras móviles vinieron los televisores, los sillones, las mesitas y, como si fuera poco, los sandwichitos.
Parece un chiste, pero no lo es tanto. La austeridad en tiempos de Mauricio Macri fue motivo de insistentes burlas en el equipo que se fue, cuyos integrantes, incluso, llegaron a decir que para el Presidente saliente alcanzaba con una jarra de agua por reunión. O sea, ni dos ni tres: una.
Aunque también reaparecieron otros habitantes habituales en tiempos de peronismo. Por empezar, la icónica marcha peronista. Cada vez que Alberto Fernández pronunciaba un párrafo que les gustaba, empleados de la Casa Rosada salían de sus oficinas para cantar los estribillos de la marchita, con esa pasión futbolera y festiva, impulsiva, incontrolable.
Y a pesar de que les pusieron impedimentos a los periodistas para pasar por algunos sectores, todo se fue relajando con el transcurso de las horas, evitando las órdenes marciales, buscando empatizar con quienes tienen en la Casa de Gobierno su lugar de trabajo cotidiano.
Así, la Rosada está hoy alegre, desordenada, un poco caótica y pletórica de esperanza. No se ve gente enojada o de mal humor. Hay expectativa sobre lo que viene y confianza en que la Argentina se pondrá “de pie”, como fue el slogan de campaña y repitió el Presidente en su discurso en el Congreso.
Fernández ingresó por la explanada, escoltado por los Granaderos, y decenas de personas, empleados e invitados que están en la organización de la fiesta entonaron “Alberto presidente”, con inocultable euforia. Si alguien llegó al Gobierno con espíritu de venganza, en Casa Rosada todavía no entró.
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