“El gabinete está básicamente definido”, dijo ayer Alberto Fernández a la salida del departamento de Cristina Kirchner en Recoleta y el reloj empezó a marcar la cuenta regresiva.
El presidente electo terminó de conversar anoche con la ex presidenta sobre el elenco de funcionarios que lo acompañarán a partir del 10 de diciembre, en una extensa reunión de la que también participó el diputado Máximo Kirchner, que se perfila como jefe del bloque del Frente de Todos en la Cámara baja. Agustín Rossi, que actualmente ocupa ese lugar, podría tener un lugar en el gabinete.
Fernández aguarda el momento preciso para anunciar al staff de ministros y secretarios de Estado que ya tiene delineado en su cabeza, aunque hay al menos cinco nombres que, de no mediar imprevistos, tendrán un lugar de privilegio en la órbita del ex jefe de Gabinete.
Se trata de Felipe Solá, Santiago Cafiero, Eduardo “Wado” de Pedro, Claudio Moroni y Daniel Arroyo.
Solá todavía tenía en el verano aspiraciones presidenciales, bregaba por la unión de todo el arco del PJ y esperaba una señal de Cristina Kirchner en ese sentido. Pero la designación del ex jefe de ministros K como candidato lo obligó a bajarse de la pelea, aunque quedó en un lugar de privilegio en el entorno de Fernández.
En los últimos meses, el diputado empezó a tomar clases intensivas de inglés: tiene asignado el sillón que deja vacante Jorge Faurie como canciller. La semana pasada, durante la sesión de Diputados en la que se rechazó el “golpe de Estado” en Bolivia, Solá pasó entre los periodistas, antes de ingresar al Salón de los Pasos Perdidos, risueño y pronunciando palabras en inglés. Apurado, después del almuerzo que compartió con embajadores de la Unión Europea.
El ex gobernador bonaerense tiene por delante un desafío crucial: adaptar la política exterior del país a la región, convulsionada en estos tiempos, e interpretar la impronta que Fernández querrá imprimirle a su administración en el rubro política exterior, con un evidente viraje respecto a la gestión de Mauricio Macri.
El presidente electo planea, por ejemplo, desconocer la legitimidad de Juan Guaidó como jefe de Estado interino, según el rango que le otorgó Macri, tal como publicó hoy Infobae. Por el contrario, Fernández busca conversar y negociar con Nicolás Maduro.
Solá es uno de los dirigentes que acompaña con frecuencia al ex jefe de Gabinete: fue uno de los integrantes de la austera comitiva que viajó a México, su primer destino tras ganar las elecciones de octubre.
Cafiero, por su parte, conoce a Fernández desde hace poco más de dos años, pero trabaron un vínculo de confianza imperturbable desde la campaña legislativa del 2017 detrás de la candidatura de Florencio Randazzo.
El nieto del viejo dirigente del PJ es hijo de Juan Pablo Cafiero, ex embajador en el Vaticano, milita en política desde la adolescencia y trabajó en el gobierno provincial de Daniel Scioli. Su mayor deseo fue desde siempre quedarse con la intendencia de San Isidro: está a punto de convertirse en jefe de Gabinete de ministros de la Nación.
Esa es la vacante que le tiene asignada Fernández. Cafiero deberá, en esa línea, lidiar con la omnipresencia de su jefe e interactuar con figuras de peso del peronismo, como los gobernadores. Hoy ocupa ese rol, bajo el paraguas del ex jefe de gabinete, que conoce a la perfección el traje que tiene reservado para el dirigente de San Isidro.
El caso de Moroni transita por carriles más subterráneos porque Fernández no pululó junto a él aún por los pasillos del poder.
Moroni sabe de la administración del Estado: fue síndico, jefe de la AFIP y de la ANSES. Y es de confianza del presidente electo desde hace tiempo. Y sería el nuevo ministro de Trabajo a partir del 10 de diciembre, cuando la gestión entrante le devuelva a esa cartera el rango de ministerio. Fernández planea modificar la estructura de la administración pública central.
El ex titular de la AFIP -a ese lugar iría Mercedes Marcó del Pont, que ya trabaja en ese sentido- deberá lidiar con el sindicalismo y los empresarios, que el año pasado se trenzaron en el debate por la eventual reforma laboral que el gobierno saliente quiso discutir. Fernández ya dio señales de debatir reformas sector por sector. Los gremialistas, por lo pronto, adelantaron que se encaminan hacia un fin de año en paz en materia de reclamos.
Lo mismo sucede con los movimientos sociales con los que tendrá que negociar el diputado Arroyo, a quien el presidente electo ya confirmó como ministro de Desarrollo Social, un rubro que conoce por su paso por el edificio de la avenida 9 de Julio en gestiones pasadas.
Arroyo, según todos los actores sociales, tiene buenas intenciones. Pero tiene un desafío mayúsculo: deberá convivir en el ministerio con el resto de los dirigentes que conforman la alianza de gobierno, en especial las agrupaciones sociales, que cuentan con actores de peso como Juan Grabois o Emilio Pérsico. ¿Quién va a conducir un área tan sensible como esa?
Hace algunas horas, Arroyo adelantó cómo será el funcionamiento de la tarjeta alimentaria que el nuevo gobierno planea impulsar a partir del 10 de diciembre, con un beneficio para “2 millones de personas”. El diputado fue uno de los principales integrantes de la mesa que Fernández convocó la semana pasada para “combatir el hambre”. Y que contó con variadas presencias: desde Estela de Carlotto hasta Marcelo Tinelli.
En cuanto a “Wado” De Pedro, su nombre es número puesto para el Ministerio del Interior que hoy conduce Rogelio Frigerio -con quien tiene diálogo- y que sufrirá modificaciones en su estructura.
De Pedro es uno de los lugartenientes de la agrupación La Cámpora, tiene línea directa con la ex presidenta y construyó una relación sólida con Fernández: fue parte del equipo que lo asesoró en los dos debates presidenciales, y tiene buena llegada a la Justicia federal.
Es, de hecho, un interlocutor habitual de Axel Kicillof, y su nombre llegó a sonar para ocupar el gabinete bonaerense del ex ministro de Economía.
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