María Eugenia Vidal se dedica a contener a su tropa y busca liderar a la oposición bonaerense desde el llano

En su entorno hay inquietud por la etapa que se avecina. Y por el futuro de una lista considerable de dirigentes que no saben de qué van a trabajar a partir del 10 de diciembre. La gobernadora, que bajará el perfil este verano, ya recibió múltiples ofertas del sector privado

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María Eugenia Vidal la noche de las elecciones: hubo llantos y gritos de "¡vamos a volver!" (Nicolás Stulberg)
María Eugenia Vidal la noche de las elecciones: hubo llantos y gritos de "¡vamos a volver!" (Nicolás Stulberg)

La noche del domingo 27 de octubre, la cabeza de María Eugenia Vidal fue una montaña rusa.

Cuando bajó del escenario, después de su discurso de derrota, se encontró a su amiga Carolina Stanley. Se fundieron en un abrazo. Lloraron sin consuelo unos segundos eternos. Al rato, la gobernadora reunió a su gabinete. Les agradeció por el trabajo. Uno a uno. Terminó a los saltos, eufórica, junto a ellos: “¡Vamos a volver!”, cantaron en los salones reservados del búnker de Costa Salguero. Se fue a dormir temprano.

Esa noche, Vidal entendió que tenía que empezar a hacer como opositora lo que no había hecho en cuatro años como oficialista: liderar un proceso de construcción política que le permita posicionarse como la contracara de Axel Kicillof. Desde el llano. Con una larga lista de reproches internos.

Las últimas dos semanas, la gobernadora dedicó su agenda casi con exclusividad a contener a la tropa propia que empezó a cuestionar su liderazgo. Para muchos dirigentes bonaerenses, concertar una cita con ella fue en estos años una hazaña. “Hablen con Fede”, contestaba Vidal en alusión a Federico Salvai, su mano derecha, el jefe de ministros que se encargó de alambrar la toma de decisiones.

La semana pasada, la gobernadora recibió a solas a varios de sus funcionarios. Ministros y secretarios bonaerenses. Les pidió no contestar las críticas “del primer piso de la Casa Rosada”, una obvia referencia a Mauricio Macri y Marcos Peña, que no disimulan su fastidio con la campaña de la provincia de Buenos Aires. Del encuentro que el Presidente y Vidal mantuvieron en el despacho del jefe de Estado en los días previos a las elecciones no trascendieron demasiados detalles. Pero hay coincidencias de fuentes oficiales en que fue duro.

Es que entre La Plata y la Casa Rosada el vínculo quedó seriamente dañado. Vidal y sus íntimos creen que el Gobierno nacional no hizo demasiado por ayudarla. Todo lo contrario. Macri y los suyos, en tanto, consideran que la campaña bonaerense podría haber sido más efectiva. La crisis no fue solo económica: también fue política.

Con un condimento extra: horas antes, Macri había recibido a su primo Jorge, al que envalentonó junto a Peña de arrancar a disputarle a la gobernadora el liderazgo en territorio bonaerense. Precoz y voraz como suele ser, el intendente de Vicente López no esperó ni a salir de la Casa Rosada: en la sala de periodistas, con la derrota provincial todavía caliente, pidió una construcción colectiva. Después se lo repitió a la gobernadora en un apartado de la reunión con intendentes de La Plata, hace dos jueves. Un cara a cara áspero.

Los intendentes del Gran Buenos Aires que retuvieron sus distritos están expectantes por la conducción de la oposición provincial. Con Vidal en la cabecera, creen que la mesa en la que se sentarán a discutir la política a partir de diciembre será rectangular u ovalada. Pero no más cuadrada.

María Eugenia Vidal y Axel Kicillof (Prensa Kicillof)
María Eugenia Vidal y Axel Kicillof (Prensa Kicillof)

El miércoles, Vidal encabezará su última reunión de gabinete ampliado en el salón de usos múltiples de la gobernación, en La Plata, frente a cientos de funcionarios. Más tarde, liderará un encuentro de dirigentes “sin tierra”: se apuró en convocarlo porque Jorge Macri había lanzado una citación similar para el jueves.

En un sector del gabinete bonaerense no cayó bien la filtración en torno a Salvai y su futuro como cabeza de un estudio jurídico que planea abrir en sociedad con Gustavo Ferrari. Ultiman detalles en la Inspección General de Justicia (IGJ).

“Tal vez no se comunicó del todo bien”, explican colaboradores de Salvai en alusión a la oficialización de su eventual alejamiento de la política, que no será tal pero que algunos miran con recelo. La derrota sacó la mugre de debajo de la alfombra. El jefe de ministros tiene argumentos para defenderse: en las buenas, nadie había puesto en duda la estrategia política. Al menos dentro del vidalismo. “Creíamos que Vidal se comía a los chicos crudos, y no fue así”, admite un dirigente.

En el vidalismo hay inquietud por la etapa que se avecina. Y por el futuro de una lista considerable de dirigentes que no saben de qué van a trabajar a partir del 10 de diciembre.

De su círculo íntimo, la gobernadora pidió solo por Ferrari, que no será ministro de Justicia de Horacio Rodríguez Larreta porque al final el jefe de Gobierno decidió no desdoblar esa área de Seguridad. La idea había perdido fuerza en los últimos días.

Ayer, Rodríguez Larreta y Ferrari se encontraron durante un rato al calor del sábado. Acordaron que el ministro será “una fuente de consulta externa del jefe de Gobierno en temas judiciales, sin la necesidad de ocupar un cargo en el gabinete", según pudo saber este medio. Se reunirán unas dos veces por meses. Para apuntalar el proyecto presidencial del alcalde. Ferrari tiene estrechos vínculos con la Justicia federal porteña -Comodoro Py-.

Cristian Ritondo, por su parte, se muda a la Cámara de Diputados. Alex Campbell será diputado bonaerense, en un bloque que, sin desprendimientos, tendrá mayoría para obligar a Kicillof a negociar sí o sí con Vidal. El radical Maximiliano Abad se encamina a liderar la bancada, que todavía no definió una estrategia propia: la mayoría de los nuevos legisladores están más pendientes del despacho, el chofer y la secretaria que les serán asignados. Ya habían arreciado las críticas por los cierres de listas antes de las primarias.

María Eugenia Vidal y su mano derecha, Federico Salvai (Télam)
María Eugenia Vidal y su mano derecha, Federico Salvai (Télam)

En el resto de la dirigencia bonaerense reina el desconcierto. Aún no empezaron las negociaciones entre el vidalismo y Kicillof y el PJ por los sillones que le corresponden a la oposición en los organismos descentralizados y en lugares claves de la política provincial como el Banco Provincia y las empresas de ese grupo. Por lo pronto, Gastón Fossati, de ARBA; Felipe Hughes, director del BAPRO, y Raúl Piola, presidente de Provincia NET, los tres del riñón de Salvai -Hughes es su concuñado-, vuelven a la actividad privada.

En el gobierno nacional, sin embargo, el panorama no es muy distinto. De sus más íntimos, el Presidente solo pidió por Pablo Clusellas, que iría a la Auditoría de la Ciudad. Peña podría irse un tiempo a estudiar fuera del país. El mismo destino que algunos de los de su equipo, como Jesús Acevedo, Lucía Aboud o Julieta Herrero, que planean irse a Europa por unos cuantos meses.

“No sabemos con qué ánimo va a llegar Kicillof. Lo miramos con preocupación. Por ahora, la transición es cordial y va bien”, resaltan en el entorno de la gobernadora. Hacia el final de la semana, Salvai y Carlos Bianco, que no sabe si será jefe de ministros o ministro de Gobierno de Kicillof, volvieron a cruzarse mensajes de WhatsApp.

Vidal, en tanto, tiene previsto bajar severamente el perfil en el verano. Ya le llegaron un buen número de ofertas para dar conferencias en el exterior que se pagan en dólares. Y ofrecimientos de consultoras privadas para convocarla a proyectos vinculados con la gestión del Estado. Aún no avanzó demasiado con la fundación que, dicen a su lado, planea liderar.

A la gobernadora saliente también le hicieron llegar después de la derrota mensajes de aliento de empresarios de primera línea, que se pusieron a disposición. Antes de la campaña, el círculo rojo la había elegido como el plan de emergencia ante un Macri absorbido por la feroz crisis económica que no logró reaccionar frente a la decisión de Cristina Kirchner de declinar su candidatura, de posicionar a Alberto Fernández y avanzar en la unidad del PJ, un escenario atípico para Cambiemos.

Vidal no lo podía decir en público, pero estaba dispuesta a ponerse el traje de candidata presidencial. De hecho, no quería volver a reelegir como gobernadora. Después, no le quedó alternativa. Jugó para ganar. Perdió. Se quedó sin nada. Y su figura dejó de ser inmaculada. Ahora tiene el desafío de liderar desde el llano. Un rol en el que hasta ahora no había incursionado.

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