Arrancaba febrero y la tensión no daba tregua. La convulsión de los últimos días de 2001 amenazaba con regresar en cualquier momento. El presidente Eduardo Duhalde no ocultaba su desesperación por conseguir el aval de la Justicia a la pesificación de las deudas y los depósitos. Y, en ese contexto, la única certeza era que para lograrlo parecía valer todo.
Entre todos los frentes abiertos, la pulseada principal que libraba el nuevo presidente era con los integrantes de la Corte Suprema. En especial con los integrantes de la llamada “mayoría automática” del menemismo, los cinco jueces que habían fallado siempre en sintonía con los intereses de Carlos Menem. Ellos eran Julio Nazareno, Eduardo Moliné O’Connor, Antonio Boggiano, Guillermo López y Adolfo Vázquez. Los cinco, junto a Carlos Fayt, acababan de sacar el fallo “Smith”, que declaraba la inconstitucionalidad de las restricciones para retirar los depósitos bancarios dispuestas durante el final del gobierno de Fernando de la Rúa.
La reacción del Gobierno fue impulsar los distintos pedidos de juicio político que se acumulaban desde hacía un tiempo en la Cámara de Diputados. Mientras unos y otros cruzaban declaraciones de guerra a través de los medios, Duhalde les encargó una misión secreta a sus principales referentes en el Congreso: el senador riojano Jorge Yoma, el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño, y el titular del bloque del PJ, Humberto Roggero. Les pidió que convencieran a los jueces de la Corte para que frenaran los amparos judiciales que les permitían a los ahorristas recuperar los dólares atrapados en los bancos.
Yoma se tomó muy en serio el encargo presidencial. Lo primero que hizo fue comunicarse con el poderoso administrador general de Corte, Nicolás Reyes, y le propuso armar una cena en su casa para discutir el tema. Así se hizo. El riojano encargó la comida al Club Sirio y recibió en su departamento de Olleros al 1800 a Reyes y a cuatro de los jueces del máximo tribunal: Nazareno, Moliné (que fue con su hijo Santiago), Vázquez y López. En representación del Gobierno acompañaron a Yoma, Camaño y Roggero.
La comida árabe no alcanzó para calmar los ánimos y los cruces fueron subiendo de tono. Los legisladores peronistas pedían tiempo para buscar una solución definitiva para los ahorristas y los jueces reclamaban que se archivaran los pedidos de juicio político. No había forma de avanzar. “Ellos decían que los estábamos persiguiendo. Y nosotros les respondíamos que íbamos a ser objetivos y que sólo se iban a mantener los juicios políticos que tuvieran fundamento. Pero fue una reunión muy tensa. En esa época no había ninguna reunión que no fuera tensa”, recuerda Roggero en diálogo con Infobae."El más duro era Moliné. Era casi una extorsión. Nos decían 'o nos levantan los pedidos de juicio político o volteamos la pesificación", cuenta Yoma al revivir el encuentro en su departamento.
Las horas transcurrían sin acuerdo y el presidente del bloque del PJ en Diputados estaba cansado. Les dijo a Yoma y a Camaño que aceptaría lo que ellos resolvieran y se fue. Pero unos minutos después, desde la calle, llamó a Yoma a su celular para avisarle que un equipo de Crónica TV hacía guardia en la puerta de su casa. El anfitrión les transmitió la alerta a sus invitados y la tensión se transformó rápidamente en pánico. Eran tiempos de escraches y cacerolazos. A media cuadra de allí, en la esquina de Olleros y Soldado de la Independencia, solía reunirse un grupo de ahorristas perjudicados por el corralito. Yoma se los imaginó tirando piedras contra su edificio. Y volvió a moverse rápido.
Llamó al “Gringo” Palacios, su chofer, y le ordenó que fuera a sacar la fila de asientos del medio de la Caravan verde de vidrios polarizados estacionada en la cochera del subsuelo. Los jueces comenzaron a bajar en tandas por el ascensor de servicio. Todos menos Vázquez, que se negó a escaparse escondido y salió caminando por la puerta principal. Los demás se acomodaron como pudieron, encimados, en el piso de la camioneta. “Imaginate a los jueces de la Corte uno arriba del otro. Reyes apoyado en las rodillas de Nazareno, una locura”, ríe Yoma desde Lima, mientras se prepara para abandonar la embajada argentina en Perú para regresar al país a hacer política.
Cuando todo estuvo listo, el chofer puso primera y subió la rampa de la cochera a máxima velocidad. Los jueces no pudieron verlo, pero en la puerta no había ningún periodista ni ninguna cámara de televisión. Casi 18 años después, Yoma sigue convencido de que se trató de una broma de Roggero. El ex diputado lo niega. “Cuando salí había dos muchachos filmando. Al principio pensé que eran de Crónica TV, pero después me pareció que no. Quizás eran de algún servicio de inteligencia”, arriesga ahora. Lo cierto fue que, superado el susto y la incomodidad de estar apilados en el piso de la camioneta, el chofer se encargó de llevar a cada uno a su casa.
Lo que sucedió después es historia conocida. Con el correr de los días, el gobierno de Duhalde bajó la presión sobre los jueces del máximo tribunal y logró evitar un fallo dolarizador. Los integrantes de la “mayoría automática” consiguieron una vida más y permanecieron en sus cargos. Hasta que Néstor Kirchner llegó al Gobierno y eligió a esos cinco jueces como enemigos. Ahí sí los juicios políticos avanzaron a fondo. Y en ese proceso, el que jugó un rol clave ya no fue Yoma sino otro senador peronista: Miguel Angel Pichetto. El ex compañero de fórmula de Mauricio Macri fue el encargado de reunirse en nombre del gobierno de Kirchner con cada uno de los cortesanos para tratar de conseguir sus renuncias. Lo logró con tres de ellos: Nazareno, López y Vázquez. Moliné y Boggiano, en cambio, enfrentaron el juicio político hasta el final y fueron destituidos.