“Le pedimos a Alberto Fernández y a Kicillof que nos reciban”. El pedido no llega por nota sino que suena en un parlante instalado en la Plaza de Mayo. Son los delegados de una papelera de Bernal cerrada hace un mes, que como parte de su protesta incluyen dureza contra el gobierno que se va y demanda directa al gobierno que viene, y sorprenden a la gente que pasa por allí entregando servilletas y papel higiénico para difundir su reclamo. Por supuesto, no son parte del gremialismo tradicional, pero son parte del complejo cuadro sindical que asoma, mayoritariamente enrolado con el peronismo y el kirchnerismo, aunque lejos de la unidad orgánica dibujada en el discurso.
La protesta de trabajadores de la firma Kimberly Clark, papelera que bajó las persianas en una de sus tres plantas argentinas, también cuestiona a la conducción de su gremio. Es, si se quiere, una imagen que combina la mirada del sindicalismo de izquierda tradicional –que disputa internamente y compite en la calle, como sus expresiones piqueteras- y un paisaje de dificultades vinculadas con la crisis y con procesos de reconversión. Es un componente del problema que debe atender –y contener- el sindicalismo estructurado, junto con los salarios: la pelea con la inflación es difícil de sostener aún para los gremios que lograron cláusula gatillo. Pocos empatan o ganan frente al vértigo de los precios.
Alberto Fernández expondrá esta semana antes los jefes sindicales de la CGT. La cita está prevista para el viernes y si no hay cambios, además de los titulares cegetistas, Héctor Daer y Carlos Acuña, estará presente buena parte de la constelación gremial, es decir, secretarios generales reunidos en plenario. Sería una entrega por anticipado del respaldo al pacto social que trabaja el presidente electo: su equipo analiza cómo darle una trascendencia que supere los límites de un acuerdo de precios y salarios. Tanto anticipo por ahora está generando un “colchón” de aumentos de precios que se alimentan y a la vez se nutren de la escalada inflacionaria. Tema inquietante para los jefes cegetistas.
Sin embargo, esa puesta sobre el escenario emerge con interrogantes. Presencias o posibles ausencias, y algunas señales y discursos previos contradictorios. En conjunto, indican al menos dos cosas: que las disputas internas del sindicalismo no están del todo saldadas y sumarían nuevos factores –por el juego de poder ya abierto en torno al nuevo gobierno-, y que las expectativas sobre una recomposición del poder adquisitivo deberían ser manejadas con cautela, aunque hay voces disonantes.
Las principales dudas aluden a las presencias de Hugo Moyano y su sector, heterogéneo. También a Luis Barrionuevo. Indicadores de las dificultades para una convergencia como la que permitió –precariamente, según se vio- reconstruir una conducción única aunque sin un solo jefe en la CGT. Daer se mantiene en base a su armado con los llamados gordos, independientes y hasta no alineados. Tiene además relación directa con el presidente electo. Acuña mantiene su cuota de espacio, en idas y vueltas con el jefe gastronómico.
Ese estado de cosas, antes que divergencias conceptuales, se expresa por debajo del discurso unitario repetido en respuesta al pedido de convergencia hecho por Alberto Fernández. Sectores cercanos a Moyano nutrieron el encuentro celebrado 48 horas después del triunfo electoral, en Tucumán y por el segundo mandato de Juan Manzur. Pero el jefe camionero no asistió a ese primer acto del presidente electo. Dicen que faltó con aviso y ahora dicen que estaría en duda su presencia el viernes en la CGT, al igual que Barrionuevo.
El punto sería cuánto se juega en la pelea por la interlocución con Fernández. En otra escala, los recelos alcanzarían también al porteño Víctor Santa María. Pero el caso de Daer es mayor porque no juega como dirigente del PJ sino como jefe sindical. Eso pesa en el interior cegetista, mientras hacia afuera se ve muy lejana una real confluencia con las otras organizaciones sindicales. A la competencia por la relación de las dos CTA con el kirchnerismo duro –central en el juego del Frente de Todos- se suman viejas facturas y previsibles desequilibrios en una hipotética unidad orgánica con la CGT.
Los jefes sindicales asumieron hace ya muchos años la declinación de su peso en las listas de candidatos a cargos legislativos. También, en la formalidad del PJ. Asimilan que no estará en manos propias el principal despacho de un recreado Ministerio de Trabajo –no se discute a Claudio Moroni, viejo colega y amigo de Fernández desde otras gestiones peronistas-, aunque operarían por otros cargos y no perderían de vista los organismos que involucran los fondos de obras sociales.
Las otras miradas sobre los equipos que vienen, como siempre y más aún con una administración del mismo color partidario, se vinculan además con los rubros de influencia de los principales jefes gremiales. Traducido a estos tiempos: salud, transporte, planes de obras públicas, administración estatal, entre otros.
En cualquier caso, y lejos de épocas de esplendor, la base de poder propio para sentarse en la mesa grande del gobierno que viene –con distintos anclajes en un frente político en el que pesa Cristina Fernández de Kirchner- sigue siendo la capacidad de contención social y de manejo del conflicto. También a diferencia de las épocas de esplendor, no son los únicos en ese tablero.
Daer y su tejido interno, se ha dicho, tienen relación directa con el esquema albertista y del peronismo más tradicional. Moyano logró recomponer puentes con la ex presidente, en base al trabajo de otros jefes sindicales de peso, empezando por el SMATA, y de algunos operadores políticos, entre ellos Eduardo Valdés, muy ligado al circuito del presidente electo. Otros gremios duros, bancarios por ejemplo, y desmarcados, como taxistas y parte de los ferroviarios, convergen por distintas vías hacia el acto cegetista. Barrionuevo ha dado muestras suficientes de sus habilidades para tejer y destejer.
En conjunto, expresan olfato por lo que viene pero no necesariamente compromiso de unidad. Hay gestos de baja conflictividad y de acompañamiento a la propuesta de pacto de Alberto Fernández. Lo dijo Daer, tratando de bajar expectativas salariales. Menos cuidadoso fue el titular de la UTA, Roberto Fernández, que recomendó “darle a la maquinita” de los pesos como arranque de gestión. Hugo Yasky y Roberto Baradel, de una CTA, también desalientan reclamos. Y desde la otra CTA, con Hugo “Cachorro” Godoy en primera línea, reforzaron sus gestos al kirchnerismo y sorprendieron con una foto de alineamiento y compromisos con Nicolás Maduro.
Un paño con muchos y disimiles jugadores.
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