Mauricio Macri recorre los pasillos de la Casa Rosada con gesto benévolo y de vez en cuando se mira las manos: tiene los arañazos y los rasguños que acumuló en los 32 actos que protagonizó en la marcha “Si se puede”. Macri está en paz con su autoestima y en la charlas íntimas con sus ministros y secretarios hace un balance sobre la actual situación política y económica, y planifica su futuro como líder de la oposición apalancado sobre los diez millones de votos que obtuvo en los comicios del 27 de octubre.
El Presidente fue una sombra en las cuarenta y ocho horas posteriores a las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). No sólo sufrió el desengaño de las encuestas fallidas, además Juntos por el Cambio se transformó en una batalla campal que retrasó la respuesta política necesaria para recuperar la iniciativa ante Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner.
Macri no comulgaba con los actos y los discursos de barricada. Siempre optó por los formatos TED 360 y fue una novedad que aceptara recorrer las rutas provinciales y protagonizar un acto masivo con el obelisco a su espalda. Esa tarde, el presidente hizo las paces definitivas con Marcos Peña, su jefe de Gabinete y su principal asesor electoral.
“Sacamos dos millones de votos más que en las PASO, y ellos pensaban que nos pasaban por encima y se quedaban con más del 50 por ciento del electorado”, reflexiona el Presidente en su despacho de la Casa Rosada. Y remata: “No llegaron al 50 por ciento, no tienen mayoría en la Cámara de Diputados, y nosotros tenemos un buen bloque en el Senado”.
Esta descripción de Macri apunta a otra decisión personal que sorprendió adentro de Cambiemos. En la coalición de Gobierno se pensaba que el jefe de Estado pasaba a cuarteles de invierno, y que ya había que transmitir al establishment que el 10 de diciembre se iniciaba el postmacrismo.
Al parecer, se equivocaron: “No me voy a Cerdeña, ni a Madrid a vivir. Me tomaré unos días, y vuelvo a la Argentina. No hay postmacrismo. Hay Macri en la oposición”, aseguró el mandatario cuando las versiones sobre su retiro eran comentario obligado en las tertulias de Balcarce 50 y en la intimidad del círculo rojo.
Macri se hace cargo de la crisis económica y financiera, pero también está satisfecho con la situación de los mercados después de su derrota ante la fórmula Fernández-Fernández de Kirchner. El presidente temía una hecatombe en la city y una caída vertical de los bonos que cotizan en el exterior.
Las medidas diseñadas el domingo de la derrota van en contra de su mirada ideológica de la economía global, pero con el tiempo entendió que muchas veces se gobierna sólo con la ética de la responsabilidad. Macri considera que la transición presidencial es una parte importante de su legado, y se recuesta sobre la construcción filosófica de Max Weber para justificar una decisión de poder que no pertenece a su pensamiento político.
Hasta ahora está conforme con la transición que lidera con Fernández, y aguarda que el presidente electo acerque -este viernes- a sus nuevos representantes que solicitarán en los distintos ministerios la información necesaria para sus planes de gobierno. “Voy a colaborar con Alberto, yo no soy Cristina”, contestó Macri cuando le preguntaron qué limite impondrá al peronismo en la transición.
El Presidente asume que sufre las consecuencias del pato rengo (un líder sin poder) y que el paso del tiempo hacia la asunción de Fernández irá extinguiendo sus reuniones con el establishment y el poder. Sin embargo, Macri sonríe cuando piensa en el final de su mandato: sabe que puede conjurar el maleficio de los 91 años.
Es que Marcelo Torcuato de Alvear (1928) fue el último presidente no peronista que concluyó sin inconvenientes todo su tiempo constitucional. Y a continuación será Macri: el único presidente que se presentó y no logró su reelección desde 1983 hasta ahora.
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