Horacio Rodríguez Larreta quería revalidar su independencia política desde hacía rato.
La primera vez había sido en el 2015, una vez que se quedó con la sucesión porteña con el apoyo explícito de Mauricio Macri en desmedro de Gabriela Michetti, que por esos años todavía se paseaba como una de las promesas del PRO. “Nunca más voy a ser empleado”, les dijo en aquel momento a algunos de sus dirigentes de confianza. Volvió a repetir la frase más de una vez.
Consumada la reelección local, que el jefe de Gobierno alcanzó con un apabullante e inédito operativo logístico para el que no escatimó ninguno de los recursos del Estado porteño, Rodríguez Larreta empezó a trabajar anoche mismo en su proyecto presidencial, la mayor de sus obsesiones. Pendiente de Macri, que a pesar de la derrota recibió un respaldo electoral tan inesperado como la victoria apabullante de agosto de Alberto Fernández.
Es la primera vez que un jefe de la Ciudad consigue ser reelecto en primera vuelta. Nunca había pasado. Una victoria atravesada para colmo por una cruda realidad económica. En la cúpula del Gobierno local querían evitar a toda costa la posibilidad del balotaje, hacia la segunda quincena de noviembre.
Por las dudas, Rodríguez Larreta tenía preparada su agenda de la próxima semana por si Matías Lammens forzaba al final una segunda vuelta. Y tenía preparado un discurso alternativo para ese hipotético escenario. Al mediodía, antes del almuerzo familiar en el departamento de la avenida Libertador, el jefe de Gobierno ensayó con sus colaboradores más cercanos el monólogo que al final brindó sobre el escenario de Costa Salguero. Confeccionado por sus equipos de comunicación y campaña, liderados por Karina Fernández y Eduardo Machiavelli, y la pata política de Diego Santilli.
Metódicos, en el larretismo no dejaron nada librado al azar. Hubo militantes de la Ciudad en el centro del pabellón de Costa Salguero. El jefe comunal apareció con una remera con la palabra “gracias” estampada en el pecho y en la espalda. Después de los festejos, habló por teléfono con Lammens, Matías Tombolini y Gabriel Solano.
Rodríguez Larreta había aprovechado la campaña para aceitar, acomodar y renovar sus vinculaciones, en línea con las versiones sobre el “pos macrismo”, una suerte de nuevo ámbito partidario que empezó a filtrarse desde las propias entrañas del PRO después de las PASO. Los portavoces de esas divulgaciones se encargaron de aclarar durante semanas que Macri y su jefe de ministros, Marcos Peña, no tendrían lugar. “La mesa de los moderados”, la bautizó uno de ellos.
A Macri, esos trascendidos no le causaron nada de gracia. Y contestó con una caravana por el interior del país que convocó a cientos de miles de personas. La Casa Rosada se ocupó, entonces, de radicalizar a sus votantes. De rodear al Presidente de una masa de votantes para mantenerlo, después de diciembre, como el líder de la oposición, en el centro de la escena. Aún con las complejas variables económicas y sociales que deja tras sus cuatro años de gobierno.
“¿Cuántos presidentes del mundo se van con el 40% de los votos, una recesión de un año y medio y una inflación mayor al 50%?”, se preguntaba anoche uno de los ministros más encumbrados del gabinete nacional.
En privado, según pudo reconstruir este medio, Rodríguez Larreta aseguró en estas últimas semanas que Macri necesitará “encontrar su rol”. La relación personal entre el Presidente y el jefe de gobierno es sólida desde hace más de una docena de años. Pero fue corroída, en el último año y medio, por la crisis político y económica que hizo metástasis en el interior de la coalición de gobierno.
“Mauricio es el pasado”, le llegó a confesar el alcalde a un intendente del Gran Buenos Aires días después de las PASO, en plena ebullición interna, cuando se empezaba a discutir la estrategia de corte de boleta en el corazón del conurbano. Y en medio de la filtración más descarnada de las versiones sobre el “pos macrismo” sin Macri ni Peña.
“Esto recién comienza. Nos estamos comprometiendo a seguir trabajando por el futuro de los argentinos, ejerciendo una oposición sana, constructiva y responsable. La argentina que viene nos necesita a todos, poniendo lo mejor de cada uno”, dijo Macri ayer en su discurso de cierre, con el resultado puesto. Moderado, como les gusta a los promotores del “pos macrismo”. El Presidente no nombró a Peña. Y felicito a Rodríguez Larreta, “un justo reconocimiento a un hombre dedicado”.
Durante el desayuno del sábado 17 de agosto, una semana después de las primarias, el jefe porteño y la gobernadora María Eugenia Vidal fueron a “Los Abrojos”, la quinta de la familia Macri, a pedir expresamente la renuncia del jefe de Gabinete. Peña no debía participar de ese desayuno. Pero Macri los esperó en compañía del funcionario. El vínculo entre los cuatro principales dirigentes del PRO quedó herido desde ese momento.
Rodríguez Larreta no tiene el carisma de Vidal, su socia, a pesar de que hasta hace un tiempo consumió horas y horas en la escuela de teatro de Cecilia Maresca, su actriz preferida. Pero tiene un método de construcción política que la gobernadora saliente nunca pudo ni quiso poner en práctica. Anoche, había fuertes críticas internas al estilo de conducción de la mandataria.
El jefe porteño, en tanto, le cedió las listas al socialismo, a la UCR local de Enrique Nosiglia, a la Coalición Cívica de Elisa Carrió, a Daniel Angelici y a Graciela Ocaña, entre otros dirigentes. Acordó, por ejemplo, un pacto de fiscalización para los barrios del sur con Luis Barrionuevo, el sindicalista que fue blanco de denuncias de la ex titular del PAMI y ex ministra de Salud.
El jefe de Gobierno alimenta todos los vínculos que puede. Se ocupa de la contención de Carrió. Antes del cierre de listas, se fue en persona hasta Exaltación de la Cruz para avisarle que le daría la tercera candidatura a diputado a Emiliano Yacobitti, en la boleta que encabezó Maximiliano Ferraro.
Empezó a robustecer la relación con Nosiglia, principal promotor de Martín Lousteau. Y tiene aceitado el nexo con Juan Manuel Olmos, del PJ porteño, muy cercano al presidente electo.
Nicolás Caputo, el más íntimo de los amigos del Presidente, lo respeta.
Con Patricia Bullrich, la ministra más popular entre el votante duro del PRO, ya entabló conversaciones para trabajar juntos. Bullrich avisó que será leal a Macri hasta el 10 de diciembre. Pero después buscará hacer carrera en la Ciudad.
Con Emilio Monzó almorzó por última vez hace dos viernes, en un restaurante de moda sobre la avenida Libertador. “El 10 de diciembre empieza a nacionalizar su discurso”, dijo entre sus íntimos el titular de la Cámara de Diputados después del ante último almuerzo entre ambos. El jefe porteño fue vital para la contención del titular de la Cámara de Diputados en el peor momento del vínculo con la Casa Rosada. Ambos se imaginan sentados en la misma mesa después del 10 de diciembre. Aunque el dirigente peronista está apurado por su entorno respecto a cómo pararse, y desde qué lugar, frente al próximo gobierno del PJ.
Hay dirigentes del PRO que, sin embargo, le reprochan a Rodríguez Larreta haber sido funcional a las medidas adoptadas por Macri durante su administración en estos cuatro años. Así como desde septiembre del año pasado presionó por la salida de Peña y por el descabezamiento de algunos funcionarios, el alcalde fue el impulsor de los nombramientos de Mario Quintana -es el padrino de su hija menor- y Gustavo Lopetegui. Señalados ambos como responsables primarios del modelo de gestión que desembocó en la feroz crisis económica.
En lo local, hay amigos del jefe comunal que creen que necesitará darle más volumen político a su gabinete, que flaquea en algunos de sus ministerios, si quiere darle forma a su proyecto presidencial.
Está casi decidida la incorporación de Gustavo Ferrari: planea desdoblar Seguridad y Justicia y darle esa última cartera al ministro bonaerense, un acuerdo sellado con Vidal.
Ferrari le calza justo a Rodríguez Larreta: por lo pronto, tiene buena llegada a los tribunales federales de Comodoro Py 2002, y estrecha relación con un buen número de los jueces que habitan ese edificio y que desde las primarias de agosto empezaron a mirar con ganas algunos expedientes que involucran al macrismo. El juez Claudio Bonadio, por ejemplo, había pedido a mediados de agosto información para saber cómo fue la licitación del Paseo del Bajo, una obra emblemática para la administración local.
El alcalde empezó a juntarse en los últimos tiempos con dirigentes de peso que fueron desechados por Macri. A uno de ellos, un hombre que fue clave en el armado político y financiero de la campaña del Presidente, le pidió que oficiara de nexo con intendentes de la provincia de Buenos Aires. Quedaron en hablar más adelante.
Rodríguez Larreta nunca habló con Alberto Fernández. Cuando el presidente electo dejó la Jefatura de Gabinete, en julio del 2008, el PRO recién comenzaba a acomodarse en la Ciudad. El jefe de Gobierno sí recuerda la mala convivencia entre Macri y el kirchnerismo.
Su segundo mandato porteño, y su proyección nacional, dependerán de la suerte de Alberto Fernández. De las negociaciones con la administración nacional. De los reacomodamientos internos. Y de lo que haga a Macri a partir del 10 de diciembre.
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