No tienen una foto juntos y nunca compartieron un programa de televisión. Tampoco participaron de un debate político, ni de un viaje al exterior para representar a la Argentina. Mauricio Macri y Alberto Fernández tienen vidas paralelas que el debate presidencial obligó a cruzar, pese a la escasa voluntad que ambos candidatos tienen de compartir un espacio común. Macri y Fernández se recelan y se menosprecian mutuamente, y en Santa Fe pondrán a prueba su carácter y su training actoral: frente a millones de televidentes, no tendrán alternativa que sonreír con diplomacia y estrechar las manos.
En 2003, antes de la asunción de Néstor Kirchner, Macri intentaba enhebrar una coalición política que tuviera posibilidades de acceder a la jefatura del Gobierno porteño. Las negociaciones avanzaban, pero el entonces presidente de Boca Juniors sacó bolilla negra a Víctor Santa María, un líder gremial con vocación de poder y muchísimo interés en los medios de comunicación. Santa María negociaba en nombre de Fernández, y todo se fue a pique con la decisión de la jueza electoral María Romilda Servini de Cubría, postergó los comicios.
A partir de ese momento, las trayectorias políticas de Macri y Fernández se distanciaron para siempre. El presidente no logró alcanzar la jefatura de Gobierno en 2003, fue electo diputado nacional en 2005, y finalmente llegó a la Ciudad en 2007, con una reelección que lo puso camino a la Casa Rosada.
Mientras tanto, Fernández asumía como jefe de Gabinete de Kirchner. Pieza clave del gobierno peronista, Fernández renuncia en la presidencia de Cristina Kirchner tras el conflicto por la resolución 125 que abrió una crisis política con el campo y la oposición. Desde ese momento, el candidato se refugio en su estudio de abogados, en sus clases en la facultad de derecho de la UBA y en construir una alternativa partidaria distinta al kirchnerismo.
No hubo una batalla puntual, ni un acontecimiento preciso. Parece un asunto de piel, de ideología, de cómo ambos entienden al poder y la política. Macri jamás elogió a Fernández, al margen de las obvias declaraciones periodísticas que tuvo que hacer después de su derrota en las PASO. Y Fernández nunca pudo expresar una cualidad favorable de su adversario electoral, aunque las circunstancias mediáticas así lo ordenaran.
Los resultados en las PASO obligaron a un acercamiento vía telefónica entre Macri y Fernández. Fue una proeza de diplomacia política que ejecutaron Rogelio Frigerio -ministro del Interior- y Santiago Cafiero -probable jefe de Gabinete del Frente de Todos-, ante la crisis de los mercados, la inflación galopante y un sistema institucional que empezaba a crujir.
Pero esa proeza de realpolitik duró apenas un puñado de llamadas por celular. Macri y Fernández avanzaban dos pasos, y luego iniciaban un juego de chicanas interminable que conducían a la nada. El presidente dejó de llamar, y el candidato presidencial no asumió la iniciativa. Ambos contrincantes se pintaron la cara y volcaron su energía a la campaña electoral, que se mueve del norte al sur de la Argentina.
Macri y Fernández, cada uno con su estilo, se entrenó para el debate de Santa Fe. El presidente tiene los argumentos de su gestión, el candidato presentará sus propuestas y criticará al gobierno de Cambiemos. Todo eso está en la hoja de ruta que se preparó en cada uno de los comité de campaña.
Macri y Fernández asumen que su saludo mutuo ocupará la atención de los medios y las redes sociales. Serán solo segundos en una noche larga cargada de tensión electoral. Van con guión acotado: solo saben que tienen que darse la mano. La sonrisa es opcional.
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