El debate de candidatos políticos que se televisa es una arista de fortalecimiento del sistema de gobierno democrático. El objetivo de los participantes es medir sus fuerzas y ganar votos. Sin embargo, en el formato que se aplica en Argentina no hay una verdadera discusión de ideas entre ellos. Por eso, los debates son aburridos, casi sin emociones.
Por lo general, en la mayoría de los países donde se realizan, todos los participantes van a la caza del favorito para tratar de bajarlo de las encuestas. Por errores u omisiones, todos están atentos a los puntos que se pueden perder más que cosechar. Chicanas políticas, exabruptos, acusaciones en algunos casos disparatadas. Basta recordar alguno de los tres debates cara a cara que tuvieron Hillary Clinton y Donald Trump en 2016. Sin embargo, eso en la Argentina no ocurre. No por ahora.
Un ejemplo claro fue el debate de este jueves por la noche, donde los cuatro candidatos porteños midieron fuerzas, casi sin cruces (sólo hubo tres momentos de tensión) y sin intervención de los periodistas ni repreguntas. Así, el debate porteño estuvo marcado por la moderación de sus cuatro participantes.
La analogía con los Estados Unidos o Chile, incluso con Brasil, marca diferencias insoslayables; desde las condiciones del debate a los tópicos elegidos, los moderadores, los tiempos y hasta las dinámicas (más agresivas) en las que están permitidas la interpelación –en cualquier momento– de los periodistas y las repreguntas.
Quizás uno de los momentos más emblemáticos de los debates norteamericanos fue cuando, durante el segundo cara a cara, Trump amenazó a Hillary con enviarla a prisión si él llegaba a ser presidente. Clinton respondió que aquellas acusaciones sobre los correos electrónicos eran “mentira” y apuntó: "Menos mal que alguien como usted (Donald Trump) no está a cargo de la Justicia de nuestro país”.
Otro recordado momento fue el tenso debate electoral que protagonizaron en Chile Alejandro Guillier y Sebastián Piñera en diciembre de 2017, cinco días antes del balotaje. Ambos fueron consultados sobre las cualidades y defectos del otro para ser mandatario. La periodista chilena Mónica Rincón fue precisa al definir la característica que más se destacó de ambos: no contestar directamente ninguna de las preguntas que les hicieron.
El caso de Brasil fue muy particular. Allí se pactaron 9 debates y Jair Bolsonaro participó de los dos primeros, pero se negó a ir al tercero; consideró que los anteriores (de los que no participó Lula Da Silva por estar en prisión) fueron “pobres”. Finalmente los organizadores cancelaron la presentación.
El cuarto debate, pautado para el 9 de septiembre, se realizó, pero Bolsonaro no asistió. Tres días antes, el candidato había sido apuñalado en el abdomen durante un acto de campaña en Minas Gerais. Los siguientes encuentros se realizaron, siempre sin Bolsonaro. De esta manera, nunca pudo estar cara a cara –también se negó a los debates en segunda vuelta– con Fernando Haddad, quien reemplazó a Lula como candidato a presidente por el PT (Partido de los Trabajadores).
Aunque Bolsonaro tenía cierta justificación para ausentarse debido al ataque que había sufrido, en ese momento se especuló que en realidad no se presentaba porque podía perder votos. Nunca se sabrá si eso lo ayudó para ganar, pero lo cierto es que en este caso la estrategia fue efectiva.
Más allá de todo, lo cierto es que si el debate significa una forma de progreso en la consolidación democrática, los candidatos argentinos y sus equipos deberán tener en cuenta una serie de cuestiones a la hora de plantear la estrategia a utilizar para “conquistar” votantes, de cara al primer debate presidencial del próximo domingo en la provincia de Santa Fe.
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