El desayuno del sábado 17 de agosto en Los Abrojos, la quinta familiar de los Macri, fue mucho más tenso que lo habitual.
Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal no contaban con que Marcos Peña también tomaría café junto a ellos y el Presidente porque el jefe de Gobierno y la gobernadora habían llegado hasta allí con dos objetivos. Forzar la salida de Nicolás Dujovne y propiciar la llegada de Hernán Lacunza, un recambio que se oficializaría horas después. Y pedirle a Mauricio Macri la cabeza de su jefe de ministros.
Vidal y Rodríguez Larreta pusieron sobre la mesa el nombre de Rogelio Frigerio como reemplazo de Peña, que el domingo anterior, en el salón reservado del búnker de Costa Salguero, había ofrecido su renuncia como un espasmo ante los 15 puntos de diferencia entre Macri y Alberto Fernández. Esa noche, el Presidente lo cortó en seco. Y esa mañana, volvió a cerrar filas con su leal jefe de ministros.
Cuarenta y ocho horas más tarde, según reconstruyó este medio de fuentes gubernamentales y partidarias, Macri quiso dar una muestra de autoridad. En el debut de la multitudinaria Mesa de Acción Política, en Olivos, sentó a su lado a Elisa Carrió, que cuando el temporal amenaza con llevarse puesto el campamento oficial suele blindar al Presidente y a Peña.
No fue casual que durante más de una semana, la líder de la Coalición Cívica apuntara sin descanso contra el ministro del Interior, el nombre propuesto por parte de la mesa chica del poder para ocupar el despacho que se comunica por una puerta con el del jefe de Estado, en el primer piso de la Casa Rosada.
Para Vidal y Rodríguez Larreta, aliados internos desde hace más de una década, la suerte de Macri está echada. Y ya piensan, en ese sentido, en el post macrismo, después de diciembre. Para ese plan, según razonan puertas adentro, la reelección porteña es fundamental.
El jefe de Gobierno diagramó junto a sus asesores una campaña estrictamente en lo territorial. Pensada para saturar la Ciudad con el aparato estatal. Enfocada en ampliar la diferencia en los barrios del norte, y en recortar la brecha con el Frente de Todos en las comunas del sur.
Vidal todavía no terminó de pensar su propia campaña, destinada a apuntalar lo mayor posible su imagen para asegurar diputados nacionales y legisladores provinciales y quedar posicionada como la jefa de la oposición bonaerense con un bloque de peso en el Senado provincial y sillones en variados organismos que obliguen a Axel Kicillof a negociar sí o sí con ella. La mandataria solo les pidió a sus íntimos que le garantizaran un sueldo a partir del 10 de diciembre. Aún no sabe donde irá a vivir: ese día debe dejar la base aérea de Morón, y la casa que compartió durante años con su ex marido se vendió tras la separación.
"Hagan lo que tengan que hacer para ganar", les transmitió Vidal a los intendentes del Gran Buenos Aires que le hicieron caso para tratar de retener sus distritos.
El golpe de las primarias fue duro para todos ellos. Pero la distancia que tomaron en estas semanas de la estrategia nacional los volvió a entusiasmar. Peña quiso participar del último asado compartido por los siete intendentes macristas del conurbano, un ritual que repiten cada quince días. Le contestaron que preferían prescindir de su presencia.
Jaime Durán Barba había dicho que para el viernes pasado tendría terminados los estudios que el psicoanalista Roberto Zapata lideró en la Provincia, orientados a medir el humor social tras las primarias. Zapata es aún el especialista más valorado por la cúpula del PRO. Durán Barba, en cambio, cayó en desgracia: sus explicaciones por la derrota nacional y bonaerense fueron vagas, y su voz ahora es escuchada con cierto desdén.
La reunión del miércoles en Olivos entre el consultor, Peña, Frigerio, Rodríguez Larreta y Vidal fue, según confió uno de los presentes a su entorno, una pérdida de tiempo. En realidad, tuvo conceptos más hirientes. Lo cierto es que Vidal y Rodríguez Larreta imaginan un post macrismo sin los consejos del ecuatoriano.
El jefe de Gobierno había dedicado buena parte de su tiempo de las primeras dos semanas posteriores a las PASO a acompañar a Macri en la toma de decisiones vinculadas a paliar la crisis económica. El domingo pasado tembló durante un rato largo por el anuncio de implementación del control de cambios.
Los últimos quince días los volvió a dedicar full time a su reelección, atada invariablemente al programa económico de Macri. El jefe comunal cree que pierde frente a Matías Lammens solo si hay "una catástrofe" de la economía.
La última semana, el jefe de Gobierno estuvo sin embargo más inquieto que de costumbre. Y autorizó a sus funcionarios y asesores de confianza a hacer lo que sea para ganar. Desde cortes de boleta hasta negociaciones promiscuas con los candidatos de la oposición. Cerró un acuerdo con Luis Barrionuevo para fiscalizar en el sur de la Ciudad.
En el entorno de Rodríguez Larreta hay un dirigente que se convirtió en interlocutor permanente: Martín Lousteau. Hablan a diario. Se entienden a la perfección. El diputado fue consultado por Macri más de una vez en los primeros días tras las primarias. También por Lacunza.
Lousteau pasó a ser además un consejero habitual de la gobernadora bonaerense. El economista, que a partir de diciembre se mudará a la Cámara alta, está entusiasmado con apuntalar un espacio pos macrista si es que al final el Presidente no logra ser reelecto.
Son pocos los que saben que Lousteau y Rodríguez Larreta se conocen desde hace dos décadas, y que por esos años estuvieron a punto de publicar un libro juntos. La chica que tomaba los apuntes se llamaba María Eugenia Vidal.
Hasta ahora, ni en la ciudad ni en la provincia de Buenos Aires hubo conversaciones para bajarlo a Macri al territorio junto al jefe de Gobierno o a la gobernadora, que tienen libertad para definir sus estrategias de campaña.
Tampoco en Mendoza. Alfredo Cornejo mandó a avisar que iba a evitar mostrarse con el Presidente para apuntalar a su candidato a la sucesión.
Fue uno de los ejemplos que se mencionó en la reunión de campaña del jueves en el búnker de la calle Balcarce, a cuatro cuadras de la Casa Rosada, que moderaron Federico Morales, Lucía Aboud y Hernán Iglesias Illa, tres funcionarios del riñón del jefe de ministros, frente a referentes de todos los ministerios. Avisaron que, por ahora, preservarían la imagen presidencial.
Una postal de época: es la primera vez que los tres dirigentes peñistas reciben cuestionamientos en ese ámbito. Antes de las PASO, casi nadie se les animaba.
El plan a futuro de Rodríguez Larreta y de Vidal, atado a la economía y al triunfo porteño, reconfiguraría el mapa de poder del PRO. De ser exitoso, quebraría por primera vez a la mesa chica que moldeó Macri para llegar a la Presidencia.
Vidal, por ejemplo, volvió a tender puentes con Frigerio, a quien le había impedido pisar la Provincia en los últimos años. Con Emilio Monzó aún no hubo acercamiento. Pero cerca de la gobernadora dicen que el tiempo, y la mediación de Rodríguez Larreta, ayudarían para acercar posiciones.
Entre ellos y Lousteau se imaginan como contrapeso del nuevo kirchnerismo si es que Alberto Fernández finalmente es presidente y si la economía no hace estallar por los aires los planes a futuro.
La gobernadora y el jefe de Gobierno cuentan además con un dirigente del peronismo que les tiende la mano. Se trata de Sergio Massa, que ya tuvo algunos chispazos con el candidato presidencial del Frente de Todos por las fuertes versiones que llegaron a las oficinas de la calle México de una suerte de pacto porteño entre el ex intendente de Tigre y su buen amigo Rodríguez Larreta.
Fue, según admiten altas fuentes oficiales, parte del menú del almuerzo que Massa compartió el lunes pasado con Monzó, Frigerio y su viceministro, Sebastián García de Luca, en las oficinas del candidato a diputado sobre la avenida Libertador.
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