Mauricio Macri y Marcos Peña se reunieron a solas y diseñaron la agenda del Gobierno tras la derrota apabullante ante Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner. El Presidente y el Jefe de Gabinete planificaron una respuesta de emergencia económica ante la crisis social, bosquejaron una táctica teñida de paciencia frente al inevitable desgaste político del gabinete y decidieron poner entre paréntesis la compleja estrategia de la campaña presidencial.
Estado de necesidad
Cuando Macri recibió los resultados de las Mesa Testigo de Juntos por el Cambio asumió que la noche del domingo 11 de agosto sería el momento mas triste y amargo de su carrera política. Devastado, con los ojos vidriosos, el presidente encima tuvo que escuchar una arenga erosiva y viscosa que Elisa Carrió pronunció contra su amigo y asesor Jaime Durán Barba.
Con dos horas de sueño encima, Macri llegó a la Casa Rosada y se reunió con Peña. Ese lunes 12, el presidente y el jefe de Gabinete recibieron a Guido Sandleris, titular del Banco Central, y a Nicolás Dujovne, ministro de Hacienda, dos economistas que aborrecen el populismo, creen en la ortodoxia y son garantes ideológicos de la Argentina ante el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Macri fue exacto y puntual: había que recuperar los votos de la clase media y era indispensable una batería de medidas rápidas y efectivas para aumentar el consumo, "paliar" los efectos sociales de la crisis financiera que a esa hora ya arrasaba los mercados y sostener la capacidad adquisitiva de los salarios formales e informales.
Dujovne se puso a trabajar en la instrucción presidencial, aunque desde su posición doctrinaria sólo pudo soportarlo recordando a Max Weber y su ética de la responsabilidad. El ministro de Hacienda no cree en los desvíos del gasto público para enfrentar una derrota electoral, ronda en su cabeza dar un paso al costado y desde hace días que no toca la flauta traversa, su distracción hogareña cuando los mercados crujen sin piedad.
Los anuncios económicos, la conversación telefónica con Alberto Fernández y cierto sosiego en la cotización del dólar abrieron la segunda etapa del plan diseñado por Macri y Peña. Se trata de analizar un cambio de gabinete que complemente los anuncios económicos y que asuma la debilidad de un gobierno que perdió las PASO por una diferencia amplia y rotunda.
Gabinete en llamas
Macri asume que Peña y Dujovne son las caras de la derrota electoral y el ajuste económico. El Presidente es amigo del jefe de Gabinete y tiene respeto intelectual por el ministro de Hacienda, pero sabe que ya no tiene margen ante la oposición política y la opinión pública que machaca contra Peña y Dujovne.
A diferencia de la crisis de septiembre de 2018, no hay dirigentes, diputados, senadores, secretarios, ministros, empresarios, operadores bursátiles, gobernadores y legisladores porteños que calienten su celular hablando a Olivos y a "Los Abrojos" para vender su pócima secreta y jurar como "salvadores" en el Salón Blanco de Gobierno.
Macri tiene "boleta corta" para el cambio de gabinete, y la mayoría de sus nombres ya cubren puestos en la administración nacional y en la provincia de Buenos Aires. El Presidente no designará a candidatos -Miguel Ángel Pichetto está descartado- y sólo avanzará si los anuncios se leen como una respuesta al voto rechazo de la clase media.
Esta segunda etapa del plan de Macri y Peña exhibe una delicadeza institucional que no admite errores políticos ni comunicacionales. El Presidente cambiará a ciertos ministros del Gabinete si la sociedad entiende que cierra el círculo de autocrítica del oficialismo, y que de ninguna manera es una muestra brutal de un vacío de poder que puede tragarse a la Casa Rosada.
La posibilidad de una confusión respecto al sentido político de un eventual cambio de Gabinete implicará que Macri frene en seco y gobierne en estas condiciones hasta la primera vuelta.
La ecuación institucional es sencilla de explicar: a la autocrítica por el fracaso del plan de ajuste, Macri quiere sumar una reforma al gabinete para demostrar que entendió la lección electoral y que la prioridad es la clase media.
En cambio, si la renuncia de Peña y Dujovne es leída en la opinión pública como la parábola del helicóptero Presidencial, Macri no moverá ni un peón en su gabinete nacional. El presidente cree que puede derrotar a Fernández en el balotaje y no hará nada que conspire contra su propia ambición política.
Estrategia electoral
La tercera fase del plan de Macri y Peña se enfoca en la campaña electoral. El presidente y su jefe de Gabinete consideran que la batería de medidas económicas pueden implicar una recuperación del voto de la clase media.
Y a partir de esa recuperación, al margen de la táctica electoral basada en Big Data, algoritmos, segmentación y redes sociales, Macri y Peña consideran indispensable argumentar que la última crisis de los mercados fue consecuencia directa del triunfo de Alberto Fernández.
El Presidente abrió un canal de diálogo con el candidato a presidente opositor, pero sostiene en la intimidad que ese nexo político no puede bloquear su discurso electoral a escasos 70 días de la primera vuelta de los comicios.
En este sentido, Macri aguarda su oportunidad para cuestionar a Fernández, recordar las causas abiertas que tiene Cristina Fernández de Kirchner en la justicia federal y las vinculaciones de su gobierno con Venezuela, Cuba e Irán.
El Presidente ya cumplió la primera etapa del plan diseñado con Peña al lanzar un paquete de medidas económicas para "aliviar" las consecuencias del ajuste estructural y la última devaluación del peso.
Macri ahora espera que los mercados se calmen -no hay método político, es su olfato-para modificar el gabinete, si eso no implica que sea leído por la sociedad como la antesala de un vacío de poder en Balcarce 50.
Y finalmente, tras esta fase II del plan político, Macri se lanzará a la campaña para cazar a Moby Dick. Las elecciones son el 27 de octubre y está a 15 puntos de Fernández-Fernández de Kirchner, la fórmula del Frente de Todos.
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