Empezó el domingo por la noche, con declaraciones armadas para salir del agobio del "fuego amigo", desde la insistencia de CFK con Venezuela hasta la inesperada y penosa alusión de Aníbal Fernández a Barreda. Y siguió en estas horas por Twitter, con nueva carga sobre las Leliq y el dólar. Alberto Fernández movió esas fichas para operar sobre la agenda de campaña y eso último –la idea de un dólar con precio comprimido y que debería escalar sin vueltas- seguiría ocupando el renglón público más sensible de su ofensiva. Se verá si el resultado es la instalación parcial de la economía en el debate o la sensación de que juega con combustible para deteriorar al Gobierno. El riesgo asoma entre el efecto deseado y el impacto efectivo.
Lo que hace Alberto Fernández es en cierta medida otra paradoja de este camino a las primarias, cuando falta poco y nada para el domingo de votación. La mayoría de las encuestas hablan de una polarización marcada y creciente, pero el nivel de las campañas no parece ser su principal motor. Una pregunta inicial es si, operando al límite, logra imponer temario y romper a la vez la dinámica interna para ocuparse del déficit que expone su tarea inicial: captar voto moderado fuera de la disputa entre los polos o por sobre la grieta. La respuesta también dirá si el tema elegido es el mejor, porque supera por mucho la frontera de la campaña formal.
Hubo dos elementos muy visibles y uno menos advertido que habrían precipitado el giro de Alberto Fernández. Se mezclan cuestiones prácticas y menudas de campaña con algunos reflejos ideológicos viejos e inquietantes. El primer ingrediente fue aportado por Cristina Fernández de Kirchner, igualando de manera irreal y hasta banal en el estilo –con un "sorry" inicial- las situaciones alimentarias de Venezuela y Argentina. Venezuela es un tema por lo menos incómodo para su compañero de fórmula. Y más aún después del informe Bachelet sobre la represión abierta y paraestatal del régimen de Nicolás Maduro. Alberto Fernández tuvo una calificación tibia, podría decirse, y habló de "sesgo" autoritario. Es un capítulo sustancial, aunque no único en la región: involucra la política exterior de los gobiernos y prefigura la posición de candidatos, como acaba de ser expuesto también en Uruguay.
El segundo rubro fue constituido por las declaraciones de Aníbal Fernández, su uso del caso Barreda en un intento de entrar en la discusión grande la provincia con María Eugenia Vidal. Se le adjudicaron a esos dichos hasta una intención deliberada de perjudicar la campaña kirchnerista. El ex funcionario, dicen en el peronismo, está enojado como otros "caídos en desagracia" –al menos, como imagen-, pero la declaración parece más producto de su matriz que de una conspiración individual llevada a ese punto.
El tercer elemento está asociado al anterior: un lento despegue público de algunos referentes y candidatos, entre ellos finalmente también Alberto Fernández. Pero además, emergían de a poco otros malestares, más profundos: en el kirchnerismo duro descalificaban las críticas desde las filas propias a Aníbal Fernández con el argumento de que le hacían el juego al "enemigo". Lo supo vía redes sociales Ofelia Fernández, candidata porteña. Reflejo de secta: recriminaban los dichos públicos apegados al viejo código según el cual esas discusiones deben ser dadas puertas adentro, en la organización. Nada de dirimirlas frente a la sociedad. Parecido en otra escala a lo ocurrido ante denuncias de acoso que alcanzaron difusión pública, el año pasado.
Era, en conjunto, una pésima combinación para encarar el tramo decisivo de la campaña hacia las primarias. Eso explicaría en buena medida la apuesta fuerte de Alberto Fernández para cambiar la agenda, siempre –como muchos- confundiendo en parte la agenda propia y lo que ahora algunos llaman la "conversación" social, tampoco necesariamente dominada por el temario mediático.
El eje de esa movida que arrancó sin muchas preguntas el domingo por la noche, y que mereció algunos ajustes posteriores, es el intento de colocar la economía en el centro de la discusión. En ese plano, por supuesto, parece más impactante la cuestión de dólar que las Leliq, aunque son en rigor elementos de una misma ecuación. Eso, a tal punto que hubo correcciones sobre los dichos iniciales: la última serie de tuits del candidato buscan disipar sombras y dudas destacando que buscarían garantizar tasas de interés positivas para los ahorristas y poner en marcha medidas "sin modificar el déficit fiscal actual".
En el oficialismo, junto con la lectura que se deja trascender para esmerilar al candidato opositor, hay quienes consideran que, en rigor, si el objetivo fue pegar sobre el costado débil del Gobierno, es llamativo que no haya apuntado centralmente al empleo, la pérdida de poder adquisitivo, la baja del consumo. El tema más cercano sería la recomposición de los haberes de jubilados –la alusión a salarios y paritarias pareció abandonada rápidamente-, un rubro sensible más allá de cuestiones técnicas y presupuestarias.
El tema puesto sobre la mesa, el más riesgoso, es el dólar. Hay detrás de todo esto un presupuesto bastante elemental y difundido, según el cual el repunte de Mauricio Macri sería atribuible casi exclusivamente a la contención del dólar y sus efectos sobre precios, además de algunas medidas para mejorar el consumo o frenar su caída. En esa línea, se desdibujan otros ingredientes, como el propio factor polarizante de la marca CFK y la reacción de una franja electoral ante lo que hace apenas un par de meses parecía un triunfo garantizado del Frente de Todos, mientras entraba en crisis la tercera vía.
Puesto así, la jugada de Alberto Fernández podría apuntar a revertir ese dato electoral, insistiendo con el carácter "artificial" o forzado del precio del dólar. Esa sería la mejor interpretación. La peor sería verla como un intento de alterar el clima de los mercados para lastimar al oficialismo, por sus consecuencias económicas y rápidamente sociales, algo que trae ecos penosos de otras épocas políticas.
Claro que en ese último escenario, sería difícil abstraerse de responsabilidades propias, aunque el mayor peso sería para el Gobierno. El "mercado" hasta ahora no registró alteraciones considerables. Pero tampoco en este punto habría evaluación única sobre su sentido. ¿Le suma o le resta? La mirada seguiría puesta en el lunes 12 de agosto. De momento, sería un respiro, al margen de cualquier otra interpretación política. También quizás para el ex Jefe de Gabinete.
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