La influencia iraní en El Líbano no se esconde. Avanzando por el valle de Bekaa, en toda la carretera que une la frontera con Siria hasta Baalbek, la antigua ciudad grecorromana de Heliópolis, hay carteles en cada poste de luz o señalización con los rostros del líder supremo iraní Alí Jamenei o la del ayatollah Khomeini, de tamaño natural. También torres con grandes imágenes del líder de Hezbollah, Hasan Nasrallah, junto a las figuras iraníes. Y algunos que incluyen al dictador sirio Bashar al Assad.
La ruta fue construida con fondos iraníes. Es estratégica. Por allí podría avanzar una fuerza desde Teherán pasando por Siria o la del Hezbollah en sentido contrario. En ese territorio conocido popularmente como "Hezbollahstan", los libaneses pierden toda soberanía a manos de los iraníes. Lo mismo ocurre en los barrios del sur de Beirut, el otro enclave del Hezbollahstan. Allí también aparecen los rostros de los líderes shiítas de Irán junto a los de los mártires de la guerrilla libanesa y las tradicionales banderas amarillas con el fusil verde. Hezbollah es Irán.
El régimen de los ayatollahs "inventó" la organización libanesa en 1982 como respuesta a la invasión israelí a El Líbano. Teherán necesitaba un grupo de choque para organizar la resistencia shiíta y envió una brigada de 1.500 hombres de su Guardia Revolucionaria para entrenarla. Antes, tuvo que pedir permiso a los sirios que en ese entonces todavía tenían el control de buena parte del territorio libanés.
El resultado fue una organización guerrillera de gran poder de fuego que se fue perfeccionando con los años. En el 2000 obligó al ejército israelí a abandonar el sur libanés y regresar a sus fronteras. En la siguiente guerra, en 2006, el Hezbollah mostró en su confrontación con los israelíes ser capaz de enfrentar con éxito a uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Los comandantes shiítas habían tenido un gran entrenamiento en la Guerra de Bosnia. Y desde 2012 luchan en la Guerra Siria, en apoyo al régimen de Bashar al Assad, con brigadas mejor pertrechadas y entrenadas que el propio ejército libanés.
Hezbollah como organización política
Al mismo tiempo, Hezbollah es un partido político con importante representación en el parlamento libanés y forma parte de la coalición de gobierno. Está basado en una enorme red de contención social con centros de salud, bancos, escuelas, clubes y ayuda social.
Los chicos shiítas libaneses participan, en su enorme mayoría, en las organizaciones de scouts o de ayuda escolar que son parte del aparato de propaganda del partido. Tienen la radio y el canal de televisión, Al Manar, más populares de la región.
Reparten alimentos, se encargan de los entierros, dan clases a las parturientas y homenajean a los mártires que mueren por la causa. Realiza un trabajo social inédito en Medio Oriente. Esto le da al Hezbollah una doble cara que le permite navegar entre la política partidaria y la actividad militar.
Para financiar todas estas actividades, recibe unos 400 millones de dólares anuales del gobierno iraní. El resto, lo recolectan las diferentes organizaciones de inmigrantes libaneses alrededor del mundo. En la Triple Frontera de Argentina, Brasil y Paraguay funciona un entramado de negocios lícitos e ilícitos, contrabando, narcotráfico y conexiones con las mafiosas locales que envían más de 200 millones de dólares al año a las diferentes organizaciones satélite del Hezbollah.
Se hace a través del "hawala", el intercambio de dinero a través de la confianza entre familias y está muy arraigado en el sur libanés. Esto hace muy difícil de detectar las transacciones que le llegan al grupo terrorista desde toda la diáspora shiíta alrededor del mundo. Y hace que las conexiones familiares estén íntimamente ligadas a las del "movimiento".
La conexión del Hezbollah con Irán es más orgánica que una asociación equitativa, y ha habido varias ocasiones a lo largo de la historia del grupo donde Teherán influyó directamente en sus decisiones o le dio órdenes específicas para ejecutar. Un buen ejemplo de esto es la participación de los milicianos del Hezbollah en la batalla de 2015 por el control de la ciudad siria de Alepo.
Hasta ese momento, el grupo había justificado su participación en Siria ante sus seguidores como una necesidad para proteger las fronteras de El Líbano, los pueblos shiítas a uno y otro lado de la frontera y los santuarios shiítas en Damasco. Este razonamiento funcionó hasta que Irán le ordenó a Hezbollah luchar en Alepo, una ciudad sin santuarios ni población shiíta, lejos de la frontera con el Líbano. Cuando Hezbollah perdió a muchos de sus combatientes en esa batalla, no pudo justificar ante sus seguidores ese sacrificio.
Comenzó a tener una fuerte oposición a la participación en la guerra siria. Varios milicianos y oficiales admitieron en entrevistas periodísticas que el comandante militar del grupo en ese momento, Mustafa Badreddine, inicialmente se negó a enviar sus tropas a Alepo. Pero el comandante de la Fuerza Qods de la Guardia Revolucionaria iraní, Qasem Soleimani, cortó el pago de los sueldos de los milicianos por tres meses y forzó la mano de Badreddine. También se cree que lo mandó a matar en 2016. A partir de ese momento, las fuerzas guerrilleras libanesas shiítas pasaron a responder directamente de Soleimani.
El Hezbollah tuvo decenas de muertos y muchos milicianos se negaron a luchar bajo los mandos iraníes. Otros combatientes denunciaron que fueron abandonados por sus aliados en el campo de batalla. Esa puja continúa hasta hoy pero el Hezbollah depende demasiado de Irán como para romper con el régimen de los ayatollahs.
Desde siempre, Teherán utilizó al Hezbollah para ejecutar atentados alrededor del mundo. Armó para esto una "Unidad de Operaciones en el Extranjero" que coordina las acciones entre iraníes y libaneses. La primera gran acción fue el ataque de 1983 a los contingentes estadounidenses y franceses de la Fuerza Multinacional asentada en Beirut.
De esa manera, Irán se vengó del gobierno de Washington que había congelado sus activos e impuesto un embargo de armas, y de Francia por ofrecer asilo al ex primer ministro del Shah después de la revolución de 1979 y a muchos otros disidentes, además de proveer armamento a Irak, que en ese momento estaba en guerra con Irán.
Ataque a la embajada de Israel y la AMIA
Luego, vinieron los secuestros de extranjeros y atentados contra opositores al régimen teocrático de Teherán. Hasta que comenzaron los ataques a intereses de Israel en todo el mundo. En ese contexto se enmarcan los atentados a la embajada israelí y la AMIA de Buenos Aires.
De acuerdo al testimonio de Abolghasem Mesbahi, un desertor de la inteligencia iraní, hubo una reunión en Mashhad, Irán, el 14 de agosto de 1993, donde altos funcionarios del gobierno iraní discutieron los planes para realizar esos ataques.
Mohsen Rabbani, hoy asesor del Líder Supremo y director del centro religioso donde estudian los extranjeros en la ciudad de Qom, según la investigación de la causa, estuvo a cargo de la selección de objetivos y la vigilancia de los ejecutores.
En ese momento, era el agregado cultural de Irán en la Embajada de la República Islámica en Buenos Aires. Otro diplomático iraní, Ahmad Asghari, un oficial del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés) adjunto a la embajada iraní, estuvo a cargo de la logística del ataque terrorista contra la AMIA. Dos comandos del Hezbollah entraron a través de la aceitada red de la comunidad shiíta de la Triple Frontera. Y el resto, sabemos, estuvo a cargo de agentes locales.
En este contexto, la firma del decreto por parte del presidente Macri que declara a Hezbollah como una organización terrorista, es un golpe directo a Irán. Y coloca a la Argentina en un populoso club que acompaña a Estados Unidos en su esfuerzo para que el régimen de lo ayatollahs no alcance la capacidad de desarrollar armas nucleares.
Un giro de 180 grados después de décadas de colaboración argentina en el programa nuclear iraní que comenzó en 1973. Fue cuando asumió el gobierno de Héctor Cámpora y desplazaron al contralmirante Oscar Quihillalt, presidente de la CNEA desde 1955. Quihillalt, junto con un grupo de científicos y técnicos de la Comisión, se fue a Teherán contratado por el gobierno del Shah como asesor del programa nuclear iraní. Ese intercambio continuó con vaivenes hasta el 2015.
El memorándum firmado por la entonces presidente Cristina Kirchner, que levantaba las alertas rojas de Interpol contra funcionarios iraníes acusados de haber ordenado y ejecutado los atentados en Buenos Aires, tenía como contrapartida la cooperación nuclear, además de la venta de granos y la importación de petróleo barato. Los detalles siguen ocultos.
Ahora, Argentina se coloca en una esfera totalmente diferente. Es improbable que se regrese a algún tipo de acuerdo con Irán para proveer tecnología nuclear. Tampoco se ampliarán otros acuerdos comerciales. En ese sentido, se pierde un buen socio comercial, un mercado con enorme potencial para los productos nacionales.
Hezbollah recibe un tiro directo. Hasta ahora, si sus militantes querían, podía hacer flamear su bandera amarilla con el fusil verde en las calles de Buenos Aires. A partir de este decreto, cualquiera que reivindique las acciones del grupo será investigado por terrorismo. Y pone un cerrojo a un problema grave de seguridad que Argentina tiene en la Triple Frontera.
Agentes del Hezbollah recaudan millones de dólares, lavan dinero a través de los casinos de Puerto Iguazú y protegen y comparten negocios con los grandes carteles de la droga brasileños (Primer Comando de la Capital y Comando Vermelho) que bajan sus cargamentos por el río Paraná para subirlos a los grandes barcos sojeros en los puertos alrededor de Rosario con destino a Europa y Medio Oriente.
Por ahora, Brasil se niega a tomar la misma decisión y sigue considerando al Hezbollah un partido político libanés. La decisión de Buenos Aires podría empujar al presidente Jair Bolsonaro a reconocer la condición de grupo terrorista. Argentina movió fichas y el resto de América Latina tendrá que decidir si la sigue en ese camino.
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