Foto sumando a Sergio Massa, spot que lo presenta como eje de la campaña y que ubica en segundo plano el peso y el sello CFK. Alberto Fernández dio sus primeros pasos de campaña este fin de semana largo: quedó claro que intenta proyectar ese perfil "moderado" y personal para lo que viene. Pero arrastra, volvió a mostrarlo, sus propios límites al ejercicio de diferenciación frente a la figura y la simbología de Cristina Fernández de Kirchner. Y suma en estas horas una nueva carga de fuego amigo, esta vez de jefes sindicales alineados en el respaldo a la ex presidente y a su fórmula.
Existe un singular flujo de trascendidos desde el peronismo para destacar que la confección y la conducción de la campaña corren por cuenta de Alberto Fernández. "Él es su jefe de campaña", dice la síntesis. Por supuesto, dejan fuera de ese tablero de control lo que decida hacer la ex Presidente, bajo la formalidad de la presentación de su libro y seguramente con algunos aportes más visibles en el Gran Buenos Aires.
Dejar todo en manos del candidato y ex jefe de Gabinete suena interesado y hasta a prueba para este decisivo pero primer round que son las PASO. Eso es especulación, atada a otra que asegura que el núcleo kirchnerista duro, es decir el Instituto Patria, más que satisfecho se muestra tolerante frente al perfil de diferenciación que intenta el candidato, cuando lo hace.
Como sea, lo que resulta a la vista es un difícil ejercicio de Alberto Fernández, por un delgado camino que podría complicarlo y hasta jugar al revés de lo imaginado en dos puntos: la credibilidad de su campaña y los equilibrios internos.
En otras palabras, recuperar su perfil crítico del pasado "cristinista" –como algo diferente del "nestorismo" y de su propia visión- es un insumo para la apuesta a sumar votos "propios" por afuera de la base que mantiene la ex Presidente. Eso genera algunos recelos según el énfasis que ponga en hacerlo. Y al mismo tiempo, los gestos o compromisos internos en función de tal amalgama electoral lo ponen en zona de "cristinización", como ocurre con su crítica a las causas judiciales por corrupción –volvió a hacerlo en su paso por Necochea- y otras cuestiones sensibles, entre las más recientes, la relación con el periodismo o Venezuela.
Alberto Fernández trata de medir sus movimientos, más allá de frases que buscan afirmar un mensaje de futura autoridad –en caso de ganar las elecciones-, apelando a su pasado junto a Néstor Kirchner y sugiriendo un segundo plano de la ex Presidente, incluso bajo la forma de un agradecimiento por haber confiado en él y acompañarlo, según sus palabras, que no agotan la cuestión del liderazgo.
El contexto agrega otros ingredientes. Y también cuentan desajustes que generan costos en un universo como el del kirchnerismo y sus aliados. Ya lo padeció –y buscó desmarcarse- en los casos de declaraciones sobre la Justicia y la Constitución de Mempo Giardinelli o, más graves, de Raúl Zaffaroni. Esos dichos potenciaron sus propias declaraciones con advertencias a jueces sobre las causas por corrupción que involucran a la ex presidente. Un ejercicio este último que siempre tuvo ese límite personal –en general, ha preferido no hablar de ex funcionarios- pero que se mostró algo más flexible respecto de Lázaro Báez.
Las últimas esquirlas fueron provocadas por jefes sindicales. A las apariciones mediáticas de Hugo Moyano, se añadieron medidas concretas de dos socios actuales del dirigente camionero: el bancario Sergio Palazzo y el piloto Pablo Biró. El primero, de personal perfil kirchnerista, confluyó en el frente sindical con el moyanismo, muy duro con la conducción de la CGT aunque sin llegar al planteo de una fractura efectiva. El segundo aportó en la misma línea –la sede de su gremio fue el ámbito para cerrar esta alianza de jefes gremiales con Moyano como eje visible- y es quizá el de mayor relación directa con el "camporismo", que le resultó vital para mantenerse al frente de su sindicato de pilotos.
Palazzo decidió motorizar una ofensiva contra Mercado Pago. Dejó de entrada frases muy potentes y alarmantes, según parece haber asimilado él mismo porque dijo después que fueron desvirtuadas: afirmó que quiere que todos los empleados de esa empresa –y de las fintech en general- pasen a su gremio "por las buenas o por las malas" y definió como objetivo ser el Moyano del sistema financiero, esto último en referencia a la batalla del jefe de los camioneros con el sindicato de Comercio y con varias empresas.
La Bancaria difundió ayer un comunicado con duros cuestionamientos a la empresa de Marcos Galperin, para ratificar posiciones frente las críticas empresariales y del propio Gobierno. Pero su batalla no quedó planteada en términos de discusión sobre el encuadramiento legal –un tema en sí mismo, por las nuevas características de la actividad y los alcances del tipo de organización gremial-, sino como un estilo de imposición sindical.
Es un interrogante cómo escalará Palazzo y cómo es percibida socialmente su batalla. Más visible, casi en paralelo, viene creciendo otra vez el conflicto de la asociación de pilotos. En formato de asambleas, son paros virtuales que también han generado reacción crítica del empresariado, más allá de los límites de la actividad aerocomercial: un efecto con escaso registro previo. Las imágenes de pasajeros enojados o resignados son, en cambio, un mensaje repetido de impotencia.
Eso, por supuesto, está fuera de libreto, aunque sean referentes sindicales muy duros con el Gobierno, integrantes del frente sindical que expone a viejos y regresados aliados de la ex Presidente. Menos previsible aún es una irrupción como la de la religiosa Martha Pelloni, con una grave calificación sobre La Cámpora.
Fuera de esos vaivenes de origen externo a su escritorio, Alberto Fernández ensaya su propio y nada sencillo camino que, se ha dicho, conlleva el riesgo de no sumar hacia afuera y alimentar facturas a futuro en territorio interno.
Valen dos últimos ejemplos. El primero, su intento de crítica muy medida a la situación de Venezuela, después de un informe tremendo sobre represión ilegal, persecuciones y miles de muertes a manos del régimen de Maduro.
Resultó hasta banal ante ese cuadro -de virtual terrorismo de Estado- aludir a la comparación económica con la Argentina actual y con la de la ex Presidente. La segunda, su frase sobre las épocas de ofensiva K contra periodistas. En tren de mostrarse diferente, admitió que hubo "persecución". Un dato en sí mismo: no había registro de tal admisión.
SEGUÍ LEYENDO: