En los primeros días de diciembre de 2017, el peronismo que representan los gobernadores del PJ tenía una misión por delante y una convicción profunda. Buscaban armar un bloque nuevo en la Cámara de Diputados y utilizar ese espacio legislativo como sostén para construir un esquema político que sea federal, heterogéneo y, sobre todo, que se diferencie del kirchnerismo. Pretendían debilitar el liderazgo de Cristina Kirchner y empujar la renovación del movimiento nacional desde las provincias. La jugada era buena. Duró hasta junio de este año.
Los gobernadores Juan Manuel Urtubey (Salta), Juan Manzur (Tucumán), Juan Schiaretti (Córdoba), Sergio Casas (La Rioja), Carlos Verna (La Pampa), Hugo Passalaqua (Misiones), Gustavo Bordet (Entre Ríos), Domingo Peppo (Chaco), Mariano Arcioni (Chubut) y Rosana Bertone (Tierra del Fuego) tallaron en el acuerdo para que el bloque de legisladores tenga sustento y volumen, y para que sea el principio de un nuevo proyecto político.
Durante todo el 2018 los gobernadores se fueron reuniendo, unos con otros, y mostrando su voluntad de confluir en una tercera vía, distinta a Cambiemos y el kirchnerismo. A la gran mayoría les había afectado la ola de triunfos oficialistas en los comicios legislativos de medio término. Sospechaban que ese golpe electoral, más la presión del peronismo del interior por forjar una nueva estructura, iba a terminar debilitando la conducción de Cristina -que también había perdido- y abriendo la discusión hacia un nuevo liderazgo.
A esa mesa de gobernadores, que también contaba con un nutrido grupo de senadores y diputados, se sumó rápidamente Sergio Massa, quien se había quedado en silencio durante varios meses después de salir tercero en las elecciones de 2017 y quedar sin cargo en el Congreso.
El regreso del ex intendente de Tigre a la arena política fue con el mismo discurso que tuvo desde el 2013. El peronismo tenía la obligación de armar un nuevo esquema abriendo el diálogo con otros espacios políticos y dejando a un costado al kirchnerismo. Esa idea es la que compartían la mayoría de los gobernadores del PJ. A lo sumo, algunos, creían que el sector K debía formar parte de una nueva construcción pero que la conducción de Cristina ya tenía olor viejo.
Los mandatarios provinciales y el líder del Frente Renovador trabajaron en conjunto durante todo el 2018. Dividieron el esfuerzo en dos focos: la construcción de lo que, finalmente, denominarían Alternativa Federal y las negociaciones de posiciones conjuntas frente a la crisis económica que atravesaba el gobierno nacional. Estuvieron en la misma sintonía para cuestionarle al gobierno el aumento de tarifas, las medidas para controlar las corridas cambiarias, la devaluación abrupta en cortos plazos de tiempo y el diseño del presupuesto nacional.
En paralelo, un grupo de diputados y senadores, encabezados por Miguel Pichetto, recorrían las provincias argentinas visitando gobernadores y promocionando un nuevo tiempo peronista. Así conseguían el respaldo público de los mandatarios y fortalecían la construcción de una alternativa a Macri y Cristina. Entendían que el 2018 era el mejor año para hacerlo ya que no había elecciones y, por lo tanto, no existían compromisos atados a negociaciones electorales. Ese escenario cambiaría abruptamente a partir de enero de este año.
En el gobierno nacional veían con preocupación el armado de un esquema nuevo sin ingredientes kirchneristas. De esa forma se desmembraba la idea de la polarización con la ex jefa de Estado y el fantasma K dejaba de ser el puntal de la estrategia oficialista. Sin embargo, en el ficialismo dejaron andar el nuevo proyecto y se focalizaron en mantener viva la confrontación con Cristina Kirchner. Además, el espacio estaba integrado por gobernadores peronistas que, hasta el día de hoy, mantienen una buena relación con la Casa Rosada.
Nacimiento de una alternativa
El último 27 de septiembre Sergio Masa, Juan Schiaretti, Juan Manuel Urtubey y Miguel Pichetto fundaron Alternativa Federal. El símbolo del nuevo espacio fue una foto de los cuatro dirigentes y un documento en marcaban el camino para armar una opción diferente dentro del escenario político nacional. Dos meses después sumaron a los gobernadores Bordet, Peppo, Casas, Manzur, Bertone, Passalaqua y Arcioni. El nuevo esquema parecía tomar forma y consolidarse apoyado sobre nombres propios con liderazgo en sus provincias y votos en sus bolsillos.
Cuatro días antes de la navidad de 2018, Alternativa Federal dio una demostración de fuerza impregnada de peronismo. En un encuentro en la Casa de Córdoba en Buenos Aires se reunieron 150 dirigentes, entre diputados, senadores, intendentes y gobernadores. Allí el espacio explicitó su vocación de competir en las elecciones nacionales como una fuerza nueva y federal. A aquel encuentro se sumó el gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora. El año se cerró con una certeza: Alternativa Federal tendría una fórmula presidencial y una boleta en cada provincia.
En paralelo al armado de los gobernadores, el kirchnerismo trabajaba sin parar por la unidad de toda la oposición. Era el mensaje que había bajado Cristina Kirchner para fortalecer su fuerza política en el inicio del año electoral. Los gobernadores del PJ siempre esquivaron el tema en público. Reconocían la importancia de la ex presidenta como líder política, pero se distanciaban anclados en la idea de que el peronismo debía afrontar un nuevo tiempo. Por lo bajo repetían un discurso similar. Cristina ya no aseguraba la victoria y era momento de dejar atrás un liderazgo gastado por la gestión de ocho años y al que la sociedad le había dado vuelta la cara en las últimas tres elecciones.
La primera muestra de la debacle que se vendría tiempo después fue el acto que los fundadores de Alternativa Federal organizaron en febrero de este año en Mar del Plata. La mitad de los gobernadores no fue a la ciudad balnearia. De ese encuentro se ausentaron Bordet, Manzur, Bertone y Peppo. Los cuatro ya estaban negociando con el kirchnerismo acuerdos provinciales. Las elecciones en sus provincias los acechaban y optaron por bajar el perfil, correrse del armado federal y dedicarse a cerrar alianzas internas para no poner en juego sus relecciones. Privilegiaron mantener el poder en el territorio a motorizar el crecimiento de la tercera vía.
La debilidad del espacio se empezó a notar con el paso del tiempo y el silencio de los gobernadores que, en algunos casos, comenzaban a sumar a sus discursos el concepto de unidad. Era, sin lugar a duda, un guiño a Cristina Kirchner. Una señal de buena conducta frente a una dirigente que mantenía – y mantiene – un alto nivel de popularidad en una buena parte de las provincias argentinas. Quienes remaban contra la corriente eran los cuatro fundadores de Alternativa Federal y Roberto Lavagna, que ingresó al mapa electoral durante el verano y manejó su candidatura en base al silencio y el misterio.
El principio del fin
El 18 de mayo de 2019 Cristina Kirchner marcó el principio del fin de Alternativa Federal. Ese sábado por la mañana comunicó que integraría la fórmula presidencial de su espacio pero competiría como candidata a vicepresidente. El primer lugar sería para Alberto Fernández. La movida pensada al detalle dio sus frutos al instante. Esa misma tarde seis de los gobernadores que habían integrado el esquema anti K se alinearon en forma inmediata, felicitaron a la ex presidenta por el gesto político de dar un paso hacia atrás y convocaron a la unidad de todo el peronismo.
Cuatro días después de la jugada de ajedrez de Cristina, estaba prevista una cumbre entre los principales dirigentes que habían quedado parados en la vía del medio. Eran siete: Massa, Urtubey, Pichetto, Schiaretti, Lavagna, Lifschitz y Stolbizer. Negociaron un cónclave para acordar un proyecto común. La negociación se cayó menos de 24 horas después de haberse cerrado. El foco del conflicto esta vez fue Roberto Lavagna.
Los fundadores de Alternativa Federal, de los cuales tres eran precandidatos presidenciales, querían dar por cerrada la discusión por la forma de elegir los candidatos. Ellos habían acordado utilizar el mecanismo de las PASO y Lavagna quería acordar una fórmula por consenso. La fricción que generó esa discusión hizo volar por los aires lo que quedaba de la tercera fuerza. A partir de ese momento el ex ministro de Economía dio por cerrada la negociación con la fuerza federal y se abocó a trabajar en su propia candidatura.
A la salida confirmada de los gobernadores y el alejamiento de Lavagna le siguió la decisión de Sergio Massa de armar un Congreso del Frente Renovador para mostrar en público que seguiría un nuevo camino. La mayoría de los dirigentes de su espacio impulsaban una alianza con el sector K y él mismo negociaba con Máximo Kirchner y Alberto Fernández un acuerdo de unidad. El gesto del tigrense fue un nuevo golpe para Alternativa Federal. En sus palabras había quedado claro que ya no pertenecía al espacio y que buscaría sellar un acuerdo con el kirchnerismo seis años después de haberse separado de esa fuerza política.
Durante los últimos días de mayo y la primera quincena de junio Massa negoció una fusión con kirchnerismo que incluía acomodar a la mayoría de sus legisladores, enganchar a sus intendentes de la fórmula Fernández-Fernández y asegurarse un lugar en el armado. Así salvaba al Frente Renovador de un nuevo golpe electoral y mantenía a su fuerza política sin fisuras. El cierre de esas negociaciones llegó la semana pasada y la forma de simbolizar el acuerdo fue un café con Alberto Fernández. Fue el final del misterio.
Un día antes de esa reunión en el búnker de campaña de Alberto, Mauricio Macri pateó la mesa al designar a Miguel Pichetto como su candidato a vicepresidente. El senador peronista aceptó la oferta del Presidente luego de que se cayera una negociación de la que formaba parte para que Lavagna y Urtubey participen de una interna y definan el candidato de la tercera vía. En el oficialismo ganaron estabilidad en medio de la crisis económica y en el peronismo sufrieron una nueva cachetada. En el kirchnerismo hubo sorpresa.
Post mortem
Alternativa Federal se fue desmembrando por la inacción de sus dirigentes, las decisiones por conveniencia de algunos gobernadores, el cambio de rumbo de Massa y Pichetto, la tozudez de Lavagna y la estrategia política de Cristina Kirchner y Alberto Fernández. Fue un combo explosivo que debilitó al espacio del medio hasta disminuirlo a un tercer lugar casi asegurado en la elección nacional y a una estructura a la que le falta fuerza territorial.
Graciela Camaño fue la estratega clave que salvó a la tercera vía de un final anticipado. Cuando la negociación entre Lavagna y Urtubey estaba empantanada, y ambos dirigentes se disponían a competir por separado, la legisladora peronista entró en acción. Luego de alejarse del Frente Renovador, debido al acuerdo con el kirchnerismo, se reunió con los dos dirigentes por separado y, posteriormente, armó un encuentro para acercar posiciones. En poco más de una hora florecieron las coincidencias, muchas de ellas atadas a la necesidad de no quedar sepultados en una candidatura testimonial, y se cerró una fórmula común.
Lo que queda por delante es la incertidumbre del resultado electoral y el futuro del peronismo. Hay quienes creen dentro de la oposición que la verdadera renovación del movimiento político comenzará si la dupla Fernández pierde y los gobernadores, mucho de ellos lejos de la ideología K, toman la posta para comenzar a construir un nuevo tiempo de la fuerza política. Otros creen que esa secuencia ocurrirá más allá del resultado, debido al perfil moderado que ostenta Alberto y las señales de debilidad que la propia ex presidenta dio al negociar como un socio minoritario en la mayoría de las provincias.
Alternativa Federal, como fuerza política, duró menos de un año. Fue un buen intento. Nada hace pensar que no se pueda volver a repetir, con otro nombre y con las elecciones nacionales a cuatro años de distancia. Esta vez el experimento no tuvo un buen resultado. Difícilmente lo tenga si Cristina sigue presente, y con un amplio respaldo de votos, en el mapa político de Argentina. Una vez más, la sociedad definirá en las urnas el futuro del país, pero también de una dirigencia política que, más temprano que tarde, ingresará en una etapa de renovación.