El cronograma electoral dice que hoy vence el plazo de anotación de candidatos para las PASO y también dice que hoy empieza la campaña. Formalidades, en buena medida. No habrá primarias para definir fórmulas presidenciales y la atención seguirá puesta hasta la medianoche en el tejido de las listas de legisladores nacionales, especialmente en los grandes distritos: se definen en oficinas no en las urnas. La campaña, claro, tampoco está esperando para comenzar como indica el calendario oficial.
La competencia electoral arrancó hace rato pero podría decirse que se instaló abiertamente en el último mes, a partir de dos o tres hechos: la vuelta a escena de Cristina Fernández de Kirchner -con su libro y con su fórmula-, el fuerte debate entre los socios del oficialismo –que derivó en señal de apertura, con la incorporación e Miguel Angel Pichetto- y la crisis del peronismo federal. A izquierda y derecha, también se impuso el criterio de lista única en el renglón presidencial.
Las danzas de estas últimas horas en la oposición y el oficialismo muestran un fenómeno llamativo. Se ejercitó una enorme flexibilidad –casi sin límites, en algunos casos- para allanar acuerdos, sumar nombres y cerrar listas, que exponen al extremo la larga crisis de los partidos. Y al mismo tiempo, más que mensajes de pluralidad parecen reforzados los criterios para profundizar con trazos gruesos la polarización.
Con todo, no son claros o representan interrogantes y desafíos un par de cuestiones en el nivel más alto de la disputa. Mauricio Macri estrena un esquema diferente al de sus anteriores competencias: la incorporación de Pichetto demandará planificación –que ya está en marcha- sobre el lugar del vice en campaña, muy relegado en la breve pero hasta ahora cerrada tradición macrista. Menos claro asoma el panorama para el frente encabezado por el kirchnerismo: es una fórmula de peso político invertido y será una prueba real cómo funciona el centro de gravitación CFK con Alberto Fernández como candidato a presidente.
El juego de poder y los últimos preparativos para la batalla son especialmente visibles en la provincia de Buenos Aires –principal choque, no sólo por el enorme peso de su padrón- y en la Capital. Eso, y las últimas exposiciones de Macri y Pichetto y de Alberto Fernández y la ex presidente estarían anticipando lo que viene apenas termine la rosca de la confección de listas.
En Buenos Aires, el oficialismo volvió a mostrar la compleja trama de los equilibrios internos, entre sus socios y entre La Plata y la Casa Rosada. Las conversaciones entre Marcos Peña y Federico Salvai –y la propia gobernadora- fueron saldando diferencias desde hace varios días y ayer quedó cerrado el trato. Entre esos puntos, dos renglones centrales para María Eugenia Vidal. El primero, su señal de que no pondría en discusión la candidatura de Cristian Ritondo para salvar las negociaciones a escala nacional con la UCR. Va al tope de la lista para llegar si las urnas lo permiten a la presidencia de Diputados. Y el segundo, la novedad de la incorporación de María Luján Rey. Después, hay espacios para viejos y nuevos socios.
La pelea tiene como eje a la propia Vidal. Debe jugar una partida muy difícil, como sostén del proyecto de reelección de Macri y como rival en la práctica de CFK, marca principal del armado peronista en la provincia. Su batalla incluirá pero sobrepasará por mucho la defensa de la gobernación frente al dúo Axel Kicillof-Verónica Magario. En un terreno más amplio, Ritondo enfrentará uno de los temás más áridos –la seguridad- y con matriz peronista irá a la competencia con la lista que encabeza Sergio Massa. Pero la incorporación de María Luján Rey le añade un componente potente y dramático; los efectos trágicos de la corrupción. También eso estará en el nivel destacado de la campaña.
Del otro lado, se ha dicho, el peso de la ex presidente será fuerte e ineludible hacia adentro y en la confrontación con el oficialismo. No parece un problema para Kicillof-Magario, desde su origen: fueron colocados en la fórmula por decisión de ella, en un terreno transitado por Alberto Fernández para tratar de amortiguar enojos de jefes locales.
En cambio, es un interrogante el lugar y el despliegue de Massa: ¿quedará limitado a la provincia? ¿Tendrá margen para una exposición como la que tuvo hasta ahora que dejó en veremos su propio plan presidencial? Por debajo del jefe del Frente Renovador, están asegurados –lo estaban desde antes- lugares destacados para Máximo Kirchner y otros jefes de La Cámpora. Ese será un mensaje también potente.
Las negociaciones a cargo de Alberto Fernández en Capital cuidaron también a los representantes del círculo más próximo a la ex presidente, en un tablero cruzado por demandas de veteranos peronistas y regresados socios. Por eso, el lugar más importante fue el primer lugar de la lista de senadores, que quedó para Mariano Recalde: es un cargo asegurado por el sistema de mayoría y minoría. Matías Lammens debutará como candidato a jefe de Gobierno. Y Pino Solanas le ganó la módica pulseada a Victoria Donda para encabezar la nómina de diputados.
El oficialismo estrena coalición ampliada y da pelea con Horacio Rodríguez Larreta y Martín Lousteau asociado como candidato a senador. Buscan potenciar así la oferta para los porteños, con la expectativa de sumarle fuerte a la fórmula presidencial y garantizar un buen número de diputados, con lista de reparto entre representantes de Carrió, del PRO y del radicalismo, ahora formalmente en el frente electoral. Rodríguez Larreta y Lousteau abrirán un abanico con eje en la gestión y el debate político-institucional con el Frente de Todos, naturalmente más volcado a la discusión nacional y con foco en la economía.
Las partidas que buscarán imponer y también enfrentar los candidatos nacionales ofrecen un panorama bastante original. El oficialismo acaba de dar una señal de apertura poco imaginable, precipitada por la necesidad de recuperar iniciativa y mostrar voluntad de poder, en un cuadro electoral que arrancaba con pronósticos malos o inquietantes. La incorporación de Pichetto es además producto de un debate interno sobre el tipo y calidad del sustento de la coalición, razón por la cual proyecta al mismo tiempo otro criterio para armar el gobierno en caso de éxito electoral.
La primera cuestión es si ese –la apertura y por consiguiente, la aceptación del agotamiento de la etapa de mayor cerrazón- será un elemento de campaña. Y cómo lo expresaría el candidato a vice, más allá del discurso, con presencia que empezaba a discutirse en términos un poco lineales de división de territorios con mayor o menor gravitación peronista. Hasta ahora, Pichetto oxigenó al Gobierno, no sólo frente a los mercados, y salvó negociaciones domésticas en al menos tres provincias: Tucumán, San Juan y La Rioja. Lo que viene es diferente.
En el kirchnerismo, los interrogantes remiten al origen de la fórmula. No sólo se trata del modo de las campañas, sino del peso de sus protagonistas. Esta semana, por ejemplo, la presencia y los dichos de la ex presidente en Rosario –referidos a su encanto por Belgrano y a su carga contra Vidal- eclipsaron los movimientos de Alberto Fernández en San Juan y hasta corrieron a segundo plano otras definiciones, sobre todo las de las listas.
Incluso, en el plano doméstico, ese juego se expresó en la crisis muy local pero expresiva del PJ chaqueño: el acuerdo entre el gobernador Domingo Peppo y Jorge Capitanich que parecía garantizado por el aval nacional voló por el aire en menos de 24 horas por una gestión, dicen, ante la ex presidente.
Por supuesto, siempre es difícil determinar cuánto pesa el discurso y cuánto los gestos, el despliegue de los candidatos, el lugar y proyección de cada uno. Esa combinación será medida y de manera creciente a partir de hoy.
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