Sergio Massa cerró su propio círculo para estas elecciones. Dijo que su plan presidencial puede esperar cuatro años y fue parte –no único responsable- de dejar agonizando otro proyecto que tenía marca propia pero no era unipersonal: el peronismo federal como eje de un armado para sostener la tercera vía. Había entreabierto la puerta a este giro hacía rato en sus contactos con Máximo Kirchner, cruzó el umbral en sus negociaciones con Alberto Fernández y terminó el recorrido al aceptar competir como diputado. Junto con el anuncio de su candidatura, sus dichos de ayer mismo sonaron a ensayo de diferenciación en un frente que aplaude su retorno pero no oculta hostilidad.
Sólo el vértigo de la política local, con señales veloces que alimentan el show tuitero de los videos y frases contradictorias y efímeras, puede explicar el recorrido massista y sobre todo, el quiebre del proyecto compartido de generar una alternativa que desafiara, al menos, la polarización entre Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner.
Vale un mínimo repaso, apenas un mes y monedas hacia atrás, desde el triunfo impactante de Juan Schiaretti en las elecciones de Córdoba del domingo 12 de mayo.
Schiaretti asomaba afirmado como "ordenador" de Alternativa Federal, junto a Massa, Juan Manuel Urtubey y Miguel Ángel Pichetto. Massa ya había tendido puentes más firmes hacia el kirchnerismo y la duda de entonces era si la revitalización de esa sociedad podría contenerlo. La ex presidente iba moviendo sus piezas: volvió a la sede del PJ después de más de una década y anunció a los pocos días la fórmula con Alberto Fernández.
Roberto Lavagna siguió en su esquema de rechazo a las PASO, Massa terminó de romper, Pichetto sorprendió como vice de Macri y Urtubey cedió para rescatar algo del espacio con Lavagna. Schiaretti se concentró en su provincia y espera con "boleta corta" el comicio que viene.
Todo ocurrió en menos de cuarenta días. Y Massa redondeó ayer el final con un discurso que no es estrictamente original, pero que intenta rescatar su perfil en medio de un proceso en el que deja, de mínima, interrogantes sobre su capital. La decisión de sumarse al frente que hegemoniza el kirchnerismo, y que espera asociar gobernadores con diferente grado de compromiso en la campaña, fue dilatado. No hubo finalmente sorpresa. Dejó de lado el último margen de incertidumbre y cierta tensión al archivar la idea de competir en una PASO con Alberto Fernández.
Esa vía para resolver su integración al Frente de Todos hacía titilar una última instancia de reafirmar su perfil, con el supuesto de oxigenar además a la coalición. Pero también, y sobre todo, lo colocaba como figura de recorrido nacional, al menos hasta agosto y tal vez después de las primarias, si lograba un buen piso aún perdiendo y se afirmaba con cartel propio para la campaña posterior y más decisiva.
Los recelos en las filas kirchneristas no eran menores. Primero se había dilatado el café para suscribir la alianza y, después, su lugar definitivo. Se dejaron trascender especulaciones y evaluaciones sobre cuál sería el mejor aporte, cuando en rigor lo que estaba en discusión era cómo preservar parcialmente su lugar específico, luego de que su propio andar terminara de apurar el tránsito de su armado territorial –legisladores, intendentes- hacia la vereda kirchnerista. Él mismo selló ese juego.
La candidatura al tope de la lista de diputados por Buenos Aires lo coloca en la pelea como referencia que a la vez puede ser límite territorial. Habrá que ver si suma realmente para complicar más a María Eugenia Vidal o si su aporte quedó licuado en parte por el viraje hacia el kirchnerismo.
De todos modos, el problema para Massa no sería exclusivamente medido en la escala de las estructuras políticas. Sabe que su capital mayor fue otro, es decir, el grado de respaldo a su propia figura. Algunos viejos acompañantes de su recorrido desde que rompió con la ex presidente recuerdan que le iba mal cuando "se cerraba en los acuerdos de aparatos".
Puede ser. Algo de eso quizá se haya expresado en algunas de las declaraciones que hizo para acompañar el anuncio sobre la aceptación de la candidatura a diputado.
Dijo que la política en general se corrió hacia la moderación y que eso mismo le restó sentido al peronismo federal. De hecho, en su postura, asume la polarización y vuelca hacia uno de los polos privilegiando la oposición a Macri, sin registro sobre los cuestionamientos a la experiencia kirchnerista.
También sostuvo, para exhibir perfil propio, que él se anota en las antípodas del pensamiento de Raúl Zaffaroni. Fue su manera de tomar distancia de los dichos recientes del ex juez de la Corte, que había planteado el objetivo de una ley de revisión de las causas por corrupción.
El de ayer parece haber sido un día de gestos similares entre quienes se reencontaron para esta elección. Alberto Fernández rechazó las infelices declaraciones de Dady Brieva sobre "una Conadep" para periodistas. Y Felipe Solá cuestionó al mismo cómico y también a Mempo Giardinelli, promotor de una ofensiva definitiva contra la Justicia y de una reforma de la Constitución básicamente con ese objetivo.
No todo tiene la misma densidad, aunque expresen reflejos parecidos. Y algunos de los rechazos expresan incomodidad antes que decisión de un debate profundo. Pero en cualquier caso, en el kirchnerismo duro cuesta aceptar esos gestos personales como razones estratégicas.
Precisamente, esa contención de estas horas no significa que se hayan borrado rencores y recelos hacia Massa, que van desde el triunfo de 2013 que terminó de desarmar la idea de reelección indefinida de CFK hasta el apoyo o impulso a la ley del arrepentido y al proyecto de extinción de dominio. Lo aceptan en estas horas en medios kirchneristas, donde el límite fue puesto por el visto bueno de la ex presidente a las negociaciones de su hijo Máximo y de su candidato a presidente.
La candidatura finalmente acordada sería sostenida además con un compromiso de promoción de Massa a la presidencia de la Cámara de Diputados, en caso de ganar las elecciones. Un compromiso siempre con interrogantes: el primero, que sería grosero, sobre el cumplimiento, y el segundo, algo más cuidado, sería el significado efectivo de ese cargo en un nuevo juego de poder. Primero, naturalmente, están los desafíos electorales. En esa mesa se irán viendo las cartas, también internas.
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