Miguel Ángel Pichetto, un peronista que siempre mostró cintura para buscar consensos en el Congreso

En el sentido weberiano, Miguel Ángel Pichetto es el político profesional que antepone las razones de Estado por encima de los intereses particulares e, incluso, de los suyos personales. Tiene la visión opuesta de los que buscan el respaldo de los electores, normalmente críticos con la política y mucho más si son profesionales. No le tiene miedo a lo incorrecto ni espera el aplauso de los sectores más progresistas de la sociedad. Desde que se liberó del "yugo" al que se sentía obligado en tiempos K, dice lo que piensa. Así, a los macristas que lo critican porque no habilitó la suspensión de los fueros de Cristina Fernández de Kirchner para que fuera detenida en prisión preventiva les contesta con la "tradición del Senado". Y a los zaffaronianos los asusta cada vez que pide orden en las calles para limitar el accionar de los piqueteros.

Parece que Pichetto es capaz de decir cualquier cosa, pero apenas dice lo que piensa. Cree en una Argentina integrada al mundo occidental y bajo la amplia tutela del hermano mayor de la región, Estados Unidos. No piensa que es un vendepatria por eso. Es solo un pragmático, porque puesto a elegir, no duda de cuál es lado que prefiere.

Hace pocos días no rehuyó una pregunta más que pertinente. ¿En una segunda vuelta, si tuviera que votar a Macri o a Cristina, ¿por quién lo haría? "Obviamente, por Macri", dijo. Y no se puso colorado. Infobae tuvo ocasión de preguntarle por esa respuesta y fue llano: "Sólo dije la verdad".

También se le consultó sobre la relación que trabó con Mauricio Macri en los últimos tiempos. Infobae le sugirió que era algo así como un Pigmalión, un maestro político del Presidente. Pichetto se quedó mirando al horizonte pero ya no contestó nada: un político profesional sabe que nunca hay que disminuir la figura presidencial, una institución que considera "sagrada" en las democracias, sobre todo en las jóvenes, más allá de los errores que un presidente cometa.

Alguna seguridad de ese tipo le debe haber expresado a Mauricio Macri para que quebrara su propia tradición, la de llevar una mujer en la fórmula. Desde 2007 el PRO, y luego Cambiemos, buscó en una figura femenina equilibrar la propia, normalmente dura y fría. Lo hizo con Gabriela Michetti, con María Eugenia Vidal y de nuevo con Michetti. Se trataba casi de un dogma, abonado sobre todo por Marcos Peña y el estratega Jaime Durán Barba, atentos a la sociedad líquida del siglo XXI.

Hace tiempo que se dice que Macri está cambiado, pero nadie terminaba de creerlo. Llevar a Pichetto como compañero de fórmula es liberarse de la teoría que lo llevo al poder, asentada en esa política blanda, donde lo político es despreciado por lo que tiene de "transaccional".

Pichetto es el epítome de la política para los que les gusta la política, la expresión de la negociación en su estado puro, todo lo que el macrismo despreció desde sus inicios, la construcción de consensos en serio y no solo para las fotos, porque exige escuchar al otro y sus circunstancias, entenderlo y ayudarlo, para que -finalmente- sea un "ganar/ganar".

Pero en el caso de Cambiemos también expresa los límites a la gobernabilidad que tuvo y, sobre todo, tendrá que enfrentar si Macri es reelegido. El Congreso no será más fácil desde el año próximo, sino más difícil. Y Macri será un pato rengo el 11 de diciembre de 2019 si no construye una coalición más amplia, como la que pidieron los radicales en su convención de Parque Norte.