Felipe González ironizó, casi se lamentó, por las repetidas invocaciones locales a la necesidad de consensos básicos que terminan en la nada. "Desde 1984 me preguntan en la Argentina cómo fue eso de los Pactos de la Moncloa", dijo en su reciente paso por Buenos Aires. Nunca se avanzó en semejante modelo. Y lo que se está empezando a discutir ahora es bastante más módico, con algunos rasgos de cálculos menores e improvisación. El Gobierno fue modificando sobre la marcha la agenda y en las reacciones iniciales de fuerzas opositoras abundan los "sí pero" para no cerrar del todo la puerta.
El problema, o al menos el cuestionamiento expreso y a modo de reclamo, sería evitar el uso unilateral de la convocatoria. De manera reservada, naturalmente, los pronósticos son de escaso margen para avanzar con el diálogo en medio de los procesos electorales de las provincias y el calendario nacional que ya comienza a apretar. La única chance de avance sería que implique ganancia para todos o para la mayoría.
En otras palabras, si es por ese cuadro de elecciones, ya no habría tiempo para mucho. El domingo próximo se vota en Córdoba. En los tres primeros domingos de junio están anotados diez comicios para definir gobernador (San Juan, Misiones, Chubut, Jujuy, Tucumán, Entre Ríos, Santa Fe, Tierra del Fuego, San Luis y Formosa), además de las primarias en Mendoza y las legislativas en Corrientes. No es todo: también en junio vencen los plazos para anotar alianzas nacionales y, dato central, inscribir los candidatos.
Apenas iniciadas las conversaciones, fuentes del oficialismo dejaron trascender la voluntad de no forzar o incomodar a los gobernadores ya jugados a sus campañas para asegurarse otro mandato como jefes provinciales. Córdoba ocupa un renglón destacado, no sólo por ser el caso más cercano sino además por el oleaje político que se espera en el oficialismo nacional y hacia el interior del peronismo federal.
Las encuestas proyectan la reelección de Juan Schiaretti, que viene transitando la campaña con el peso y un fuerte despliegue de su estructura provincial, favorecido además por ecos externos: la deserción del kirchnerismo, por manejos locales desautorizados desde el Instituto Patria ante la perspectiva de un pésimo resultado en las urnas, y la fractura de Cambiemos, que finalmente dividió aguas entre Mario Negri y Ramón Mestre.
Mauricio Macri siempre ha mantenido buen diálogo con el gobernador cordobés y algunos canales informales se habrían mantenido activos durante la campaña. Si como indican los sondeos se asegura la reelección, Schiaretti volverá a pesar como el jefe político del principal distrito en manos del PJ. Ya se especulaba con que desde ese lugar buscaría ordenar la interna de Alternativa Federal y sobre todo, encontrar una salida para las posiciones que exhiben Sergio Massa y Juan Manuel Urtubey, en cuanto a las primarias, y Roberto Lavagna, que busca su propio consenso consagratorio. A eso acaba de sumarse la estrategia frente a la convocatoria acuerdista de Macri.
También Córdoba impactará en la sociedad Cambiemos y, claro, especialmente en la UCR. El radicalismo podría definir hoy la fecha de su Convención Nacional, encargada de resolver la política de alianzas, con horizonte de debate ruidoso asegurado. La cita debe concretarse antes de la inscripción de frentes electorales (12 de junio) y en un día sin elecciones provinciales. No queda mucho margen: tal vez, el último fin de semana de este mes.
Ese es un dato central, porque un temblor interno de magnitud en Cambiemos sería grave para el Gobierno –en lo inmediato, no sólo en perspectiva electoral- y por consiguiente complicaría el proceso de negociaciones por un consenso básico con la oposición. Los partidarios de sostener Cambiemos, aun con reclamos para funcionar como real coalición de gobierno, creen que el camino no es fácil, pero que habrá mayoría a favor de mantener el frente actual. Su ampliación, en todo caso, sería un debate a mediano plazo: la realidad indica que la convocatoria a dirigentes del PJ y de fuerzas provinciales hoy sólo cosecharía rechazos.
En esas aguas propias y ajenas trata de navegar el intento de acuerdo político, pensado por el Gobierno como una señal a los mercados internos y externos, y a la economía en general, para amortiguar los componentes de la crisis atribuidos a la incertidumbre política. Por esa misma razón, los contactos iniciales -más de los conocidos y que habrían trascendido a los jefes del peronismo federal- estuvieron restringidos a la política o al centro de la política: gobernadores del peronismo y de otras fuerzas –provinciales y el socialismo-, un espacio que podría incluir a jefes locales hoy más cercanos al kirchnerismo, pero que excluía de hecho a Cristina Fernández de Kirchner.
Eso, por supuesto, no estaba dicho. Y las primeras reacciones, apenas trascendieron los contactos reservados, cambiaron la dinámica. Massa en la búsqueda de un perfil más firme, Lavagna con su estilo y después de manera más formal otros dirigentes y también la Iglesia Católica reclamaron una convocatoria sin exclusiones partidarias ni sectoriales, además de una agenda abierta. La nota de invitación fue extendida a Cristina Fernández de Kirchner, a las entidades empresariales –que en líneas generales expresaron apoyo- y a la CGT, que trataría el tema formalmente la semana que viene en un clima cargado y de arrastre por la interna con el moyanismo y sus aliados.
Las primeras reuniones concretas, a cargo de Rogelio Frigerio, incluyeron ayer a dos gobernadores peronistas – el entrerriano Gustavo Bordet y el chaqueño Domingo Peppo- y a Daniel Scioli. Vendría ahora una tanda con jefes de fuerzas provinciales, como el rionegrino Alberto Weretilneck y el neuquino Omar Gutiérrez. Lo que dijeron los primeros invitados y el mensaje que anticipan otros es por ahora limitado a valorar el gesto y plantear ampliaciones del temario.
Visto en conjunto, el panorama no es para nada sencillo. De entrada, pueden computarse los siguientes elementos: la ampliación de la convocatoria a referentes políticos por el reclamo de los primeros invitados –algunos con destino de rechazo, explícito o bien vestido, como se espera de la ex presidente-, la suma de representantes sectoriales y un punteo de temas más allá del juego inicial de contraposición de decálogos propios.
Algunos de esos pasos parecen muy cuidados. Es posible advertirlo en los pedidos opositores para condicionar el arranque de las tratativas y en las concesiones del Gobierno para volver a colocar el foco sobre la reacción opositora. Da la impresión de que muchos temen que la factura sea para quien rompa la posibilidad de un consenso. Dicho de otro modo: nadie querría quedar como responsable de un fracaso. Tal vez en ese cálculo de costo-beneficio se apoye la esperanza de un acuerdo.
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