Casi cuarenta años después de su nacimiento -e incalculables ríos de sangre-, la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés) fue declarada organización terrorista por parte de los Estados Unidos. La resolución de la Casa Blanca era esperada desde hacía tiempo. Específicamente, desde que Donald Trump asumió la presidencia norteamericana y endureció la política hacia Teherán.
"Este paso sin precedentes reconoce la realidad de que Irán no solo es un Estado patrocinador, sino también que el IRGC, participa, financia y promueve el terrorismo como una herramienta estatal", dice el texto con el que se dio a conocer la medida que tendrá un impacto central sobre aquellos que tengan vínculos con la fuerza extremista.
Su máxima autoridad -más allá del ayatolá Alí Khamenei– es uno de los generales más experimentados y próximos a la autoridad religiosa. Se trata de Qassem Soleimani, quien comanda las IRGC y las Fuerzas Quds, el escuadrón operativo fuera de Irán dependiente del recientemente declarado grupo terrorista. En tiempos recientes su papel fue fundamental en el sostenimiento de la dictadura de Bashar Al-Assad en Siria. Junto a Rusia, ahora se reparten lo que queda del devastado país.
Desde su germen, la agrupación ahora comandada por Soleimani fue la encargada de expandir hacia todo el planeta la ideología religiosa que el entonces ayatolá Ruhollah Khomeini inoculó en su pueblo. Esta se centraba básicamente en dos pilares: un odio visceral -y calculado- hacia los Estados Unidos y renacer el milenario enfrentamiento entre chiítas y sunitas en Medio Oriente.
Bajo estas premisas y en el amanecer de su vida, comenzó a tejer a otro grupo terrorista en la región: Hezbollah. Esta organización fundamentalista no es ni más ni menos que un brazo de la IRGC en el Líbano. A tal punto lo es que su bandera -aunque en tonalidad verde y amarilla- es casi una réplica de la del cuerpo armado iraní. Un fusil en alto emergiendo de un globo, señal de su intento de sometimiento del mundo, y el Corán.
Ese ensayo de conquista, sin embargo, no fue convencional. Se basó en el terror. Su bautismo de fuego más resonante -ya había tenido participación inicial bajo el amparo de la IRGC en la guerra del Líbano– fue en octubre de 1983 cuando atentó contra cuarteles internacionales en Beirut, asesinando a 241 infantes de marina de los Estados Unidos, 58 paracaidistas franceses y seis libaneses sin uniforme.
Hezbollah fue el responsable. Pero la Guardia Revolucionaria Islámica festejó el éxito de la misión. Una vez consolidada la posición en el Líbano, los intereses de la banda extremista y de los iraníes se concentrarían en los ataques de los intereses occidentales en el extranjero. En 1985 la organización armada cometió al menos 24 ataques terroristas alrededor del mundo.
Años más tarde en Buenos Aires, el mundo vería una vez más el alcance de Teherán. Fue el 17 de marzo de 1992. Una célula terrorista libanesa también financiada por Irán atentó contra la Embajada de Israel en la capital argentina. Causó 22 muertos y 242 heridos.
De acuerdo a la Corte Suprema de Justicia "el atentado cometido (…) fue organizado y llevado a cabo por el grupo terrorista denominado Jihad Islámica, brazo armado del Hezbollah". La organización chiíta se había hecho responsable por el brutal ataque mediante un comunicado publicado en el diario libanés An Nahar. Agazapados detrás, Irán y su Guardia Revolucionaria Islámica.
Dos años después, el 18 de julio de 1994, un coche bomba impactaría contra el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en uno de los barrios más concurridos de la capital. Masacre: 85 muertos; 300 heridos. Otra vez Hezbollah. Ergo: otra vez Irán.
La justicia determinó que diplomáticos iraníes habían formado parte de la planificación. El por entonces fiscal especial Alberto Nisman había enumerado las identidades de los sospechosos: Moshen Rabbani, ex agregado cultural en la Argentina y cerebro de los atentados. También fueron descubiertos en el complot Alí Fallahijan, ministro de Información y Seguridad iraní entre 1989 y 1997; Mohsen Rezai, comandante de la Guardia Revolucionaria Islámica entre 1981 y 1997; Ahmad Vahidi, Comadnante de las Fuerzas Quds entre 1989 y 1998; Ahmad Reza Ashgari, secretario de la Embajada de Irán en la Argentina entre 1991 y 1994 y Imad Mughniyah, jefe de inteligencia de Hezbollah.
Durante años, en foros internacionales, el gobierno argentino fustigó a Teherán por su responsabilidad en el atentado a la sede social israelí en Buenos Aires. Sin embargo, luego el parlamento -a instancias de la misma administración- pactó con el régimen de los ayatolás un acuerdo que fuera denunciado posteriormente por el propio fiscal que había investigado la causa hasta llegar a sus responsables directos. Nisman acusó a funcionarios y a la entonces presidente de la nación, Cristina Kirchner, por el acuerdo.
Cuatro días después fue hallado muerto en su apartamento.
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