Nicolás Dujovne no cruza más a pie los escasos metros que separan su oficina del Ministerio de Hacienda de la Casa Rosada.
Desde hace tiempo que utiliza el auto oficial para reunirse con Mauricio Macri o con el jefe de Gabinete. Rodea toda la Casa de Gobierno por detrás, por avenida La Rabida. El ministro se cansó de las puteadas que recibía en ese corto trayecto. En la reunión de gabinete del jueves, el funcionario se la pasó con la vista clavada en la cotización del dólar, en su teléfono.
Hace algunas semanas, un relevante senador nacional del PRO fue seguido durante una cuadra por un conductor que lo reconoció cuando salía del departamento, acompañado por su chofer. Le dijo de todo, de auto a auto.
La ministra de Desarrollo Social le contó hace poco a su círculo íntimo que por primera vez recibió el reproche de una clienta del supermercado que suele frecuentar en la zona norte del Gran Buenos Aires.
El jueves, Carolina Stanley fue la cara del anuncio del aumento de pobreza, que alcanzó a más de 14 millones de personas, el 32% de la población, y se volvió a ubicar en los mismos valores heredados por Mauricio Macri cuando asumió la Presidencia con la promesa de "pobreza cero".
A Stanley se la vio esa tarde fastidiada, más allá de la amargura lógica de dar explicaciones del número de pobreza más alto de la era Macri, en el inicio de la campaña electoral y cuando su nombre había asomado tímido como potencial candidata a vicepresidenta. "Está clarísimo que Marcos no la quiere de vice", deslizaron esa tarde en su entorno. Marcos es Peña, el influyente y decisivo jefe de Gabinete que mantiene una distante relación con la ministra y que decidió que fuera ella junto a Dante Sica una de las caras del anuncio, y no el jefe de Estado.
El inicio de la campaña encuentra a Cambiemos en un proceso de somatización y catarsis colectiva, producto de los reproches internos y de la crisis económica, evidenciada no solo en la devaluación y la espiral de inflación si no también en un profundo malhumor social.
Abundan los casos. En los últimos tiempos, por caso, el vicejefe de Gabinete Andrés Ibarra levantó más fiebre que la habitual y tuvo reiterados dolores estomacales que se hicieron costumbre, según confiaron fuentes médicas. Como nunca antes.
El miércoles pasado, sobre el final de la exposición de Peña en el Senado, Miguel Ángel Pichetto habló de terapia y de estado anímico ante un jefe de ministros que lo miraba imperturbable. "Este cambio cultural que quieren llevar adelante, si no tiene continuidad política, están perdidos. Lo físico denota un estado anímico. Hubo presidentes del Banco Central que tenían ataques de pánico. Qué hagan terapia", aseguró, ácido, el jefe del bloque del PJ en el Senado.
Pichetto aludió con los ataques de pánico a Luis "Toto" Caputo, el ex ministro de Finanzas y ex jefe del Banco Central que se fue del Gobierno después de ser insultado con ferocidad mientras comía en una parrilla del barrio porteño de Belgrano, en medio de la crisis cambiaria del año pasado.
En esos días, Macri lloró ante un colaborador de confianza, según reconstruyó este medio. Fue después del fin de semana de deliberaciones en Olivos de principios de septiembre en el que la coalición de gobierno crujió para siempre. Mario Quintana, que suele bromear en privado que pasó en un año de ser "el presidente sustituto" a desempleado, también suele decir en charlas reservadas que el 2018 fue, para el Gobierno, el año de la resiliencia.
Después de ese fin de semana, la llamada "ala política" del PRO se desmembró definitivamente de la cúpula de Casa Rosada. También entró en un periodo de catarsis que sobrevuela aún hoy.
Emilio Monzó pidió la embajada en Madrid -todavía no se la confirmaron- y se corrió de cualquier decisión. La última gira asiática junto al Presidente, de febrero pasado, salió peor de lo que el titular de Diputados hubiera deseado.
El jefe del bloque del PRO en la Cámara baja, Nicolás Massot, se ganó una beca en Yale – solo unos pocos fueron seleccionados – y podría irse a mediados de año, en medio de la campaña. Massot, otro de los integrantes del "ala política", ni siquiera tuvo injerencia en la interna cordobesa.
El ministro Rogelio Frigerio, que logró sobrevivir al fin de semana negro de Olivos de septiembre pasado, resiste. Mantiene un estrecho vínculo con Macri, y depende de los humores de Peña. En los últimos tiempos aceleró sus clases de inglés, que toma en el despacho de la planta baja de la Casa Rosada. La idea de irse al Banco Interamericano de Desarrollo (BID), donde trabajó por un tiempo su mujer cuando fue eyectada del Gobierno junto a menos de una veintena de funcionarios por el decreto impulsado por el jefe de ministros, sigue vigente.
Estrategias y dudas
En el Gobierno hay una creciente preocupación. Incluso ahora se nota en algunos despachos de la Jefatura de Gabinete, el último bastión optimista de la Casa Rosada. "Funcionamos mejor bajo presión", se defienden en esas oficinas. La formidable maquinaria electoral del PRO se enfrenta este año al desafío más crucial desde su existencia: la reelección de su líder, contaminada por las tensiones internas y la grave crisis del programa económico.
El miércoles pasado, antes de presentarse en el Senado, Peña se reunió durante más de dos horas con Horacio Rodríguez Larreta y el consultor Jaime Durán Barba, de vuelta en el país. Quedaron en esperar los resultados de los estudios cualitativos, que son analizados por el sociólogo español Roberto Zapata, para definir la estrategia de campaña.
El jefe de Gobierno porteño tuvo fiebre toda la semana. Como a nivel nacional, o en la Provincia, en la ciudad de Buenos Aires dejaron por ahora de lado al tradicional timbreo. El mal humor social y el desgaste congelaron, por ahora la actividad que es una marca registrada del PRO.
En territorio porteño, por ejemplo, lo reemplazaron con caminatas callejeras orientadas a publicitar obras de gestión. El timbre era mucho más impredecible en relación al que contestaba del otro lado de la puerta.
En la provincia de Buenos Aires, el panorama es bastante más complejo. Los números son preocupantes.
María Eugenia Vidal tuvo, tal vez, de los peores diciembres de los últimos tiempos. Enojada con buena parte de la cúpula partidaria, se debatió sobre la conveniencia o no de desdoblar la elección para eludir la impopularidad de Macri. Decidió por la negativa.
Desde hace tres semanas, la gobernadora empezó a probar una nueva estrategia de campaña: reúne a una veintena de votantes "desencantados" en municipios propios. Empezó por Tres de Febrero y siguió por Lanús.
La semana anterior, en Lanús, la mandataria se fue con un sabor agridulce. Se enfrentó a más de veinte comerciantes pymes, castigados por la crisis, en el gimnasio de un club barrial. Resaltaron su figura, pero fueron drásticos con el Presidente: se quejaron por el rumbo de la economía, hablaron de frustración y de enojo. Y lo peor: varios contestaron que podrían votar por Roberto Lavagna, el candidato que entusiasma al círculo rojo.
En el macrismo, en especial en la provincia de Buenos Aires, hay quienes todavía se ilusionan con el plan de emergencia: Vidal por el jefe de Estado. No lo descartan. Aún cuando los que lo impulsan saben que ni Macri ni Peña lo habilitarían. "Es no conocerlos", resaltan. A pesar de la crisis.