
Zulemita Menem estalló en un silencioso llanto, mientras con sus manos entrelazaban los dedos en señal de rezo, desde las gradas superiores de la sala del tribunal. Abajo, Carlos Menem escuchaba con una sonrisa tranquila la noticia de su absolución. A sus 88 años, el senador caminó despacio hacia la salida del recinto, la misma por la que un minuto antes se habían retirado los jueces que terminaban el juicio en su contra. Zulemita también salió rápido, acompañada por un custodio.
Fue solo una de las escenas que se vivieron entre las 16 y las 16.28 en la llamada sala Amia de los tribunales de Retiro, la misma que había sido inaugurada en 2001 para comenzar lo que entonces era un juicio histórico: llevar al banquillo a Carlos Telleldín y cinco policías, encabezados por Juan José Ribelli, para ser juzgados el atentado a la mutual judía, un ataque que el el 18 de julio de 1994 le costó la vida a 85 personas.
Pero aquel primer juicio terminó en 2004 en absoluciones al dar acreditado que, a sabiendas del entonces juez Juan José Galeano, la SIDE le había pagado en 1996 a Telleldín la suma de 400 mil dólares para que declarara contra un grupo de policías a los que, en los medios, acusaba de haberse llevado la Trafic que sirvió de coche bomba. Si le pagaron para mentir o le pagaron solo para hablar es una de las grietas que divide a los que forman parte de la causa AMIA.

Galeano insiste en que aquel pago fue una operación de inteligencia justificada, aunque nunca haya dejado constancias en el expediente de ello. Desmiente haber llevado cometido delitos. En los 90, apenas llegado a Comodoro Py 2002, tuvo en sus manos la causa más importante que nadie pudo haber imaginado, la más mirada por el Gobierno de entonces y también la que más exigía respuestas por parte de los familiares de las víctimas.
Hoy, Galeano llegó solo a la sala de audiencias. Se sentó en el lugar que ocupó durante todas las audiencias desde 6 de agosto de 2015, cuando empezó el debate oral. Tenía una botella de agua mineral que había comprado en el kiosco de Comodoro Py y que apoyó en el piso, junto a su silla. Escuchó el veredicto acariciándose la barba, buscando que terminaran esos minutos eternos que había esperado con ansiedad, sin saber cuál iba a ser su suerte.
Cuando el Tribunal anunció que tendrían en cuenta las graves violaciones a los derechos humanos, que eran imprescriptibles, las defensas de los acusados vaticinaron internamente que se venían altas penas. A Galeano le tocaron seis años, la pena más alta para todos los acusados.

A Telleldín le dieron 3 años y 6 meses. Es el reducidor de autos que recibió los 400 mil dólares y que ahora deberá devolver, con intereses. El Tribunal le fijó tres años y medio para él que -además- volverá a ser juzgado por su responsabilidad en el atentado. Dicen los que lo vieron que pensó que quedaba preso cuando escuchó que el presidente del tribunal, Jorge Gorini, pronunció la palabra "detenciones" al pasar, supeditado a la confirmación de la sentencia.
Su ex esposa, Ana Boragni, llegó con tacos altos, un solero y una campera de jean, para enterarse que había sido condenada a dos años de prisión. Cuando el juicio comenzó, hace tres años y medio, ella transitaba un tratamiento contra el cáncer que le impedía asistir a todas las audiencias. El abogado Víctor Stinfale salió rápido, apenas oyó que quedaba absuelto.
Los ex fiscales Müllen y Barbaccia escucharon sucondena, a dos años de prisión, como si hubieran recibido una piña. Müllen reclinado para atrás, Barbaccia inclinado en su silla. Según cuentan los que los trataron, sólo querían la absolución. "Para que me condenen, prefiero 15 años. No hay condena válida para un inocente", lo escucharon decir a Müllen en el hall, minutos antes del veredicto. Ellos sostuvieron hasta último momento que los policías a los que habían acusado, junto a Alberto Nisman, eran parte de los culpables de la masacre.
Juan José Ribelli, hoy abogado y ex policía bonaerense que estuvo preso por la investigación de Galeano y los ex fiscales y se convirtió en acusador de sus ex acusadores, celebraba que el tribunal le hubiera dado la razón. Lo acompañaba Juan Manuel Ubeira, el mismo que lo había defendido en el proceso anterior.
En una sala repleta de periodistas y familiares, hubo llantos por los condenados y sonrisas amargas por parte de los que habían sido absueltos. El sabor agridulce también quedó entre los querellantes que llevaron adelante las acusaciones en este juicio: consiguieron condenas, pero no las de todos. Hubo un único sentimiento común: la incredulidad de estar teniendo por primera vez respuestas en este caso (buenas o malas, según quien las mire) a más de 20 años de cometidos los hechos.
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