Así se gestó la final más vergonzosa de la historia, que terminó con el peor resultado: perdieron todos

El Gobierno comenzó asegurando que la Superfinal de la Copa Libertadores se jugaría con visitantes, y terminó dando explicaciones por un micro apedreado y cuatro jugadores lesionados

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La Gendarmería intenta despejar Avenida
La Gendarmería intenta despejar Avenida Libertador. Una imagen que dejó el frustrado partido del sábado 24 (Foto: Franco Fafasuli)

El papelón internacional que protagonizaron la Argentina y sus autoridades políticas y deportivas se empezó a gestar el 23 de octubre. Ese día el presidente Mauricio Macri dio una entrevista en una radio de La Rioja en la que reconoció que no quería una final de Copa Libertadores entre Boca y River. "Sería una locura, tres semanas de no dormir, mucha presión", vaticinó.

La confesión de la principal autoridad del país, que debería transmitir serenidad, darles seguridad a las personas que gobierna, y pregonar un mensaje de paz, anticipó lo que sucedió a partir de la noche que Boca empató 2-2 con Palmeiras y se clasificó al partido definitorio de la competición: 26 días de declaraciones, decisiones y desatinos que contribuyeron a convertir un evento deportivo en un marcado traspié político de repercusión internacional.

Macri se anotó el primer gol en contra el viernes 2 de noviembre. En el mismo momento en que las autoridades de seguridad de la Ciudad y de la Nación desfilaban por distintos medios analizando los desafíos de organizar las dos finales, el jefe de Estado apeló a una desconocida verborragia tuitera para pedir que los partidos se jueguen con hinchas visitantes. Pocos minutos después, lo que había sido interpretado como una sugerencia se transformó en una orden de Gobierno cuando el propio mandatario confirmó en una radio que los encuentros se jugarían indefectiblemente con simpatizantes de los dos equipos en ambos estadios.

Video: Macri asegura en radio La Red que el partido se jugará con visitantes

"No es un capricho del Presidente, hay que animarse a dar estos pasos, el que no arriesga no gana", intentó justificar Patricia Bullrich mientras se buscaba digerir una decisión inesperada en un país donde la mayoría de los partidos de fútbol se juegan sin visitantes para evitar hechos de violencia.

Video: Patricia Bullrich y "el que no arriesga no gana"

La ocurrencia de Macri y Bullrich provocó algo inesperado: el deshielo de la compleja relación entre Daniel Angelici y Rodolfo D'Onofrio, quienes se unieron a las autoridades de la Ciudad de Buenos Aires para ponerle un freno a la alocada idea de jugar los encuentros con visitantes.

Se pensaba, quizás, que el Presidente aprendería del golpe. Que alguno de los expertos en política y comunicación que lo rodea le explicaría que ya no es un dirigente futbolístico y que la investidura del cargo que ostenta lo obliga a ser equidistante en este tipo de eventos sociales. Que no era bueno para su imagen que dos dirigentes deportivos lo terminaran desautorizando en público. Y mucho menos encender la mecha del descontento social a pocos días de que los principales líderes del mundo llegaran a la Argentina para la cumbre del G20.

Pero los consejos no llegaron. O quizás llegaron y el destinatario no quiso escuchar. De otra manera no podría entenderse ¿el chiste? que intentó ensayar el Presidente el 5 de noviembre cuando calificó como "culón" al técnico de River en una recorrida oficial.

"El culón de Gallardo" ganó una Libertadores, una Copa Sudamericana, dos Copa Argentina y una Supercopa ante Boca justamente por ser todo lo contrario a lo que piensa el Presidente de él. El entrenador de River es un hombre que se esfuerza todos los días para ser el mejor en lo suyo. A veces le sale, a veces no, pero está claro que su perfil está mucho más cerca de un personaje que debiera ser resaltado como un ejemplo de dedicación y trabajo que como el de "un tipo con suerte".

Video: Macri habla del culón de Gallardo

Un par de días antes de la primera final en cancha de Boca, la periodista Sandra Borghi fue asaltada en la 9 de Julio. El caso se convirtió en la gota que rebalsó el vaso para el jefe de Gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, que entiende que la seguridad es una de las cuentas pendientes de su gestión.

Pensó en reemplazar al ministro de Seguridad, Martín Ocampo, pero no pudo dar el golpe de timón que le hubiera gustado porque faltaban muy pocos días para el partido y, principalmente, porque estaba en marcha la organización del operativo del G20. Se conformó entonces con una solución intermedia, una suerte de intervención del área a través de Bana Benegas, un funcionario cercano al jefe de Gabinete Felipe Miguel. "Logramos el traspaso de la Policía, pusimos la mejor tecnología, hay más de 100 cámaras en la Avenida 9 de Julio, ahora lo que necesitamos es integrar todo esto", justificó puertas adentro.

La intervención no alcanzó. El micro de River fue apedreado al llegar y al retirarse de la Bombonera, como sucede cada vez que juega de visitante frente a Boca. Por una cuestión de puntería, no hubo un desenlace similar al de ayer en la calle Lidoro Quintero.

La semana previa a la revancha, la finalísima en cancha de River, también estuvo plagada de llamados de atención. El partido que nunca se jugó estuvo precedido de un hecho grave de violencia que demuestra quiénes tienen poder y autoridad en el mundo del fútbol. Sucedió el martes luego de que Atlanta ganara en la cancha de All Boys. La barra brava del club local, dominada por una banda de conexiones con los narcos, atacó al puñado de hinchas visitantes y destrozó parte del club. Cuando llegó la policía, fue corrida por los violentos y debió retirarse de manera humillante del lugar.

Los incidentes entre barras de Atlanta y All Boys

Dos días después, Boca convocó a su hinchada para un banderazo. El periodista Ernesto Tenembaum reveló en Infobae que la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, estaba espantada ante el hecho de que se organizara una concentración de decenas de miles de personas sin haber realizado un operativo de seguridad serio. Por eso, retiró a sus veedores de la Bombonera. La desconexión entre las fuerzas de seguridad nacionales y locales fue absoluta, pese a que sus jefes políticos pertenecen al mismo partido político.

Y llegó la final. El micro de Boca fue emboscado por hinchas de River que lo esperaban por donde pasó cada vez que el xeneize fue a jugar al Monumental. Esta vez, las deficiencias del operativo de seguridad fueron muy ostensibles. No sólo no se retiró al público de allí, sino que hasta hubo un efectivo que desde una de las motos que participaban del procedimiento alentaba a los vándalos al grito de "Vamos River, carajo".

Video: el brutal ataque al micro que transportaba el plantel de Boca

Para esa hora de la tarde, el barrio de Núñez se había convertido en una tierra de nadie donde los que no tenían entradas intentaban robárselas a los que sí tenían, donde había grupos organizados que armaron una suerte de avalancha colectiva e ingresaron al estadio sin tickets, y donde  las peleas y los destrozos de automóviles eran una constante en cada cuadra que rodea al Monumental. Son muchos los registros de estos episodios que abundan en redes sociales.

Video: robos en las inmediaciones del Monumental

El partido no se podía jugar. No estaban dadas las condiciones de seguridad ni deportivas. Tampoco se podía jugar hoy y fue correcta la postergación. El sentido común, que últimamente pareciera no estar de moda en la Argentina, indica que tampoco se podrá jugar la semana que viene, en medio de la cumbre del G20.

A partir de ahora, se sucederán algunas horas donde se entrelazarán nuevamente el deporte y la política. Unos buscarán sacar una ventaja del triste episodio que los tuvo ayer como víctimas y los otros -que en 2015 hicieron la misma jugada que ahora intentará su rival- harán lo posible para que esto no ocurra.

A esta altura, probablemente Bullrich ya se debe haber arrepentido de decir que el que no apuesta no gana. O al menos debe haber aceptado algo: en el partido más vergonzoso perdieron todos. Perdió ella como máxima responsable de la seguridad de los argentinos. Perdió su jefe, el presidente Macri. Perdió la Ciudad como organizador del espectáculo (hoy Rodríguez Larreta reconoció las fallas en el operativo). Perdieron la FIFA y la Conmebol con su lamentable mensaje de que el show debe continuar cueste lo que cueste. Perdieron los clubes y sus directivos la oportunidad de vivir un evento único e irrepetible. Perdieron los hinchas. Y perdió la sociedad argentina la chance de colgarse una medalla que no debiera ser una virtud: la de la normalidad.

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