Anarquistas y mandatarios del G20, el temor a que la historia se repita

En el año 1928, un grupo de anarquistas argentinos quiso aprovechar la visita de un presidente norteamericano para cometer un acto de violencia que amplificara sus ideas. Y antes de planificar ese ataque fallido, llevaron adelante la primera campaña terrorista de la que se tenga registro en la historia local.

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Severino Di Giovanni – Herbert
Severino Di Giovanni – Herbert Hoover (Wikipedia)

La idea principal era colocar dinamita en una vía a la salida de la Terminal de Retiro. Y cuando pasara por encima el tren que llevaba al presidente norteamericano Herbert Hoover, la harían detonar para acabar con él y su comitiva. El plan del anarquista italiano Severino Di Giovanni era tan sencillo como efectivo.

Corría el año 1928 y Argentina se preparaba para un evento sin precedentes. Por primera vez, un presidente norteamericano iba a llegar en visita oficial. En tiempos en que los viajes intercontinentales dependían de los barcos de vapor, las giras presidenciales eran una extravagancia. En rigor a la verdad, Hoover llegaba en realidad como presidente electo, ya que debía jurar en su cargo recién en 1929.

Pero el inminente presidente estaba decidido a mostrar su voluntad de aplicar la doctrina Monroe durante su mandato, lo cual implicaba asegurar que Sudamérica fuera parte de la esfera de influencia norteamericana y dejara de estar sujeta a las potencias europeas de la era colonial.

Sin embargo, un suceso reciente en Estados Unidos amenazaba con frustrar la gira. Los anarquistas italianos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti habían sido ejecutados el 23 de agosto del año anterior por orden de un tribunal que los halló culpables del asesinato de dos personas durante un asalto a un banco en la ciudad South Braintree, en el estado de Massachusetts.

Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti
Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti

La furia de los anarquistas recorrió todo el planeta cuando los máximos políticos norteamericanos se negaron a indultar a sus camaradas. El resultado fue una oleada de ataques contra diplomáticos y empresas de ese país en diferentes naciones europeas y americanas. En Argentina, en donde residía una de las comunidades anarquistas más activas y numerosas del momento, el resultado no fue diferente.

La primera campaña terrorista en Argentina

Impulsados por la furia que desató el juicio contra Sacco y Vanzzeti en los Estados Unidos, los anarquistas argentinos liderados por el inmigrante italiano Severino Di Giovanni idearon un plan de ataques contra intereses norteamericanos en la Argentina.

El 16 de mayo de 1926, perpetraron el primero de ellos. Una bomba colocada frente a la embajada estadounidense, estalló sin provocar mayores daños que algunos deterioros en la fachada del edificio.

En junio de 1927 dinamitaron una estatua de George Washington en el barrio de Palermo y unas horas más tarde destruyeron con explosivos una concesionaria de autos Ford en la esquina de las calles Victoria y Perú.
En noviembre, dejaron un maletín bomba frente a un banco en el centro porteño. Un policía quiso abrirlo para revisar su contenido y al no lograrlo le pidió a Luis Rago, un transeúnte que pasaba por el lugar, que lo cuidara mientras buscaba alguna herramienta. En lugar de vigilar el maletín, Rago intentó abrirlo apenas se alejó el oficial. Fue un error fatal; en su intento activó el mecanismo y murió al instante al estallar su contenido.

El sábado 24 de diciembre de 1927, el grupo de Di Giovanni colocó artefactos explosivos en las sedes de los bancos norteamericanos Boston y Citibank. El mecanismo de relojería fue graduado de tal manera que estallaran a las 11:54 horas, justo cuando los locales estuvieran atiborrados de público que llegaba a hacer trámites de última hora antes del cierre de Navidad. Las explosiones provocaron dos muertos y medio centenar de heridos.

El uso de explosivos en sitios colmados de gente era ya un método tradicional en el anarquismo argentino, tal como lo testimonia un atentado con explosivos y metralla en un tren cargado de obreros el 17 de enero de 1908.

El 16 de agosto del año 1927, intentaron matar al jefe de investigaciones de la policía, Eduardo Santiago, colocando una bomba frente a su casa en el barrio de Almagro. El oficial, era el encargado de apresar a Di Giovanni y sus cómplices.

El 23 de mayo de 1928, cambiaron la nacionalidad de su objetivo. Decidieron volar el consulado italiano y en el acto mataron a nueve personas e hirieron a otras treinta y cinco, la mayoría de ellos inmigrantes humildes que buscaban regresar a su patria.

Una segunda bomba fue hallada ese mismo día en una farmacia del barrio de La Boca. Un niño de nueve años llamado Dante Mastronardi comenzó a jugar con el reloj del interior del maletín que portaba los explosivos. Quiso la fortuna que esta vez la bomba fuera desactivada por el pequeño, que con su curiosidad salvó su vida y la de los que estaban en el local.

La justificación de Di Giovanni respecto a que el ataque al consulado fue necesario para matar al cónsul Capanni por su sabida filiación fascista no fue aceptada por una parte de sus seguidores y el grupo sufrió su primera fractura. Solo los sectores más radicalizados del anarquismo decidieron seguir a su líder y sus planes de sembrar con bombas la ciudad.

Luego de reorganizar sus filas y ejecutar a un par de subalternos por considerarlos traidores o simplemente cobardes como fue el caso de Emilio López Arango, Di Giovanni dirigió su vista hacia un objetivo mucho más ambicioso. Se propuso asesinar al futuro presidente norteamericano.

Una bomba en las vías

Como parte de su visita a la Argentina, el presidente electo de los EEUU aceptó hacer una gira por algunas localidades del interior del país. Para ello se dispuso un tren especial que le serviría de transporte y de alojamiento. Gracias a algunos anarquistas que prestaban servicio en el sindicato de ferroviarios, Di Giovanni dispuso de todos los datos para planificar su ataque.

Uno de sus cómplices debía dejar un paquete con dinamita la noche anterior a la partida del tren, justo en el ramal por donde pasaría el tren de Hoover. Un mecanismo de relojería lo haría explotar en el momento en que pasara por el lugar. La puntualidad de los trenes de la época, actuaría como un aliado de los anarquistas.

Pero algo falló. El anarquista que debía colocar la bomba había sido delatado y la policía lo detuvo apenas apareció por los andenes con la intención de dejar su carga explosiva. Sucede que tres meses antes, en uno de los allanamientos que hizo la policía para encontrar a Di Giovanni en una casa de la calle Estomba al 1100 en la localidad de Valentín Alsina, habían encontrado escondido en un altillo armas, explosivos y un croquis con los planos y detalles del atentado que planeaban contra Hoover.

En las horas siguientes al frustrado ataque, un grupo de policías detuvo al anarquista Alejandro Scarfó, que era parte del grupo anarquista. Scarfó aguantó diez días los interrogatorios sazonados con golpes y amenazas antes de dar la dirección de una casa tomada que servía de aguantadero y fábrica de bombas a los anarquistas. En su confesión, creyó haberle dado tiempo a sus cómplices a escapar, pero no contó con que esa información iba a conducir a que atraparan también a su hermano, Paulino Scarfó, lugarteniente y amigo personal de Di Giovanni.

La policía no tardó en detener además a otra integrante de la familia Scarfó, América, que en público ya era una notoria militante del feminismo y en privado se había convertido en amante de Di Giovanni. La mujer fue atrapada cuando se preparaba a huir hacia Francia con Di Giovanni.

Severino y América Scarfó
Severino y América Scarfó

Perdidamente enamorado de su amante, el líder anarquista había decidido huir a Europa y dejar en Argentina a su esposa Teresina y a sus tres hijos.
Las redadas condujeron finalmente a la caída de Severino Di Giovanni. Su rudeza tuvo un punto débil en su amante, quien finalmente dio las pistas para que fuera detenido en 1931.

Poco antes de su caída, ordenó su última ofensiva con bombas en sitios públicos. El 20 de enero de 1931, estallaron bombas en las estaciones Maldonado, Constitución y Plaza Once del subterráneo porteño. Nadie pudo explicar la elección de sitios tan populares para realizar los atentados que costaron la vida a cuatro personas y dejaron heridas a otras veinte.

Finalmente Di Giovanni cayó en una emboscada en el centro porteño el 29 de enero de 1931, justo en la esquina de Sarmiento y Callao. Decidido a no entregarse, inició una intensa balacera que terminó con la vida de dos policías y una niña de cinco años que cayó herida en la cabeza por una bala.

Al verse rodeado, el anarquista se disparó en el pecho con su propia arma, como lo hizo en su momento otro anarquista acorralado de nombre Simón Radowitzy, que venía de matar a otro policía, llamado Ramón Falcón. Pero al igual que el asesino del comisario, Di Giovanni fue salvado por los médicos solo para asistir a su juicio y condena.

Viejos nuevos tiempos

Con el plan terrorista de Di Giovanni neutralizado, la visita de Herbert Hoover transcurrió sin contratiempos. Pero los hechos ya se habían precipitado definitivamente hacia la violencia, fuera del camino del presidente extranjero.

Di Giovanni fue fusilado tres días después de su detención el 1° de febrero de 1931 tras ser juzgado sumariamente por sus ataques terroristas. Su compadre, Paulino Scarfó, fue ejecutado al día siguiente en el patio de la Penitenciaria Nacional. Peor fue la suerte de Miguel Ángel Roscinga, otro de los cabecillas del grupo anarquista que se había especializado en realizar asaltos para financiar las ofensivas terroristas.

Un tiempo después que Di Giovanni y Scarfó fueron ejecutados, Roscinga fue arrancado de su celda, ejecutado por un grupo de oficiales y su cuerpo fue arrojado a las aguas del Río de la Plata, inaugurando el mayor cementerio de presos políticos de la Argentina. Y por si fuese poco, los registros indican que Roscinga fue el primer desaparecido del siglo XX.

La violencia desatada por los anarquistas liderados por Di Giovanni fue idealizada en las décadas siguientes por quienes recortaron los aspectos más románticos de su vida y omitieron su rol como promotor de la primera campaña terrorista que sufrió la Argentina. Y olvidaron esos años en que su estilo violento se convirtió en un riesgo para la seguridad pública, en tiempos en que la visita de líderes extranjeros apenas era una novedad.

Un siglo más tarde la memoria colectiva trae de nuevo a Severino Di Giovanni y a Herbert Hoover al centro de la escena, cuando otros visitantes y otros anarquistas sugieren que la historia que no es aprendida, es historia repetida.

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