Suele decirse de los custodios que son la sombra de aquellos a los que cuidan. El sustantivo no le cabe a Daniel Tardivo que durante veintiocho años cuidó a Raúl Alfonsín. Nunca dejó de tratarlo de "usted" aunque lo llamara Raúl o "Doctor" cuando el contexto exigía un protocolo más estricto. El ex presidente en cambio le dedicaba un cariñoso "Danielito", pero se imponía incluso en cuestiones de seguridad obligando a sus guardaespaldas a adaptarse a sus deseos de hombre político. "Doctor, mejor vayamos por el pasillo lateral", le aconsejaban en el ingreso a un teatro a lo que el jefe radical respondía que de ninguna manera, que entraba por el pasillo central y saludaba a todo el mundo. Solo discutían de verdad cuando hablaban de fútbol.
Tardivo acababa de cumplir 23 años cuando lo asignaron a la custodia presidencial. La fecha es emblemática: nació el 30 de octubre y sin saber cuál sería su destino el día de su cumpleaños votó por primera vez y lo hizo por Raúl Alfonsín.
Con el paso del tiempo olvidó algunos detalles pero sí recuerda que era 11 de noviembre cuando siendo oficial ayudante lo convocaron al Hotel Panamericano donde el electo presidente se quedó para preparar su equipo de gobierno. Desde el 10 de diciembre cumplió horario administrativo en la Casa Rosada hasta su primer ascenso y en 1990, ya con Alfonsín fuera del mando, se convirtió en el jefe de su custodia hasta el día en que murió. Así dejó el ritmo de 24 horas de servicio por 48 horas de descanso para acompañar al ex presidente adonde y cuando él lo requiriera durante 28 años consecutivos, la misma edad que hoy tiene su hija mayor.
Tardivo se mudó en aquellos tiempos a Corrientes y Ayacucho, a siete minutos de caminata entre su departamento y el de Alfonsín en la avenida Santa Fe. Siete minutos exactos cronometrados por el reloj que le regaló Alfonsín. Sonríe tímidamente otra vez. El ex presidente a veces recordaba algunas fechas y otras veces no pero siempre estaba cerca su metódica secretaria, Margarita Ronco, para ocuparse de algún obsequio o salutación.
Excepto por las canas, el ex custodio se parece mucho a aquel joven amable que acompañaba al ex presidente, que atendía a ansiosos periodistas y calmaba ánimos con su sonrisa, el mismo al que ahora en la calle se detienen a saludar históricos militantes y dirigentes de la UCR.
—¿Cómo es vivir sin Alfonsín?
—Me tuve que acostumbrar… no quedaba otra. Lo acompañaba a todos lados. Después de enterrarlo en el cementerio de la Recoleta mi gente me preguntó qué hacemos… Y… nos vamos sin él, les dije. Una sensación extraña, rara. A partir de ahí seguí insertado en la policía, estaba en la División Custodias Especiales y tenía a cargo la gente de custodia de jueces, ministros, ex presidentes y él también. Después del 2009 seguí, pasé a otra área hasta que me retiré a fines de 2015.
—¿Lo extraña?
—Y sí, se extraña el trabajo que me gustó, no lo hacía como un trabajo, era una vocación, lo hacía instintivamente.
"Eso lo aprendí de Alfonsín", bromea después de saludar a alguien a quien reconoce pero de quien no puede decir su nombre. Sin embargo los demás lo llaman por el suyo, incluso por su diminutivo: "Hola, Dani", se acercan los que lo reconocen tantos años después.
No recuerda con exactitud la visita de Alfonsín a la residencia de Olivos cuando acordó con Carlos Menem la reforma constitucional de 1994. "Sabíamos siempre adónde íbamos pero no teníamos precisión de qué se iba a tratar", justifica el hombre que vio pasar junto a él gran parte de la historia de la recuperada democracia.
Estaba también al lado de Alfonsín cuando en el 2004, un rato después de haber aterrizado para un homenaje en Tucumán, sonó su teléfono. Supo antes que el ex presidente sobre el accidente que acababa de sufrir Amparo, su nieta de 15 años, que falleció unas horas después. "Doctor, tiene un llamado", le dijo y le pasó la comunicación acostumbrado a que la familia lo usara como puente. En minutos regresaron juntos al aeropuerto y de ahí a Buenos Aires.
Tardivo, que este 30 de octubre cumple 59 años, no recuerda una Navidad ni un fin de año en su propia casa mientras fue jefe de la custodia de Alfonsín. Entre 1990 y el 2009 compartió cada fiesta en Chascomús, apartado del ex presidente porque prefería resguardar su intimidad familiar. Antes de medianoche era convocado junto a quienes lo secundaban para brindar con los Alfonsín. El ex presidente le ofrecía que fuera a su casa, con su familia, pero Tardivo se negaba sistemáticamente y respondía que era el jefe, que la responsabilidad de su seguridad era suya.
Iban juntos también en avión a una provincia del norte (ahora no recuerda cuál aunque probablemente fuera Santiago del Estero) cuando el piloto anunció tormenta. "Bajamos o nos matamos", les advirtió. Entonces aterrizó sobre una ruta y detuvo el avión sobre la banquina. Alfonsín descendió con Tardivo, esperó y cuando vio un auto levantó su mano y con su pulgar hizo señas pidiendo un aventón. Sorprendido, el automovilista lo llevó hasta el aeropuerto donde el ex jefe de Estado dejó pasmados a los que lo esperaban que miraban el tormentoso cielo temiendo por su arribo.
Demócrata hasta en el más mínimo detalle, Alfonsín se preocupaba por quienes lo acompañaban. Votaba en la escuela de la calle Lavalle en su Chascomús natal y por la tarde organizaba con la custodia la vuelta a Capital de manera tal que antes del cierre del comicio todos pudieran cumplir con su deber y su derecho de ciudadanos.
Dos fueron los peores momentos que vivió Tardivo. El primero cuando en San Nicolás una persona que escuchaba el discurso de Alfonsín sacó un arma e intentó disparar. "No sabíamos ni cuántos eran, ni qué pasaba", relata sobre el ataque del hombre al que por suerte se le trabó el arma y luego terminó en un psiquiátrico.
—¿Pensaba que podía dar la vida por él?
—En ese momento instintivamente lo tiré al piso y cubrí su cuerpo con el mío. Muchos me decían que estaba pegado a él y que miraba todo. Y sí, para mí era natural. Estaba en un acto y no me interesaba verlo a él, miraba alrededor, o detrás del palco. Ese día en San Nicolás estaba parado detrás suyo y vi al hombre con un arma en la mano a mi izquierda y escuché el murmullo y atiné a empujarlo para no golpearlo y lo cubrí con mi cuerpo.
—¿Charlaban? ¿O era una relación entre un custodio y un ex presidente?
—Había súper confianza pero había respeto. Había otro tipo de relación, no solamente lo estrictamente de custodia. Siempre se preocupaba, me preguntaba por la familia, por los chicos, por si estábamos bien en la policía, si cobrábamos bien, cuando viajábamos preguntaba si nos pagaban viáticos. Quería ver que la gente que lo rodeaba estuviera bien, conforme. Estaba pendiente.
—Le prestaba atención entonces. ¿Y le hacía caso?
—Laboralmente no me prestaba atención. Ya lo conocía y había que adaptarse a lo que él decidiera, no decidía locuras pero decía 'no, vamos por acá'. Yo ya lo conocía, le ofrecía lo más seguro y terminaba haciendo lo que él quería.
El otro peor momento del que fue testigo Tardivo tuvo lugar en 1999 cuando Raúl Alfonsín sufrió un grave accidente en la Línea Sur de Río Negro.
—¿Temió por la vida de Alfonsín?
—Sí. Yo iba en una camioneta delante con alguien que conocía el lugar. En una curva dejo de ver la camioneta que venía detrás, le dije al chofer que bajara la velocidad y después pegamos la vuelta. Volvimos 40 metros y estaba volcado de nuestro lado izquierdo, estaba en el piso con su sobretodo negro. Lo levantamos con Margarita, el chofer, el otro custodio que me acompañaba a mí. Se quejó cuando lo levantamos porque tenía once o trece fracturas…
—Si se quejaba era señal de que estaba con vida…
—Sí, eso decía yo. Se sintió el quejido cuando lo levantamos y lo apoyamos en el asiento trasero del jeep. Margarita también le decía 'quéjese, grite Raúl'. Lo queríamos escuchar.
—¿Tuvo miedo?
—Y… fue un desplazamiento hasta una sala de primeros auxilios con nieve sobre la huella. No estaba el chofer de la ambulancia, a la ambulancia no le funcionaban los limpiaparabrisas, caía nevisca. Ubicaron urgente a la gente de la ambulancia, lo pasamos de vehículo y lo llevamos a General Roca. Después lo trajeron al Hospital Italiano.
Durante sus años de servicio el custodio no se tomó vacaciones excepto cuando Alfonsín viajaba al exterior y delegaba en manos de los países que visitaba y de Cancillería el cuidado del ex presidente.
Cuando el desenlace era inminente, en el 2009, el ya comisario siguió yendo al quinto piso de la avenida Santa Fe para esperar noticias sobre Alfonsín. Una o dos veces subía a verlo al octavo piso, su casa. Estaba en la oficina del quinto junto a Margarita Ronco cuando les avisaron que había muerto Alfonsín. Custodió el féretro con sus hombres desde que ingresó al Congreso de la Nación hasta que fue llevado al mausoleo en el cementerio de la Recoleta. También admite que se paró detrás instintivamente, como hacía siempre.
En el 2001 Daniel había comprado un terreno a un hermano del ex presidente, Fernando Alfonsín. Con el tiempo se construyó una casa donde ahora pasa casi todos los fines de semana. Esa casa donde busca paz y tranquilidad de viernes a domingo está en Chascomús. Incluso cambió su domicilio y ahora, en cada elección, vota en la ciudad donde nació su jefe.
—¿Alguna vez se reprochó no tener otro tipo de vida, o no tener horarios propios sino los de Alfonsín?
—No. Lo que alguna vez me preocupó fue si me tocaba retirarme o decidía retirarme quién lo iba a cuidar. Me daba cosa dejarlo, abandonarlo. Muchas veces lo pensé. Con la confianza que tenía, incluso cuando me pasaron a la División Custodias Especiales, podría haberle dicho 'Raúl, se quedan los muchachos'. Pero yo quería hacer las dos cosas. No se me pasó por la cabeza dejarlo.