El cuarto paro general que le hacen al Gobierno perjudica al país pero al mismo tiempo terminará favoreciendo al Presidente y su intención de ser reelecto. Presentado como una válvula de escape ante la crisis, los altos niveles de desocupación, la inflación y la devaluación de la moneda, no hace más que hacer patente lo que ya todo el mundo sabe.
Pero, al mismo tiempo, la escenografía diaria de organizaciones políticas, sindicales y sociales protestando en la plaza de Mayo, la plaza de dos Congresos, e interrumpiendo cada tanto los accesos a la ciudad, de tan repetida y cotidiana, está empezando a banalizarse. Ayer, por caso, una parte de la plaza parecía una feria gastronómica, y los márgenes de la 9 de julio estaban repletas de micros de gente que bajaba por turnos para ocupar su lugar en la manifestación.
Nadie se puede oponer al derecho de huelga ni rechazar sistemáticamente cualquier movilización. Pero sí se debe estar atento a la verdadera motivación de unos y otros. Hay dirigentes sociales que están más interesados en que Macri se vaya antes de tiempo que en mejorar el salario y la calidad de vida de los trabajadores. No son pocos los que ya lo anticiparon: Hugo y Pablo Moyano, Luis D'Elía, Emilio Pérsico y Pablo Miceli, son algunos de ellos.
La ida anticipada del presidente tampoco sería hoy un mal escenario para la expresidenta Cristina Kirchner, quien a partir de febrero desfilará por los tribunales orales como acusada de los más variados delitos de corrupción. Sus incondicionales de La Cámpora no están en mejor posición que ella: Andrés Larroque, Wado de Pedro y José Ottavis, aparecen mencionados en los cuadernos de la corrupción, recibiendo dinero negro de la política.
Son tan impresentables quienes agitan una buena parte de los paros y movilizaciones que terminan favoreciendo, por contraste, al jefe de Estado.
Como siempre, hoy y durante el resto del año, los más afectados son los trabajadores monotribuistas, las pequeñas y medianas empresas, los que pierden el premio por presentismo y los que no califican para recibir un plan social o un subsidio del Estado.
Ayer, en Nueva York, el presidente se jactaba de encabezar un proceso que sale de una devaluación sin cambiar de manera abrupta las reglas de juego. Sin embargo, no dijo ni una palabra sobre la propia responsabilidad del Gobierno en la crisis económica.
Una de las razones por las que el oficialismo sigue manteniendo un núcleo duro de adherentes que supera el 30 por ciento de los votos se explica porque sus votantes entienden que estamos como estamos gracias a la herencia recibida que Macri no quiso terminar de blanquear.
Sin embargo, para lograr la reelección, esa masa de adherentes no le alcanza. Necesita mostrar, primero, un ostensible repunte de la economía, que, por cierto, no sucederá este año. Y por el otro, que es capaz de contener el caos social que ciertos sectores vienen agitando, todavía sin demasiado éxito.
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