La paciencia es una virtud. Aunque pocas veces ejercitarla tenga una recompensa tan alta como la que le proporcionó a Ernesto Clarens.
Una mañana, ya avanzada la década del noventa, esperó nueves horas ser recibido. En una esquina de Santa Cruz, en la impiadosa intemperie patagónica, con temperatura bajo cero y el viento helado partiéndole los labios, aguardó ser recibido por Lázaro Báez.
Clarens estaba en baja, pasaba un mal momento. Pero iba a intentar cosechar lo que había sembrado años antes. Siempre supo que en el mundo de los negocios todas las relaciones sirven y que en algún momento ese vínculo tejido -urdido- tiempo antes puede resultar la salvación.
De esa larga espera, de ese encuentro con Báez (el bancario ya convertido en banquero y empresario dada su cercanía con Néstor Kirchner, en ese entonces gobernador de la provincia), derivaron para Clarens en años de una enorme prosperidad. Pero, todo debe ser dicho, también derivaron sus (graves) problemas actuales.
Ernesto Clarens empezó muy joven en el mundo financiero. Pronto se hizo notar. Audaz, inteligente, pragmático, poco escrupuloso, fue forjando un nombre. La patria financiera le presentaba a cada rato una ocasión para sacar un poco más de ventaja. Mesas de dinero, cuevas, bonos, mercado paralelo, plata al exterior. Pero, se sabe, es un juego peligroso. Las reglas en ese ambiente cambian de un día para el otro y de la gloria se pasa al abismo sin mayores escalas.
Al contrario de muchos de los involucrados en las actividades ilegales que se investigan de Néstor Kirchner y su círculo, Clarens no era un improvisado. Báez, Daniel Muñoz, Baratta, Fariña y otros parecen haber estado en el momento oportuno en el lugar indicado y todos ellos también parecen, a priori, haber estado subcalificados para las tareas encomendadas. Aunque, viendo los resultados, los que alguna vez los conocieron de cerca afirman que tal vez Kirchner haya sabido leer en sus caras que poseían lo que él necesitaba. Tal vez para que fueran útiles y leales sólo bastaba con desparpajo, exceso de avidez y escasez de pruritos morales.
Si bien cuando llegó a Santa Cruz Clarens pasaba por un mal momento y con el desmoranamiento de su financiera Finmark parecía que había caído para siempre en desgracia, nadie que conociera el terreno podía creer que era un improvisado. Todos reconocían su habilidad y su conocimiento. Era un experto en materia financiera.
El primer encuentro se había dado en el Microcentro porteño. En un edificio de 25 de mayo al 200 coincidían la sede del Banco de Santa Cruz (en planta baja), ya manejado por Lázaro Báez, y las oficinas de la próspera -hasta ese momento- financiera de Clarens.
La leyenda asume que el financista conoció a Néstor Kirchner, gobernador de Santa Cruz por esos años, en una cochera subterránea del edificio en que tenían ambos oficinas. Tal vez Clarens sea un profesional de la espera y también ese día esperó horas, sentado en su auto que pasara el futuro presidente.
En Santa Cruz, Clarens empezó con un negocio sencillo para su destreza. Fundó Credisol, una empresa que otorgaba créditos a los empleados estatales santacruceños. Credisol tenía el monopolio de su negocio en la provincia. Algún buen negocio con el fútbol en el que participó a Báez -la venta del Pampa Sosa, delantero de Gimnasia a Italia- no justifica el ascenso meteórico que tuvo a partir de ese momento. Luego su experiencia fue vital en las operaciones que dieron salvataje a la empresa Gotti.
Sus vínculos con el poder santacruceño y sus negocios eran cada vez más sólidos. Su influencia se extendió, también, hasta Tierra del Fuego. En ese tiempo era el único personaje en toda la Patagonia que cambiaba los certificados de obra pública. De cada operación obtenía la menos un 4%.
Una semana antes de la asunción de Néstor Kirchner como presidente de la Nación, Báez fundó Austral Construcciones; uno de los tres accionistas iniciales, según Hugo Alconada Mon, fue Ernesto Clarens.
De a poco, el financista ganó influencia y centralidad. Ya indispensable en los movimientos de fondos del nuevo poder político, el flamante caballito de batalla de Clarens era Inverness, su segunda exitosa financiera.
Detengámonos en el nombre. Nadie puede creer que el nombre honre a la zona del los Highlands escoceses; no hay admiración hacia las polleras masculinas cuadriculadas ni para las gaitas en el mundo de Clarens. Algunas voces maliciosas sostienen que el nombre es un acrónimo de "Inversiones Néstor". Sin embargo, todo parece indicar que ni homenaje a una zona escocesa ni altar para su mejor cliente/jefe. Todo, como muchas veces pasa, sería mucho más sencillo. Se trataría sí de un acrónimo pero la verdadera historia del nombre parece menos rebuscada: Inverness proviene de "Inversiones Ernesto".
Con Inverness, Ernesto Clarens había vuelto a las grandes ligas. Su posición era mucho más importante que en su incursión anterior, sus negocios tenían mayor volumen, su pericia era superior, su audacia también. Sus negocios cada vez eran más variados y extensos. Los tentáculos de Inverness llegaban hasta Uruguay, Venezuela, Miami y Europa. La otra gran diferencia con su primera experiencia: la protección.
Entre las adjudicaciones de contratos, licitaciones, cartelización, coimas, evasión y lavado de dinero -que hoy investiga el juez Bonadio– había una arquitectura financiera sofisticada y aceitada que, todos sostienen, fue obra de Clarens.
En ese aspecto no son pocos los que le atribuyen el mérito de haber descubierto la utilidad de pesar los billetes en vez de contarlos cuando se trataba de grandes cantidades (dicen que ese fue un hallazgo que hizo en la década del 80 cuando transportaba fajos de dólares en su portafolio Samsonite de paredes rígidas por la City porteña). O de utilizar billetes de 500 euros para que el volumen físico del papel moneda trasladado fuera menor. Pero la labor principal de Clarens fue armar el entramado para el lavado del dinero proveniente de las coimas y para sacarlo del país. Triangulaciones, empresas off shore, sociedades fantasma, cuentas imposibles de rastrear, viajes misteriosos y reiterados.
En esos años, Clarens realizó 164 viajes a Uruguay. Una especie de récord rioplatense. A pesar de ser un hombre ocupado y de ser el dueño de una empresa de taxis aéreos (una de sus muchas ramificaciones: casas de cambio, empresas constructoras, emprendimientos inmobiliarios en varios puntos del mundo y mucho más), 91 de esos viajes los realizó en barcos privados con destino a Puerto Camacho en Carmelo. Una frontera de una permeabilidad absoluta, con controles aduaneros casi nulos, que además lo depositaba (en todas las acepciones del término) en una enorme casa que tiene Clarens en ese barrio privado uruguayo. Las sospechas de que en cada una de esas travesías marítimas se transportaban grandes sumas de dinero se están convirtiendo en certezas para los investigadores.
Otra curiosidad de los hábitos turísticos del financista K: más de tres decenas de esos periplos coincidieron con salidas del país hacia el mismo destino de Daniel Muñoz, el secretario privado de Néstor Kirchner, ya fallecido, del que se calcula que legó una fortuna de 65 millones de dólares. Pero como esas parejas del mundo del espectáculo que entran y salen de un lugar separados para retacearles fotos a los paparazzis, Muñoz y Clarens viajaban el mismo día hacia los mismos destinos, pero tanto la partida como el arribo los realizaban con una o dos horas de diferencia entre sí. Nunca viajaban juntos. Se sospecha que los mega emprendimientos inmobiliarios de Muñoz en Miami fueron posibles por la pericia de Clarens.
Algunas de las sociedades creadas por el financista integran otro listado de la década kirchnerista. El de empresas que pagaban vitaliciamente casi un centenar de habitaciones por mes en los hoteles patagónicos de la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner. Habitaciones sin huéspedes, según determinó la Justicia.
Hace unos días, Ernesto Clarens, el hombre clave en el armado financiero de toda la operatoria entre los ex funcionarios y los dineros provenientes de la obra pública, se presentó como arrepentido ante el juez Bonadio en la causa de los cuadernos.
Financistas, grandes operadores bursátiles, empresarios, actuales y ex funcionarios nacionales y provinciales, empezaron a transpirar. El hombre que, posiblemente, más sabe sobre esta operatoria clandestina, había empezado a hablar. Los efectos podían ser demoledores. Pero con las horas esa preocupación se aquietó. Su testimonio había sido parcial, incompleto. Un pálido arrepentimiento.
El viernes el fiscal Stornelli pidió su detención. La declaración fue incompleta o no tuvo el poder de convicción que Clarens supuso que tendría. Este pedido de Stornelli, este reclamo por mayor veracidad, por superar olvidos, puede ser una nueva etapa en la causa de los cuadernos. No más omisiones, no más medias verdades para los acusados.
Posiblemente, el arrepentimiento no será tan sencillo. Tendrá que ser, tal como se lo define en otros sistemas jurídicos, una delación hecha y derecha. Premiada pero delación al fin. Las imputaciones deben ser novedosas y documentadas; algo que no se sabe si ha sido así en el aluvión de poderosos empresarios que se precipitó sobre Comodoro Py en las últimas semanas.
Clarens fue un eslabón imprescindible en la cadena corrupta de coimas y lavado que hoy se investiga. Su declaración puede ser la que describa paso a paso el camino que recorrió ese dinero. Su silencio lo pondría en una situación demasiado compleja. La prisión es uno de sus destinos más probables. Allí el tiempo es opresivo, corre lento, moroso. Pero, se ha visto, eso no es problema para Clarens, un señor que ha hecho de la espera un (gran) negocio.