En medio de las crecientes tensiones por el avance de la despenalización del aborto, desde la Iglesia dieron la primera señal explícita de que su batalla incluye pero trasciende al Congreso. El reclamo a Mauricio Macri para que vete la ley si pasa la prueba del Senado trasluciría que el malestar eclesiástico –y, claro, del Papa- es sin vueltas con el Presidente. La ofensiva no repara en la división de posiciones que cruza al oficialismo en este terreno. Y hay más: el tono de los últimos pronunciamientos de los obispos parece expresar un mal cálculo inicial sobre la suerte del proyecto, un error que ahora intentaría subsanar.
La cronología del trámite legislativo y los pronunciamientos de referentes de la Iglesia indican que la dureza creció luego de la aprobación de la iniciativa en Diputados y que el foco pasó de la primera línea del oficialismo al propio Presidente, porque descree de su neutralidad, es decir, de la libertad de conciencia para sus legisladores. El mensaje también correría para muchos gobernadores peronistas que hasta ahora se mostraron más bien ajenos al debate.
El registro del fin de semana resultó expresivo. El domingo, alrededor de cincuenta obispos concelebraron una misa convocada esencialmente para rechazar el proyecto de interrupción voluntaria del embarazo. Se trató de un mensaje completo: frente a la Basílica de Luján y bajo la convocatoria a la "Misa por la vida", la síntesis crítica estuvo a cargo del presidente del Episcopado, monseñor Oscar Ojea. Un día después, el mismo tono dominó el tedeum en Tucumán, a cargo del arzobispo Carlos Sánchez. Y un paso más allá fue el arzobispo de La Plata, Víctor Fernández.
No es el mismo nivel de exposición y dureza exhibido en la previa a la votación de Diputados. Legisladores que tuvieron protagonismo durante ese debate señalaban que, contrariamente a las prevenciones propias, la Iglesia Católica buscó mantener su posición, naturalmente, pero con tono medido, apostando al trabajo más personalizado con diputados afines y delegando en organizaciones allegadas la batalla en los dos meses de exposiciones informativas ante el plenario de comisiones.
La aprobación en Diputados, ajustada pero de muy alto impacto, produjo la primera reacción de llamativa dureza, en la que algunos quisieron leer sorpresa además de malestar. El papa Francisco condenó el aborto con alusiones comparativas a los nazis, algo que después fue explicado por algunos exegetas locales como referencias a un cuadro más general y de capitalismo extremo, no como una respuesta directa a la votación de los diputados.
Como sea, el malestar fue más que visible. Y hasta circularon versiones autocríticas sobre una reacción tardía de la jerarquía católica, quizá asociada a un mal pronóstico o cálculo sobre lo que podría terminar ocurriendo en la Cámara baja. Si es así, ahora estaría haciendo una lectura más realista sobre el modo en que esa votación potenció el tema –un dato central para los senadores- y por eso habría aumentado los decibeles de sus pronunciamientos, cuando algunas cabezas de la oposición al proyecto suponían que era posible "enfriar" el tema y demorar el trámite en el Senado.
La discusión sobre las demoras fue agotada pronto y los senadores optaron por un camino rápido: anotaron el 8 de agosto como fecha para votar en el recinto. Ayer mismo, fue iniciado el ciclo de exposiciones ante el plenario de tres comisiones.
En este contexto, fueron especialmente significativas las declaraciones del arzobispo de La Plata. Fernández, ex rector de la UCA y de fluida relación con el Papa, dijo que el Presidente debería vetar la ley si tiene "profunda convicción" sobre el tema. Aludió así a que Macri afirmó no compartir la despenalización, pero dejó de lado el argumento presidencial para habilitar el debate.
Las definiciones del titular de la arquidiócesis platense apuntarían en dos direcciones. Por un lado, marcar la responsabilidad última en esta cuestión, es decir, el lugar del Presidente. Y por el otro, de manera implícita, poner de manifiesto la desconfianza sobre el papel prescindente del Gobierno. En medios vinculados a la campaña contra la despenalización –incluso, entre algunos legisladores oficialistas "celestes"- aluden a operaciones para volcar votos a favor en Diputados y señalan algunos giros recientes, como el de la senadora macrista Gladys González.
Esa declaración tuvo una respuesta formal en boca de Marcos Peña. El jefe de Gabinete no eludió hablar ayer de la cuestión, en medio de las preguntas que lo esperaron al finalizar una reunión de ministros. Ratificó que, tal como había sido adelantado, Macri no vetaría la ley si es probada en el Senado y defendió el debate como componente elemental del ejercicio democrático.
Miguel Angel Pichetto reiteró a su vez un mensaje directo a la jerarquía católica, de manera si se quiere más conceptual. "La Iglesia debería ejercer la tolerancia porque la ley está por encima de los dogmas", dijo el jefe del bloque del peronismo federal, que es partidario de la interrupción voluntaria del embarazo que al igual que en el oficialismo, debe convivir con posiciones encontradas en su bancada.
Un mensaje anterior del arzobispo de La Plata pareció contar al peronismo de los gobernadores entre sus destinatarios principales. Hace tres semanas, cuando el Senado empezaba a discutir los tiempos y cuestiones organizativas del debate, llamó a revertir la votación de la Cámara baja y se refirió especialmente a los representantes del "interior profundo", como si se tratara de un bloque social y político opuesto a la despenalización. Más allá de otras consideraciones sobre tal definición, es difícil imaginar a los jefes provinciales del PJ como ajenos al mensaje.
De todas maneras, el giro novedoso fue poner en la mira a Macri. El malestar eclesiástico ha ido adquiriendo dimensiones inquietantes, en momentos en que además sobresalen las críticas sobre la situación social. En este punto, el riesgo también es tomado por los obispos. Sería una mala receta que el malestar por la despenalización del aborto tiña todo el panorama.