Un espejismo, un gesto de irresponsabilidad en la escalera institucional y pequeñas movidas políticas. Esas son las tres primeras señales emitidas por el Senado frente al proyecto de interrupción voluntaria del embarazo. Con todo, es difícil suponer que el debate termine siendo una frustración, pero el inicio no regala buenas calificaciones a varios protagonistas del capítulo que viene luego de la aprobación de la iniciativa en Diputados.
El espejismo –curiosamente, compartido por detractores y también por algunos impulsores de la legalización del aborto- consiste en suponer que el simple paso de un par de meses puede desvanecer la renovada potencia que exhibe la iniciativa después de su aprobación en Diputados. Una irresponsabilidad corre por cuenta de Gabriela Michetti, que fuerza el uso de su lugar institucional para tratar de demorarlo. Y la otra jugada es obra de legisladores peronistas que parecen haber olvidado los doce años de postergación del tema cuando eran poder y ahora buscan mostrarse presurosos.
La apuesta a dilatar el tiempo apareció casi como una chicana, una contracara instantánea del optimismo sobre un trámite sin obstáculos para el proyecto en el Senado como consecuencia fulminante de la "media" sanción. Las sensaciones hasta pueden cambiar de vereda: las cabezas del rechazo a la legalización creen que dilatar el debate y sumar otras chicanas arman una estrategia sólida. Y algunos de los que respaldan la iniciativa creen que eso pone en peligro la ley o lo esgrimen por otras cuestiones.
En cualquier caso, parecen consideraciones más bien superficiales. El cortinado de fondo para la pulseada que viene en el Senado es más denso: conjuga un reclamo que se fue extendiendo socialmente, a pesar o como consecuencia de los muchos intentos frustrados para llevar el tema al Congreso, y una señal política singular en su composición y vigorosa por su impacto más allá de los límites partidarios.
El Senado no arranca de cero. Es cierto que el contexto no determina necesariamente las posiciones individuales, muchas de ellas firmes y hasta cerradas de un lado y del otro, pero del mismo modo es evidente que el paso del tiempo no anula el contexto. Se trata de un fenómeno social aunque no homogéneo. Esa realidad no pasa inadvertida y es expresada, en sentido inverso al recorrido de la ley, por presiones que trascienden el ámbito de la política, empezando por la Iglesia.
Pero sobre ese presupuesto, el que tiene como eje dilatar el trámite, se acomodó la vicepresidente. Michetti decidió enviar el proyecto a cuatro comisiones, en lugar de dos como reclamaban otros legisladores. Y lo significativo es que lo hizo sin disimular en lo más mínimo que es parte de una estrategia para frenar la legalización.
Michetti tiene una muy firme posición en contra de la legalización de aborto. Pero al mismo tiempo es vicepresidente: más allá de sus creencias personales, ocupa un lugar político-institucional que debería haber preservado en esta pulseada. Una pulseada, vale repetir, que además fisura a la mayoría de las fuerzas partidarias. Se movió personalmente para asegurar votos en contra de la iniciativa incluso en Diputados. Y cruzó así una línea que, en cambio, habían cuidado el titular de la Cámara baja, Emilio Monzó, y el jefe del interbloque de Cambiemos, Mario Negri.
La vicepresidente, se ha dicho, decidió girar el texto aprobado en Diputados a cuatro comisiones del Senado. Está previsto en sus funciones, pero habitualmente y por razones de convivencia política –nada desdeñable para un oficialismo que no tiene mayoría propia- las decisiones de ese tipo son tratadas en reuniones de todos los jefes de bloque. "Está jugando su propio partido, no lo hace en representación del Gobierno sino de sus convicciones", dicen fuentes de la Casa Rosada, evitando la polémica. Algunas voces más fuertes suenan en el ámbito del oficialismo legislativo.
Michetti además trabaja en una modificación del proyecto que, como presunto gesto de apertura, apuntaría a despenalizar a la mujer que aborte más allá de los actuales límites legales, pero no a esa práctica. En otras palabras, seguiría empujando al aborto clandestino, con los riesgos y consecuencias conocidos. Y desconocería en absoluto que, entre otros puntos, se trata centralmente de una cuestión de salud pública. Todo indica que se trataría de una diagonal para sumar votos "indecisos" aunque en caso de prosperar, el proyecto modificado volvería a Diputados. Allí, insistirían con la redacción original: difícil que cambie el tablero que registró la aprobación.
No se agotan allí las movidas vistosas en el Senado. Miguel Angel Pichetto puede exhibir como mérito haberse pronunciado abiertamente a favor de la legalización. También fue veloz en reclamar que el Senado no demore el trámite. Pero así como Michetti no puede adjudicarse la condición de representante de todo el oficialismo, el jefe del bloque peronista alineado con los gobernadores no representa la única voz de su bancada, con un agregado: el registro cercano del freno a las demandas para abrir las puertas del Congreso durante las gestiones kirchneristas.
Pichetto intenta sin dudas colocarse en la primera línea de respaldo a la iniciativa. No es el único. Fuera de su propia bancada –y además de algunos referentes oficialistas, como el jefe del interbloque, Luis Naidenoff-, fue registrado el pronunciamiento del kirchnerismo: todos sus senadores dijeron que votarán a favor, incluida Cristina Fernández de Kirchner, sin explicar el notable cambio de posición personal.
Nadie en política llegaría al absurdo de reclamar posiciones de pureza extrema en materia de competencia. Pero hay límites –formales e implícitos- que no estarían siendo atendidos por algunos de los actores de esta primera puesta senatorial. Michetti, sin reparos como vicepresidente. Fernández de Kirchner y varios legisladores peronistas, sin insinuar al menos una autocrítica. Parece raro que políticos con suficiente rodaje no adviertan que el debate no se agota en el recinto, al menos este debate que sólo en el Senado recién empieza.
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