Cerca de las 9.20 de la mañana del jueves, la diputada Silvia Lospennato empezó a nombrar una por una a las líderes del movimiento feminista que lucharon durante décadas por la legalización del aborto. Lo hizo con la voz pausada, enérgica y con una emoción contenida, que amenazaba con desbordar a cada segundo. A medida que avanzaba la lista, otras mujeres empezaron, lentamente, a ponerse de pie y aplaudir: radicales, peronistas, macristas, troskistas. Las lágrimas comenzaron a correr por las mejillas. Lospennato hizo un esfuerzo por no desarmarse, hasta que dijo: "Por las mujeres que nos están mirando, por las que están en la calle, por nuestras madres, por nuestras hijas…". Afuera, en la calle, decenas de miles de mujeres lagrimeaban y agitaban sus pañuelos verdes. Y, llorando ella también, levantó su brazo en alto para que se viera claro que llevaba el mismo pañuelo verde atado a su muñeca. Minutos después, la Cámara de Diputados, en una votación muy cerrada, aprobaba la media sanción para legalizar el aborto.
Hace casi un año, el 26 de julio pasado, en ese mismo recinto, se debatió por primera vez el desafuero de Julio De Vido. Una de las voceras de ese reclamo fue justamente Lospennato. Entonces, intervino Sandra Mendoza, la diputada chaqueña del Frente para la Victoria.
-Quiero hacer una moción de privilegio sobre todo a la diputada… la verdad que no me sale el apellido… si es Lopilato… porque Luciana no es… ¡¡¡Tan linda como Luciana no es!!! Usted, diputada, no sabe nada de la Cámara de Diputados. No sabe nada de las reglas… la Luciana que no es la Luciana linda. Yo vengo de una familia de clase intelectual. No puedo estar discutiendo con usted. Tengo una familia honorable, honrada, trabajadores y peronistas. Y no me griten, porque para gritar voy a la cancha de Boca. Porque soy de Boca. O voy a la cancha de polo, que vivo enfrente de la cancha de polo. Estoy preparada para todas las canchas".
Lospennato, en esa sesión, le contó a Mendoza algo de su vida.
-Usted seguramente es una persona de alcurnia. Y no se equivoca al decir que yo no lo soy. Soy una persona que viene de un origen muy humilde. Mi papá es chapista. Mi mamá es ama de casa y crió cinco hijos. Viví desde muy chiquita en la casa de mis abuelos en Villa Martelli, frente a una villa. De ahí vengo. Pero fui a la universidad pública y me recibí con honores. Y es verdad: nunca fui a un partido de polo ni me interesa estar ahí.
Efectivamente, Silvia Lospennato tiene un origen peronista, pero se distanció del PJ en 2008, luego de la crisis del campo. Quien la guió en ese camino fue el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, el mismo que durante estos días le había prometido que, en caso de empate, votaría por la aprobación de la ley. La cruz de la que Monzó no se desprende es un regalo de su mama, una católica irlandesa llamada Gema: no era un anticipo de su rechazo al aborto.
Lospennato proviene de una familia católica "ma non tropo". No pudo cumplirle a su madre el sueño de verla en un altar, porque su marido es protestante de origen, y ateo por elección. Sin embargo, sus dos hijas están bautizadas. Sin ser conocida fuera del mundillo político, Lospennato encabezó la lista de diputados por Cambiemos en la provincia de Buenos Aires luego de la renuncia de Fernando Niembro, en 2015. En todo ese recorrido, nadie le preguntó qué pensaba del aborto ni cual era su religión.
Hay veces que la historia se cruza de manera imprevista en la vida de las personas. El jueves, gracias a ese discurso tan emotivo, pronunciado en un momento clave. Silvia se transformó en un símbolo. Por momentos, su discurso parecía adoptar el tono reivindicativo clásico de la izquierda: "En la historia, la conquista de los derechos siempre es una victoria que se le arranca a un opresor. Es un poder que se le resta a alguien que lo ejerce", dijo en el arranque.
Hasta ahora, las mujeres que rodeaban al presidente eran beatas como Gabriela Michetti, cruzadas como Elisa Carrió, obedientes como María Eugenia Vidal y Carolina Stanley. Lospenatto militó hasta el cansancio por la legalización, intentó convencer uno a uno a los diputados, armó la foto con dirigentes de Cambiemos que respaldaban el aborto y contribuyó así a que un tercio del PRO, y el cuarenta por ciento de la coalición gobernante finalmente se volcara hacia el color verde. Gracias a ella, y a otros como ella, Mauricio Macri muy probablemente será el Presidente que estampe su firma en una ley histórica.
¿Lo merece? ¿Es algo que se logró gracias a él?
En el discurso de Lospennato hay una clave para encontrar una respuesta: el principal mérito es de las dirigentes feministas y del movimiento de mujeres que está reeducando en estos meses a la sociedad argentina. Pero si Macri no hubiera habilitado la ley, esta no habría existido. Esa decisión tal vez sea el momento más genial de su complicadísima gestión presidencial. El imponente movimiento de mujeres se dirigía cada vez más en su contra y lo culpaba por no impulsar la legalización del aborto. Él hizo algo sencillo: se corrió del lugar que le atribuían. Discutan libremente, dijo.
Hasta ese momento, el lugar común dominante, defendido por su antecesora Cristina Kirchner, sostenía que la Argentina no estaba preparada para debatir este tema. Vaya si lo estaba. El Presidente percibió lo que otros no. Y las mujeres dejaron de insultarlo, entre otras razones, porque necesitaban los votos de sus diputados. En las últimas horas, cuando se pensaba que se perdía, era notable ver a legisladores de todas las bancadas pidiéndole a la Casa Rosada que intercediera. Ya no eran los enemigos sino los potenciales aliados.
Ese mérito se conecta con otro. El PRO es un partido heredero de la tradición conservadora de la Argentina. Por eso, han ocupado un rol tan central personalidades como Santiago de Estrada, Gabriela Michetti, Nicolás Massot o Federico Pinedo. Pero Macri construyó algo mucho más amplio que eso, como se pudo ver en las argumentaciones a favor de la legalización por parte de diputados como Lospennato, Daniel Lipovetzky o Fernando Iglesias . Después del jueves resultará definitivamente absurdo compararlo con la Dictadura o, incluso, con expresiones afines como el PP español. Ese gran avance político posibilitó que se aprobara una ley tan noble.
La Argentina es un misterio. La prensa internacional empieza a retratarla como un país campeón de los derechos civiles. Y lo es. Si todo funciona como parece, las mujeres que queden embarazadas y no deseen tener un hijo ya no serán humilladas ni castigadas ni sometidas a procedimientos violentos, clandestinos y peligrosos. Simplemente, se presentarán a un hospital y pedirán un turno para ser asesoradas. Cada año, se evitará qué 45 mil de ellas sean internadas por abortos mal realizados. Será un salto gigantesco en términos de salud pública y derechos humanos.
En 1983, cuando regresó la democracia, las personas que dejaban de amarse no podían divorciarse legalmente. Ahora, pueden casarse y adoptar las personas del mismo sexo. Quien lo desee, puede cambiar de genero, y eso será reconocido legalmente. Es el único país del mundo que condenó a los militares que violaron derechos humanos durante una dictadura militar y restituyó a gran parte de los niños robados por ellos. En las últimas décadas, además, se despojó de la tutela que los militares ejercían sobre la democracia desde 1810 y eliminó la obligación de realizar el servicio militar obligatorio. Cada presidente -Alfonsín, Menem, los Kirchner, ahora Macri-hizo su aporte en este recorrido ejemplar. Afortunadamente, nadie es dueño de estos avances, ni se detienen cuando cambia la fuerza que gobierna.
Solo falta que se arregle la economía.
Apenas o tanto como eso.
Campeones de los derechos civiles, nuestros líderes han sido derrotados una y otra vez por el dólar, la inflación y el aumento de la pobreza. El misterio de la Argentina: un país tan creativo y libre , que no se hinca de rodillas ni siquiera ante un Papa propio y, al mismo tiempo, tan angustiante e incierto.
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