"Vamos a despejar los fantasmas: no vamos a tocar un solo centavo de la ayuda social. No vamos a congelar las jubilaciones. Y no discutimos el tipo del cambio con el Fondo. No vamos a hacer nada de eso", sentenció el funcionario mirando a los ojos a este periodista. Por el amplio ventanal se observaba Puerto Madero, lloviznaba, y esa tarde el dólar había cerrado por encima de 25 pesos. Bebía té negro y nunca tocó el cuenco con almendras peladas que coronaba su mesa redonda color burocracia estatal. El funcionario aparecía seguro, ojeroso por su última batalla contra los mercados, y confiado en lograr un acuerdo inédito con el FMI.
Desde Washington, la información clasificada que llegaba a su despacho confirmaba las expectativas. El Fondo no aplicaría una receta de ajuste y otorgaría el crédito stand by sobre la meta de reducción del déficit fiscal. Ese número rondaría entre 1.7 ó 1.5 para el ejercicio 2019 –ahora está previsto para 2.2-, y la clave es la ausencia de imposición de recortes explícitos sobre el gasto público.
A diferencia del Fondo modelo 1990, la burocracia del organismo multilateral sólo pretende que se cumpla el dígito de déficit acordado y acepta que el Ministerio de Hacienda decida qué partidas se van a recortar para alcanzar la meta del 1.7/1.5 de déficit para 2019.
Nicolás Dujovne, ministro de Hacienda, debe hacer un documento con las propuestas de recorte de todos los ministerios. Ese documento será avalado por Macri y luego puesto a consideración de todos los protagonistas de la oposición. Primero se consensúa adentro y luego se negocia afuera. A esa altura, las conversaciones con el Fondo deberían estar casi concluidas.
-¿El gobierno convocará a la CGT, al kirchnerismo y a los movimientos sociales para acordar los recortes al gasto público?-, preguntó Infobae.
-A todos, vamos a convocar a todos. Estamos buscando un acuerdo nacional, y si es un acuerdo nacional, es con todos-, replicó el funcionario clave del gabinete.
Afuera oscurecía. Y una sirena rompía el silencio que había invadido a la Plaza de Mayo.
-¿Imagina una ceremonia oficial con todos los sectores que participaron de la convocatoria?
-No lo sé, todavía. Aquí lo importante es lograr un acuerdo político. Nosotros conversamos con el Fondo, y en simultáneo, vamos avanzando con la oposición. Al final, si no hay sorpresas, deberíamos llegar a un acuerdo.
El Gobierno pretende que las conversaciones con el Fondo concluyan a fines de junio. Tiene un fuerte respaldo de Estados Unidos, Alemania, Japón, China, Brasil, Italia y España, y el compromiso de Christine Lagarde de avanzar a tambor batiente. La directora del FMI sabe que el tiempo puede jugar en contra cuando los mercados están alterados y sólo buscan proteger sus negocios millonarios.
"Nosotros tenemos una convergencia con el Fondo. Ellos aceptan nuestro gradualismo y asumieron que pasó la época del ajuste inevitable. Vamos a conversar sobre el déficit, pero al final del día serán nuestras decisiones respecto a los fondos públicos que vamos a recortar", insistió el funcionario de Balcarce 50.
Había terminado su té. Y la asistente recordaba que ya lo estaban aguardando en una oficina contigua. Formado en la política cuando el FMI era considerado el impasible auditor global de Estados Unidos, sorprendió con su declaración final: "Cambiaron. No regalan nada. Pero cambiaron".
Sobre la Plaza de Mayo volvía a llover, mientras que en DC el FMI se aprestaba a iniciar su primera reunión del directorio para tratar el caso argentino. Macri mantenía a raya sus expectativas, pero la información que llegaba desde Estados Unidos permitía una cuota voluminosa de optimismo. Donald Trump había jugado fuerte y eso consolidó la posición de la Argentina en el Fondo.
En cuatro semanas, se sabrá si el Fondo perdió los dientes y Macri recuperó su sonrisa por un instante.
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