El martes pasado, poco después de las 16 horas, el gobierno nacional dio por terminada oficialmente la fenomenal corrida contra el peso, que agitó a la Argentina desde finales del mes de abril. Las huestes oficialistas bromearon: "A Macri le dicen gato porque tiene muchas vidas". Al día siguiente, Gabriel Torres fue entrevistado en una radio porteña. Torres es uno de los analistas de la influyente agencia Moody's. Vive en Manhattan y trabaja en Wall Street. Su análisis, lamentablemente, no transmitía la misma euforia.
Torres dijo: "Nosotros vemos un país que desde hace un par de años viene tratando de resolver desequilibrios macroeconómicos estructurales. Uno de ellos es el riesgo externo. En los últimos días, con la corrida cambiaria, hemos tenido un ejemplo de cómo puede aparecer este riesgo externo. Eso, al mismo tiempo, nos sorprende y no nos sorprende. Porque estas cosas iban a suceder y van a suceder. Que hayan sucedido tan rápido y de la manera en que ocurrieron es más difícil de prever. Pareciera hoy que el Gobierno logró controlar la corrida y encontró una nuevo equilibrio en el valor del dólar. Pero ustedes saben mejor que yo lo rápido que cambian estas cosas. Cada tanto vamos a tener este tipo de shocks".
Torres es un analista que trabaja dentro del sistema financiero. A diferencia de él, Martín Guzmán es un profesor que enseña en la Universidad de Columbia y es un cercano colaborador del premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz. Guzmán es un crítico persistente al funcionamiento del sistema financiero. Sin embargo, su diagnóstico es bastante parecido al de Torres, que trabaja en uno de sus engranajes.
Dijo Guzmán: "La deuda del Banco Central, las famosas Lebacs, van a ir venciendo. Entonces va a haber momentos en que el humor de los mercados sea mejor y otros peor. Cuando sea peor, va a pasar algo parecido a lo de las semanas pasadas, variaciones abruptas en nuestro tipo de cambio. Ahora sos rehén del humor de los mercados. La sociedad argentina va a enfrentar muchos más riesgos de los que enfrentaba antes".
Es lógico que, luego de una crisis, en un país se difundan ampliamente las palabras de su Presidente, su jefe de Gabinete y su ministro de Hacienda. Pero cualquiera que ponga algo de atención a las visiones alternativas encontrará una distancia muy sensible entre lo que dicen unos y lo que advierten los otros. El tamaño de la preocupación es inversamente proporcional a la distancia a la Casa Rosada. Donde unos dicen "turbulencias" otros anotan "corrida contra el peso" o "devaluación descontrolada". Donde unos anuncian "se terminó", otros dicen "por ahora" o "con suerte" o "veremos".
Lo cierto es que el vértigo de las últimas semanas produjo el brusco despertar de un sueño módico. Hasta hace apenas un mes, en otra Argentina, el Gobierno tenía un plan. Cada año se crecería un poco, bajaría un poco la inflación, caería el déficit, crecería un poco la inversión directa. Esas pequeñas modificaciones se financiarían con deuda. Pero, con el correr de algunos años, gracias a la acumulación de crecimiento e inversión, la relación de la deuda con el tamaño de la economía comenzaría a achicarse. Y entonces la Argentina, ya sin riesgos, crecería sostenidamente. Esa utopía recibió el nombre de gradualismo. Nadie en el Gobierno creía que podría correr serios riesgos. Casi que solo era cuestión de deslizarse mientras se administraban algunos cuellos de botella.
Eso se terminó: inesperada, rápida, violentamente. Ahora la palabra de moda volvió a ser ajuste. El Gobierno sostiene que no serán tocados los fondos de protección social. Pero en el último reporte de las cuentas públicas se destaca un recorte a menos de la mitad, en valores reales, de los fondos destinados a viviendas sociales. Y eso antes de la conferencia presidencial donde convocara a acelerar recortes. Ese ajuste, más la devaluación, más los traslados a precios y a tarifas, más la conflictividad social, más el inquietante aumento del precio del petróleo en el mundo, augura un horizonte tumultuoso con un resultado incierto, aun cuando nos produzca otro shock como el de esta semana.
El sueño terminó.
Y el despertar está surcado por fantasmas, miedos e incertidumbres.
¿Qué falló?
En estos días, los funcionarios han utilizado palabras técnicas para describir errores graves. Subestimamos el efecto de la devaluación y el aumento de tarifas en la inflación, dijo Miguel Braun, el secretario de Comercio. Las metas de inflación eran incumplibles, sostuvo el vicejefe de Gabinete, Mario Quintana. No hubo suficiente coordinación entre el Banco Central y el Ministerio de Hacienda, explicó el Presidente. Pero todo eso es nada comparado con aquello que el mismo Presidente identificó como su principal problema: el exceso de optimismo, que atribuyó a una cuestión de personalidad.
El 13 de diciembre de 2015 Macri tomó una decisión que se discutirá por años y que marcó hasta aquí su presidencia: liberar el cepo en un segundo. Lo hizo en base a varios supuestos que revelan su optimismo: la devaluación no se trasladaría a precios, la fuga de capitales sería compensada en parte por una lluvia de inversiones directas , lo que faltara sería cubierto por una gran toma de deuda financiera que estaría disponible durante años. Nada de eso ocurrió, y la decisión de permitir que quien quisiera pudiera fugar de la Argentina, en un solo día, una cantidad infinita de dólares, dejó al país a disposición del buen o mal humor de los mercados.
Macri soltó amarras y el buque no estaba preparado para andar por alta mar. El llamó a eso optimismo pero es una metáfora perfecta de tantas otras tragedias que han marcado al país. Un piloto que levanta vuelo sin tener todo asegurado es, en cierto modo, un optimista. Pero difícilmente alguien quisiera subirse a ese avión.
Si se podía hacer otra cosa o no será un debate para historiadores. Pero esa decisión parece haber marcado más la crisis de estos días que la famosa conferencia del 28 D, o la decisión de combinar ajuste con crecimiento. Se trata de un ejemplo -uno más- de los riesgos que corren los países cuando, encandilados sus presidentes por la posibilidad de financiarse, desarman todos los controles. No deberían tomarse esas decisiones con exceso de optimismo.
En las próximas semanas, el Gobierno se verá enfrentado a un número infinito de dilemas. Por ejemplo, una de las preocupaciones tiene que ver con el intento de los gremios de reabrir paritarias ante el evidente desborde de la inflación. Ese es el enfoque dominante. La aplicación del pensamiento lateral permitiría entender que si los precios no aumentaran tanto, los gremios presionarían menos. Entonces, tal vez sea momento de sentarse con los formadores de precios y acordar que, en medio de una crisis, las ganancias deben posponerse o que la secretaría de Comercio adquiriera un rol más activo en la detección y denuncia de abusos. Si se presiona por un lado, tal vez no haya tantas exigencias por el otro. Pero ciertas anteojeras impiden concebir así las cosas.
Otro enfoque alternativo al actual se preguntaría por qué no es tan eficiente como antes el programa de precios cuidados. ¿Cómo es que los productos no llegan a las góndolas cuando aliviarían tanto en momentos difíciles? Otra vez: hay una concepción que limita mucho al Gobierno. Demasiado optimismo para liberar controles de capital, controles de precios, incluido el de la nafta, para eliminar obligaciones de liquidar divisas o impuestos para exportadores.
Es, claro, un optimismo selectivo.
Uno de los presidentes más destacados de los Estados Unidos se llamó Teodoro Roosevelt. Era republicano y multimillonario. Quedó en la historia porque se peleó con los suyos e instauró la primera legislación antimonopolio en los Estados Unidos. Nadie lo acusaría hoy a Roosevelt de haber sido un enemigo del libre mercado porque puso límites a tantos abusos. En momentos difíciles, un presidente debe establecer prioridades. Mauricio Macri supo muchas veces superar sus propios límites y entender que su Gobierno debe ser creativo para llegar a los lugares que abandona el mercado. Si esta vez no percibe esa necesidad, tal vez en poco tiempo el mundo vuelva a preguntarse por qué el peronismo resucita tantas veces y siempre vuelve en la Argentina.
No es que seamos demasiado buenos, explicaba el General.