Sólo hace falta juntar algunas piezas del rompecabezas que busca rearmar el Gobierno para advertir qué puntos centrales resumen las tensiones de estas horas. Lo expresan sin vueltas las últimas declaraciones de Marcos Peña y de Nicolás Dujovne: los dos componentes centrales del "gradualismo" son el financiamiento, en el terreno económico, y la confianza, en el plano social. Son, claro, los objetivos más complicados y sensibles del momento.
El jefe de Gabinete dio ayer una conferencia de prensa, esta vez y tal como se había anticipado sin anuncios, sólo para responder los interrogantes que se acumulan frente a la trepada del dólar, el impacto de la ofensiva opositora con eje en las tarifas, la gestión del ministro de Hacienda ante el FMI.
Primer punto: fue una admisión de intranquilidades persistentes, un día después de haber expuesto al Presidente en una virtual cadena nacional.
Por supuesto que en el listado de problemas varios renglones son ocupados por errores del oficialismo, más allá de las cargas de otros actores políticos y económicos que exhiben pérdida de memoria selectiva. Está a la vista que algunos errores se admiten de hecho con correcciones en el andar pero otros parecen ignorados, aunque hace rato acumulan señalamientos hasta en el interior del oficialismo.
Peña afirmó que "el gradualismo es el único camino posible", al menos de hecho lo es para el Gobierno y con matices para algunas franjas de la oposición, como alternativa al ajuste ortodoxo y ajeno a consideraciones sociales realistas. Y agregó que un ingrediente central para sostenerlo es la "confianza" de la sociedad.
En ese punto específico, resulta difícil suponer lo contrario: el problema de los caminos graduales es precisamente el tiempo y la erosión que suele producir en las expectativas. La cuestión, para el poder político, es si trabaja para sostener la confianza o la complica en parte con algunos pasos de su propia gestión.
En primera línea se anota un asunto que hace rato, de manera cada vez más audible en el circuito político aunque no en público, expresan integrantes de la sociedad Cambiemos, no sólo cerca de Elisa Carrió o en la UCR, sino también entre referentes del PRO. Se trata de la multiplicidad de protagonistas en el área económica: además de varios ministros –Hacienda, Finanzas, Producción- y del jefe del Banco Central, los infaltables Gustavo Lopetegui y Mario Quintana.
Macri consideró de entrada que ese es el mejor esquema y la decisión de sostenerlo provocó la caída de algún funcionario. Pero ocurre que, en la práctica, tal determinación viene produciendo al menos dos efectos. El primero, superposición de señales a los llamados actores económicos. El más reciente, falta de volumen individual en el escalón de funcionarios por debajo de Macri para asimilar costos y temblores.
En otras palabras, algunos especulan con que, de hecho, el lugar de número uno en el rubro económico –funcional, porque político lo es en todas la áreas- termina siendo ocupado por el propio Presidente. La cuestión, el riesgo, resulta ser que se debilita la línea de amortiguación en el Gobierno: se esfuma la función de llave térmica o disyuntor en los momentos de mayores tensiones. Macri, entonces, termina exponiéndose esta semana en una presentación pública para darle sustancia o espesor al anuncio posterior de un funcionario.
La recreación de confianza es un desafío frente a los lentos tiempos de los planes graduales y también, de manera destacada, en etapas críticas. No se trata únicamente de los protagonistas de la economía, sino en sentido amplio de los niveles de confianza social. Las encuestas, que pululan en estos días, registran como elemento más inquietante la baja porcentual en esos rubros, antes que los desgastes de imagen y quizá en el mismo nivel que el escasa capitalización opositora, sin liderazgo afirmado a la vista.
En paralelo, surgen como elementos electrizantes la inflación y la escalada del dólar, con el arrastre de la necesidad de recortar el monumental déficit realmente heredado. Si se acepta como ineludible o al menos sensato el "gradualismo", surge que el desafío del financiamiento es vital.
Vale entonces repasar las cartas jugadas por el Gobierno en pocos días. Con una aclaración inicial: es cierto que en parte el problema surge de las alteraciones en el plano externo, también lo es que ese impacto es potenciado por la vulnerabilidad que expresan los problemas estructurales del país y podría agregarse la estribación negativa de la ofensiva opositora por las tarifas, matizadas con cuidados en las declaraciones sobre la negociación con el FMI, por lo menos de parte del peronismo más cercano a los gobernadores.
¿Y nada tendría relación con errores propios? Esa reflexión, se ha dicho, circula en algunos niveles del oficialismo. En la práctica, y en un punto específico, parece también admitido de hecho con nuevas decisiones. La negociación con el Fondo, desde esa perspectiva, sería un mensaje luego de que las aguas locales no se aquietaran con la intervención del Banco Central en el mercado del dólar y con las supertasas, dos medidas insostenibles en el largo o mediano plazo.
Además de señal, resulta claro que la decisión de recurrir al FMI apunta a garantizar financiamiento –o la posibilidad de acceder a esa ventanilla- con el objetivo primario de sostener las políticas graduales, frente a un contexto internacional adverso. Las conversaciones acaban de comenzar y es un interrogante cuánto del apoyo verbal externo se traducirá en una garantía real para el núcleo de la política económica.
La síntesis sería entonces que financiamiento y recreación de expectativas son necesidades básicas del "gradualismo". Son a la vez objetivos complejos que reclaman una mirada crítica sobre estos días de tensiones.
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