¿Por qué acudir al FMI para intentar un freno consistente a la escalada del dólar y calmar los "mercados", cuando el Banco Central está fuerte en reservas? ¿Por qué jugar al propio Presidente con un mensaje convertido en virtual cadena nacional? La respuesta, aún la económica, es ante todo política: algunos lo llamarán Plan B y otros, carta definitiva, pero sin dudas se trata de una jugada extrema en el intento de mantener el actual plan económico bajo el título de "gradualismo".
El cuadro general que enfrenta el país en estos días expresa en parte el impacto del juego internacional de los Estados Unidos en esta era Trump, pero lo expresa en su versión más aguda –vale comparar con los efectos más acotados por ahora en otros países de la región-, al estilo argentino, fruto de sus propias vulnerabilidades económicas y políticas. ¿Culpas? Sobran las del Gobierno, también las de la oposición peronista, además de las causas socio-culturales, recordadas con aire crítico sólo en épocas difíciles.
Pero las tensiones caen en primer lugar sobre el que gobierna; también, las medidas y sus consecuencias inmediatas y a mediano plazo. Las decisiones tomadas por Mauricio Macri en menos de una semana ilustran la gravedad del cuadro y también las limitaciones del Gobierno. El oficialismo rechaza la receta ortodoxa del ajuste sin anestesia: en muchos de sus integrantes se trata de una convicción, pero además lo impone la realidad de un frente político-electoral que aún se debe pruebas para consolidarse y que transita con minorías en las dos cámaras del Congreso, entre otros factores.
Macri sorprendió ayer con una decisión hasta ahora eludida –aunque contemplada-, por su mal eco histórico y porque deja pocas alternativas a la vista, si no agota el temario. En el Gobierno buscan presentarla como una "señal preventiva" y, en rigor, la decisión de negociar respaldo financiero con el Fondo careció de precisiones en la conferencia de prensa que dio el ministro Nicolás Dujovne.
En todo caso, las afirmaciones sobre la búsqueda de financiamiento preventivo parecen remitir a algún tipo de acuerdo de contingencia, cuyos alcances y la cifra que circuló –unos 30.000 millones de dólares como base– comenzarán a ser negociadas hoy mismo. En lo inmediato, y si el anuncio es analizado en espejo, representa el reconocimiento de errores de cálculo sobre los efectos de las medidas y los gestos políticos previos.
La pregunta sobre por qué recurrir al FMI cuando el Banco Central cuenta con unos 55.000 millones de dólares de reserva es respondida en medios del Gobierno con cierta amargura y bastante insistencia sobre el objetivo gradualista de la gestión. Creen, razonablemente, que una batalla atada exclusivamente al sacrificio de dólares por parte del Central y a supertasas estaría condenada al fracaso si no produce efectos contundentes en el corto plazo. Después, todo sería efecto negativo.
¿Qué es lo que admiten fuentes del primer nivel del Gobierno? Que el drenaje de dólares por sí solo terminaría estirando y alimentando la incertidumbre, con su efecto conservador y contractivo de hecho, mientras que sostener en el tiempo tasas siderales conspiraría inevitablemente contra el crecimiento de la economía en general y contra la reactivación de algunos sectores productivos en particular.
Está claro que en el Gobierno atribuyen el grueso de las complicaciones a factores internacionales, consecuencia más amplia del reacomodamiento y de los crujidos por la competencia EEUU-China, con su correlato de dificultades y costos crecientes para acceder al financiamiento externo. "Sin financiamiento no hay gradualismo", dicen y defienden la negociación con el FMI porque es "más barato" y también como apuesta a una señal de distensión financiera.
Por supuesto que el punteo de críticas al Gobierno es largo y contrapuesto, según el ángulo económico desde el que se haga –de la ortodoxia económica a la izquierda-, aunque la gravedad del caso se refleja en la primera línea oficialista: la principal señal del riesgo al que se asoman es emitida por el propio Macri.
Durante tres minutos –el tiempo que duró-, el mensaje presidencial grabado en la Casa Rosada se convirtió en una suerte de cadena nacional. No hay margen para la amortiguación política. Quedaban atrás los gestos de Marcos Peña, de tres ministros de peso, del jefe del Banco Central y de la plana central de Cambiemos.
Según se dejó trascender, la decisión de recurrir al FMI fue terminada de adoptar el lunes, en un encuentro convocado por Macri que sentó alrededor de la mesa a Peña, los ministros Dujovne y Luis Caputo, además de Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. Después, se abrió la información al ala política de funcionarios y máximos dirigentes de Cambiemos. Elisa Carrió y el radical Alfredo Cornejo recibieron llamadas directas del Presidente. Hubo respaldo público.
En términos de impacto mediático, el dólar y el anuncio sobre el Fondo relegaron por unas horas la cuestión de las tarifas, pero ese punto estuvo ayer en la mayoría de las conversaciones entre la Casa Rosada y los legisladores y referentes de Cambiemos. En el oficialismo consideran que la convergencia de hecho entre los distintos sectores peronistas complica políticamente en el momento económico más sensible. Y atribuyen parte de la tensión a esa ofensiva.
Desde la otra vereda responden que el error inicial del Gobierno fue no abrir la discusión a algún tipo de acuerdo-marco político y social. Y le achacan a la interna de Cambiemos haber precipitado este debate sobre los servicios. En suma, intercambio de acusaciones en un momento económico de mínima, inquietante.
Con todo, oficialistas y opositores acordaron tratar hoy mismo en Diputados, un rato antes que el tema más conflictivo, dos iniciativas: mercados de capitales y defensa del consumidor. Si es así, la votación en el recinto transformaría esos proyectos en leyes. El compromiso sobre el temario era explicado anoche como un gesto racional. Una señal módica, dirigida al círculo más restringido de la política y de la economía antes que a la sociedad. El show quedaría para tarifas.