Roberto Zapata, el español que trabaja en la pyme de Jaime Durán Barba y que para el Gobierno es tan importante como el ecuatoriano, desdramatizó la situación. Fue hace dos viernes, en la reunión del equipo de comunicación oficial en Casa Rosada, mientras Mauricio Macri trabajaba a escasos metros, en su oficina, una escena atípica para el último día hábil de la semana: el Presidente suele trabajar los viernes desde su casa, es decir, la Quinta de Olivos.
Zapata desmenuzó los resultados de los últimos grupos focales realizados con un grupo de "macristas desencantados", un sector social que abunda en los últimos tiempos. El español fue contundente: "Se los puede volver a encantar", concluyó, a grandes rasgos.
Una consultora de primera línea que suele trabajar para la Casa Rosada había analizado un par de días atrás las repercusiones del mensaje de Macri desde Vaca Muerta, una semana antes de que la abrupta suba del dólar colocara al jefe de Estado contra las cuerdas. Utilizaron el mismo método: la reacción de un grupo heterogéneo de personas frente al discurso presidencial, en medio de la polémica por los aumentos en las tarifas de los servicios públicos. Un macrista de pura cepa, de esos fanáticos que suelen defender hasta lo indefendible, apoyó a Macri sin titubear ante los especialistas de esa consultora que hacían el estudio. Pero dejó una conclusión inquietante: a pesar de su cerrada defensa del Gobierno, dijo que no encontraba demasiados argumentos para defenderlo.
Es la primera vez desde que Macri llegó a la Presidencia que todos los sondeos le dan tan mal. Según una de las encuestadoras que suele medir para la Casa Rosada, más del 50% evalúa su gestión en forma negativa, casi la mitad de los consultados cree que el Gobierno no cumple ni cumplirá con sus expectativas, cerca de un 70% ve negativa la capacidad de ahorro, la imagen positiva y negativa del Presidente se tocan por primera vez desde que asumió, poco más del 50% cree que la situación del país está peor que el año pasado y cada vez menos argentinos confían en que el Presidente controlará la inflación.
"Generamos mucha expectativa y subestimamos la situación. Pero hay luz al final del túnel: el gradualismo, el único camino que había para no condenar a los pobres, va a dar resultados", aseguraba a última hora del viernes un integrante de la mesa chica del poder -en la que se suelen sentar Marcos Peña, Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal- que el jueves se preocupó como no lo hacía desde el último diciembre, cuando el oficialismo y la oposición se trenzaron en torno a la polémica Reforma Previsional.
Cinco meses después, Macri vuelve a poner en juego su gobierno, su liderazgo político, la eventual reelección y la relación con la oposición, que ahora también ve, como la mesa chica del poder y el gradualismo, una luz tenue al final del túnel.
En en el seno de Cambiemos insisten en que, además del contexto económico mundial, de los golpes del mercado y de los errores no forzados, la oposición se unió de manera "irresponsable" detrás del proyecto de ley para moderar el impacto de los aumentos de tarifas. Fue uno de los argumentos al que apeló el ministro Nicolás Dujovne, en compañía de su colega Luis Caputo, en la conferencia de prensa del viernes, en la que anunció medidas para combatir la escalada del dólar.
La noche anterior, Macri se había mostrado sereno a través del chat de su teléfono con parte de su mesa chica. A última hora estaba confiado en los anuncios de la mañana siguiente, que al final traerían algo de alivio al mercado, aunque aún con resultados inciertos.
Pero si estaba furioso con la oposición, en especial con el peronismo que el Gobierno tilda de "racional", y que incluso en el debate por la Reforma Previsional acompañó a Cambiemos. En esa lista figuran desde gobernadores hasta diputados como Diego Bossio y Marco Lavagna, dirigentes como Sergio Massa -que hace una semana y media reapareció en el Congreso en medio de la sesión especial que al final fracasó pero que fue el puntapié del dictamen de comisión que consiguieron los bloques opositores esta semana- y hasta Miguel Ángel Pichetto.
En ese sentido, el anuncio del viernes de reajuste de la meta del déficit fiscal y las consecuencias en la obra pública le pone un signo de interrogación a la relación entre la Casa Rosada y los gobernadores. Uno de ellos, oficialista, se lamentaba entre sus íntimos un rato después de la conferencia de prensa en el Palacio de Hacienda.
El resultado de la discusión parlamentaria por las tarifas evidencia el adelantamiento del calendario electoral del 2019 y pone en jaque la relación entre el macrismo y la oposición.
Desde el Gobierno insisten en que un escenario de caos favorece solo al kirchnerismo. Y no al resto de la oposición que busca ser alternancia. Es uno de los argumentos con el que los principales interlocutores de Cambiemos buscan convencer a buena parte de los opositores. El anuncio del veto a una eventual sanción a la ley de las tarifas no fue solo un mensaje a los gobernadores. Estuvo dirigido principalmente a los mercados, que para el Gobierno miraban con fanatismo a la Argentina y que ahora lo hacen con preocupación.
La puja con la oposición también se libra en la provincia de Buenos Aires, el principal distrito del país. Vidal -que además de Hernán Lacunza suele consultar a economistas externos, como Alfonso Prat Gay– volvió a enviar al Senado provincial la ley que busca eliminar los impuestos municipales en las facturas de luz y gas después de que fracasara en Diputados. Hay una fuerte oposición de los intendentes del PJ que no están dispuestos a cerrar ese grifo de fondos. En las facturas de gas, por ejemplo, el monto varía según el distrito. Desde el 2 hasta el 9%, como en Avellaneda. Su intendente, Jorge Ferraresi, todavía alineado al kirchnerismo, tiene chances de perder el próximo año el municipio en manos de Gladys González, aunque esa posibilidad todavía asoma tibia.
La ratificación del viernes de la meta de inflación del 15%, de improbable cumplimiento, también pone en juego la vinculación con los sindicatos. Uno de los principales argumentos de ese empecinamiento se centra en las negociaciones paritarias. Justo cuando Andrés Ibarra busca cerrar con ATE y UPCN, los dos principales gremios estatales. Tiene la orden de no superar ese porcentaje, aunque preferiría un 12%, como la ciudad de Buenos Aires. Los últimos tropiezos del gradualismo económico no colaboran con la negociación encarada por el ministro de Modernización.
En el medio, Macri buscó llevar tranquilidad a su tropa. El fin de semana anterior, incluso, cuando la avanzada opositora ya había dado sus primeros pasos en torno a los proyectos por las tarifas y unos días antes de que el dólar alcanzara su récord y su política económica entrara en crisis, el Presidente se fue al country Marayui, a veinte minutos de Mar del Plata, a jugar el torneo de golf en el que compite hace más de dos décadas con una treintena de amigos. Como una foto de su presente político, el jefe de Estado quedó rápido fuera de competencia. Aprovechó el domingo, un día antes de volver a Buenos Aires, para dormir más de lo habitual, mientras el resto se disputaba el trofeo. Ignacio Zavalia, uno de sus mejores amigos -el año pasado donó $370.000 al PRO-, se quedó con la copa. Es, junto a Francisco "Paco" Alemán y "Willy" Seefeld -hermano del actor-, de los mejores del grupo.
Macri no va a alterar sus planes, a pesar de que las críticas arrecian como nunca antes. Todo parece débil. Cualquier reunión en Olivos o Casa Rosada es de urgencia. El desempeño de buena parte de los ministros se pone en duda. Hay algunos de ellos, como Dujovne o Caputo, que están cansados. Transitaron en estos últimos meses por un territorio hostil al que no estaban acostumbrados. "En el próximo gabinete -si es que Macri logra ser reelecto- va a haber vacantes", es una de las frases que le atribuyen en su entorno al jefe de Gabinete.
Para colmo, Cambiemos quedó enredado en sus propias internas, motivadas en parte por las discusiones del próximo turno electoral y en medio de versiones de una obcecación de Macri por recluirse entre voces acríticas. "Eso no es cierto. Hay muchos que somos críticos, y Mauricio es muy permeable a eso. El tema es que no lo ventilamos con los periodistas", se ofuscaba en la semana uno de los tres dirigentes más relevantes del PRO.
Un mensaje a Emilio Monzó -cuya salida anticipada trascendió en estos últimos días-, uno de los los principales armadores políticos de la campaña presidencial de Macri que perdió una batalla desigual frente a la mesa de conducción de estrategia política y de comunicación del Gobierno. El presidente de la Cámara de Diputados cree haber saboreado la injusticia: fue, por ejemplo, un actor central en el acercamiento entre Macri y Elisa Carrió. Esa sociedad terminó de firmar los papeles en el living de su departamento de la avenida Del Libertador, a fines de enero del 2015, frente al parque Carlos Thays, en el barrio porteño de Recoleta.
En el cierre del retiro espiritual de Chapadmalal, de febrero pasado, el jefe de Estado se había mostrado satisfecho con su equipo. Hasta había bromeado con que ya no recurría tanto al "speaker" de su teléfono, una costumbre que arrastra desde hace años y que consiste en carear a sus colaboradores cuando le llevan algún fastidio interno entre ellos.
En junio del 2014, Macri mandó a Vidal a representar al Gobierno porteño en el acto encabezado por Cristina Kirchner en Casa Rosada en el marco del Plan SUMAR de vacunación, transmitido por cadena nacional. Un rato después del evento, el entonces jefe de Gobierno le preguntó a su vicejefa cómo le había ido. Vidal le dijo que estaba sorprendida por la cantidad de veces que habían aplaudido a la ex presidenta. "Qué suerte, ustedes a mí no me aplauden nunca", le contestó Macri.
Es una de las anécdotas que recordaron por estos días en el entorno del Presidente para rebatir las críticas por el alejamiento de las voces más díscolas, como la de Monzó. Es que más allá del estilo de conducción del jefe de Estado y la mesa que lo rodea, el Gobierno aún ofrece pocos motivos para los aplausos.