Mauricio Macri, un populismo del siglo XXI

Llegó al Gobierno como un Barack Obama y se está transformando en un Donald Trump

Macri con Obama. Macri con Trump

Mauricio Macri no llegó a la Presidencia por una falla del sistema o un cálculo electoral mal realizado por Cristina Kirchner. Hay quienes siguen insistiendo con que si Florencio Randazzo hubiera sido el candidato a gobernador del FpV o la ex presidente no hubiera insistido con la candidatura de Aníbal Fernández, aceptando a Julián Domínguez, el candidato bendecido por el Papa, las cosas hoy serían bien distintas.

Ya son muchos los que se dieron cuenta de que no hubo casualidad en el triunfo de Cambiemos, sino una lectura de la sociedad del siglo XXI y una persistente marcha en la consecución de sus objetivos, una voluntad a prueba de coyunturas adversas.

El Macri que se propuso alcanzar el Gobierno no tenía demasiados recursos, así que con su diagnóstico hizo lo que estaba a su alcance en materia de campaña. Básicamente, evitó destinar fondos a la publicidad tradicional y se basó en las facilidades tecnológicas que brinda la nueva trama cultural, más un ejército de voluntarios, militantes que no necesitan ganar plata en la política, que se adaptaron al entorno despolitizado y ahistórico que representa al votante del siglo XXI.

De izquierda a derecha, Mauricio Macri, Emilio Monzó, Marcos Pena y Jaime Durán Barba

Hoy parece la prehistoria, pero cuando Macri experimentaba su ascenso al poder con estas herramientas, Cristina era un hada (o una bruja) superpoderosa a la que nada le era negado, un ser amado y temido a la vez, capaz de hacer tronar el escarmiento allí donde posara la mirada inquisidora. Macri, se sabe, llegó con lo justo, siguiendo un derrotero que muy pocos vieron. Su base electoral fueron las clases medias y altas espantadas con el populismo kirchnerista, digamos un tercio de la población, que en líneas generales no cree en ningún político, donde el Congreso, la Justicia, los sindicalistas y la Iglesia tienen entre el 70 y el 90% de imagen negativa.

Luego hay otro tercio donde pesca Cambiemos, un electorado que estuvo con Cristina cuando las cosas andaban bien, pero no porque comprara su relato, sino porque en medio del crecimiento de la inseguridad y el narcotráfico, de la implosión de la educación pública y la infraestructura, pudo construir con su trabajo informal un piso más para su hija en la casilla de material que tiene en un barrio inundable, donde no pasa ningún transporte público, además de acceder por primera vez al aire acondicionado y un par de televisores LCD.

El vicejefe de Gabinete Mario Quintana (Foto: Adrian Escandar)

Ese tercio ya se le fue al Presidente y se le empieza a ir a la Gobernadora, por lo menos, hasta que pueda recomponer las variables económicas, algo que todavía está por verse. El problema que hoy tiene Cambiemos está en su propio electorado, hasta en sus propios voluntarios. ¿Qué hacer?, preguntó Vladimir Illich Lenin en el 1901. La respuesta para partidos políticos en problemas es siempre sencilla: centralización y demagogia, populismo a la carta. Hoy, antipolítica.

Macri no solo llegó gracias a los voluntarios y las redes sociales, sino también a una red política sui generis diseñada desde el Ministerio de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que comandaba Emilio Monzó. A Infobae le consta la tarea de jóvenes militantes que iban al interior de la provincia de Buenos Aires para realizar algo así como encuestas caseras entre la gente de cada pueblo, buscando detectar líderes locales. De allí volvían con un listado de 10 personas con un perfil de cada uno, se discutía en el equipo, se elegía uno o dos, y se volvía a verlos con una propuesta de trabajo político en serio. Aunque parezca desopilante, así se trabajó en esos tiempos cuando ninguno de los expertos de la política daba cinco pesos por la llegada al poder del PRO. Hombres y mujeres que ocupan bancas y son funcionarios fueron incorporados siguiendo ese curioso método.

No solo eso. Viendo que en Córdoba el PRO no tenía nada propio, Monzó convenció a Nicolás Massot de que trabaje en esa provincia, y allí marchó, dejando a su familia en Bahía Blanca. Viajó todas las semanas para armar una red política que responda a Macri y logró grandes avances. Detectó a Héctor Baldassi, promovió la victoria de varios radicales de buen diálogo con el macrismo que habían sido relegados por la compleja interna de ese partido. Cuando llegó, en el 2012, el PRO prácticamente no existía. En el 2013 alcanzó el 8,18% de los votos en la legislativa. En 2015 Cambiemos sacó 35,74% para legisladores, obviamente, ya con el aporte de muchos. Fue el elegido para presidir el bloque PRO de Diputados. En el 2017 no pudo pisar la provincia. Probablemente, se irá de la Cámara cuando Monzó deje la Presidencia.

El joven jefe de bloque de Diputados del PRO Nicolás Massot (33 años) junto al presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó (Foto: Télam)

Hay infinidad de casos como el de Massot y pibes del PRO recorriendo pueblos para sembrar adhesiones a Macri. Como María Eugenia Vidal, que se levantaba todos los días a las 5 de la mañana para ir a hacer campaña para unas elecciones que estaba segura de no ganar, hay decenas de ejemplos de outsiders de la política enhebrando donde parecía imposible que hubiera espacio para una fuerza nueva.

Eso es el PRO. Sembrar en lo que parece un desierto, con la convicción de que algún día cosecharían una victoria, que casi nadie con trayectoria creía posible. Pero lograron lo imposible y, como suele suceder, se la creyeron.

En la campaña electoral, Marcos Peña se ocupó de la estrategia de la comunicación y Emilio Monzó del armado político nacional. Eran pares. Cuando Macri asumió el Gobierno, Peña había subido varios escalones y Monzó había descendido unos cuantos también.

Política y comunicación quedaron en manos de Peña, y apareció Mario Quintana a hacer política. La distancia entre los que fueron pares en la campaña se fue profundizando y ya parece irreversible. Hay quienes dicen que Quintana reemplazaría a Monzó en la Cámara de Diputados o a Rogelio Frigerio en el Ministerio del Interior. Debe ser un premio por lo bien que le va en el manejo de la economía.

La unanimidad es un principio muy peligroso a la hora de hacer política. Es cierto que no es sencillo aceptar una diversidad para alguien que llegó por ser distinto, un outsider de la política como es el presidente Macri, alguien que toleró la presencia de políticos con formación tradicional, quizás para hacer el "trabajo sucio" que él no quiere hacer, como negociar, perder tiempo conversando pavadas, compartiendo nimiedades propias de los que hacen pocas cosas más que hacer política.

Macri escaló a la Casa Rosada construyendo poder con las franjas de la población que aborrecen de la política y a los políticos, grandes mayorías que no entienden al poder ni les interesa, alejadas de los grandes conceptos ideológicos que formatearon el siglo XX.

Como fracasa en su intento de bajar la inflación, una meta que parecía tan fácil, y como debe darle algo de comer a esas nuevas mayorías, debe creer que necesita más antipolítica, y así deja avanzar a funcionarios que llegaron a la política en el 2015, ansiosos de comerse todas las canchas. No importa si son los padres de todos los errores que cometió el Gobierno, como suponen en estamentos críticos a la gestión de Quintana.

Macri, que llegó al Gobierno prometiendo ser un Barack Obama, se está pareciendo cada vez más a un Donald Trump, que sólo confía en los que le venden espejitos de colores y no en los que quieren resetear el Gobierno para que ponga proa en una estrategia razonable. No se trata de un kirchnerismo de buenos modales, como dice el economista liberal José Luis Espert, sino de un populismo del siglo XXI, que fomenta la antipolítica para ganar tiempo, sin resolver ningún problema y creando decenas, a cada nuevo paso.