La UCR y la década del '70: "Cuando decíamos 'elecciones libres, sin proscripciones ni condicionamientos', se nos cagaban de risa"

El dirigente radical Federico Storani revisa las tensiones internas entre la JR, Balbín y Alfonsín en los años setenta, y la convivencia universitaria con Montoneros y la CNU. El crimen de Mor Roig y las instrucciones del "Comandante Pepe". Las amenazas de la Triple A y la propuesta del ERP para integrarlo a sus filas. Su "exilio interno"

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Federico Storani nació en Córdoba en 1950. A los 16 años fue a vivir a La Plata para inicios estudios de Derecho. Participó de la fundación de la Junta Coordinadora Nacional (JCN) del radicalismo y de Franja Morada (FM), en 1968, cuando la actividad política estaba prohibida. Fue presidente de la Federación Universitaria Argentina (FUA), diputado nacional, ministro del Interior y actual vicepresidente de la UCR.

—En la reconstrucción de los años '70, la UCR aparece como olvidada o indefinida, e incluso por momentos desaparecida. ¿Cómo podrías describir el rol del partido a lo largo de la década?

—Tendría que empezar por 1966. Al radicalismo lo golpea muy duramente el golpe contra Arturo Illia. Fue un golpe absurdo, injusto. Era un gobierno progresista en todos los aspectos. La caída fue producto de una conspiración que la sociedad en general vivió con muchísima indiferencia. Yo tenía 16 años, provenía de una familia muy politizada. Mi padre había sido parte de ese gobierno, como secretario de Energía y Combustible. A partir del golpe la militancia juvenil entró en un estado deliberativo. Éramos críticos de (Ricardo) Balbín porque conducía una UCR preparada como un gran aparato electoral, con un sistema de punteros, sobre todo en centros urbanos, un partido que servía como maquinaria electoral, pero que no representaba tanto a los sectores más populares y tampoco tenía una organización que fuese nexo entre el partido y las reivindicaciones específicas de cada sector. No lo tenía en la universidad ni con los trabajadores, ni siquiera con los sectores medios que esencialmente representaba. Y además el partido francamente no servía cuando se producía un hecho extraordinario como un golpe de estado. No tenía capacidad de reacción. Nosotros entendíamos que no sólo había que modernizar la estructura sino renovar las formas de militancia. Debatíamos las vías, los métodos, porque pensábamos… "si hacemos las cosas bien, como corresponde, los milicos nos cagan y dan el golpe de estado". Desde la propia Juventud Radical (JR) se empieza a plantear que hay que derrotar a los militares. Y algunos comenzaron a vincularse con lo que después fueron las primeras expresiones de la lucha armada, aunque no tuvieran una completa consustanciación ideológica con esas organizaciones, pero sí con la metodología que llevaban adelante para terminar con el ciclo histórico de interrupción de gobiernos constitucionales.

—¿Cómo era la relación interna entre el partido y la Juventud Radical?

—Franja Morada se convirtió en el brazo universitario de la JCN. Y la JCN se manejaba en forma independiente de la estructura partidaria. Nuestra relación con el Comité Nacional, dirigido por Balbín, era litigiosa, compleja, difícil. Nuestra inserción partidaria y territorial fue a partir de la fundación del Movimiento de Renovación y Cambio (MRyC) presidido por Raúl Alfonsín. Alfonsín hace una muy buena elección interna (en 1972) por la candidatura presidencial, fue una puja muy pareja con Balbín, que pierde, pero que nos animó a continuar el rol crítico al sistema de conducción partidaria.

—¿Y cómo eran las relaciones de la JR con el peronismo, sobre todo con sus expresiones juveniles?

—Al principio, en esa primera etapa, el peronismo no tenía un gran peso. Y aún menos en el ámbito universitario. Es un fenómeno posterior al nuestro. Sí existía un acercamiento para conformar un frente civil que resistiera las interrupciones constitucionales. Lo mismo a nivel sindical. Nosotros teníamos dirigentes en gremios de tradición radical -como ferroviarios, o bancarios- que se alinearon con la CGT de los Argentinos (CGTa) de Raimundo Ongaro. La vertiente de referencia era Agustín Tosco, de Luz y Fuerza de Córdoba, que tenía también una formación y un origen filo radical. Su secretario adjunto era militante radical, (Ramón) Contreras. Y uno de sus abogados era Hipólito Solari Yrigoyen, con el que teníamos una afinidad desde el punto de vista político-ideológico.

Storani en Bulgaria con Solari Yrigoyen
Storani en Bulgaria con Solari Yrigoyen

—…se habló de una fórmula Alfonsín-Tosco para competir con Balbín en la interna radical.

—Sí, pero fue posterior a esa interna. Se pensó una formula Alfonsín-Tosco para las elecciones presidenciales de 1973. Tosco era muy atractivo para Renovación y Cambio, y para nosotros como JCN. La idea era competir por afuera del radicalismo, como una suerte de ruptura progresista. Yo conservo una carta que me mandó Tosco desde la cárcel de Rawson, cuando era presidente de la FUA (Federación Universitaria Argentina), por las campañas de recaudación que hacíamos para los presos. Mario Abel Amaya era su abogado, e Hipólito Solari Yrigoyen fue uno de los fundadores de la Gremial de Abogados. Sergio Karakachoff era abogado del sindicato de frigoríficos. La UCR no estaba desaparecida en los '70, existía. Pero hay que tener en cuenta que el Comité Nacional tenía un sector muy acuerdista con los sectores más conservadores del peronismo, tanto a nivel sindical como político, encabezado por Enrique Vanoli. Y Vanoli tenía una influencia importante sobre Balbín, componían la Línea Nacional de la UCR, Vanoli, Troccoli, De la Rúa.

—¿No había una tensión interna subyacente entre el Movimiento de Renovación y Cambio y la idea republicana clásica del balbinismo? ¿O entre ese clima de ideas que unía a Tosco, el Mayo Francés y la CGT de los Argentinos, en el marco de un partido que había apoyado a la Revolución Libertadora en el golpe de 1955?

—La tensión existía. Nuestra crítica era que el radicalismo, hacía afuera, tenía un plateo muy republicanista-institucionalista, y había que volver más al fondo de las reivindicaciones sociales, al origen yrigoyenista, para recuperar esa fuerza transformadora. Desde ahí se gesta la idea del tercer movimiento histórico. Para decirlo con precisión, planteábamos la tercera etapa del movimiento nacional que, con respecto a los anteriores, le incorporaba el apego institucional, democrático y republicano, pero con un planteo transformador. Pero sí, esa tensión estaba en los debates, en la discusión ideológica. También estaba en nuestros documentos de formación.

—Ya pensando en los años '73-'74, ¿cómo se situaba la JCN frente a otros grupos juveniles y organizaciones armadas, y justamente qué representaba la lucha armada para los que participaban de la vida estudiantil?

—Tiene que ver con el debate que comenzó después del golpe '66. Algunos fueron tomando el camino de la lucha armada desde familias claramente radicales. Benito Urteaga (ERP) por ejemplo. Su papá era un importante dirigente radical. El propio Santucho (ERP) venía de familia radical, los Provenzano y tantos otros. Pero a nosotros nos hacía ruido Montoneros desde los orígenes. Nosotros estábamos anclados en un pensamiento laico, con menos influencia católica, y veíamos que muchos sectores que se incorporaban a esas incipientes organizaciones venían de esa juventud militantes católicas con fuerte influencia de la revista "Cristianismo y Revolución", no todos… Nosotros tuvimos un debate adentro muy importante donde planteamos que la lucha armada no era el camino. Tuvimos algunas formas de organización de autodefensa, pero lo otro era una forma de vanguardia alejada del planteo popular esencial. Entendíamos que terminaría como una provocación a los sectores más reaccionarios para producir luego una situación lamentablemente como se dio en la Argentina.

—¿En la Universidad ya existía el miedo por el infiltrado de la policía, de los servicios de inteligencia…?

—Comenzaba a haber miedo. Comenzaba a correrse la bola, "guarda", "cuidado". Lo propio de aquella época, los controles, las citas, los responsables de los grupos, todas esas cosas… O aparecía un comedido con un auto, que te quería sacar de un lugar y después terminabas complicado, porque lo paraba la policía, y te terminaban deteniendo a vos. Yo vivía en la Plata. No había terminado la carrera. Fui presidente del centro de estudiante de Derecho de La Plata y luego presidente de la Federación Universitaria argentina. Esto en el '74. Recorría el país, Córdoba, Rosario, en todos lados y teníamos relación con el Partido Socialista Popular, una relación que nos contiene políticamente para no tomar posiciones más radicalizadas.

—Tengo entendido que el ERP te ofreció incorporarte a la guerrilla con un puesto de jerarquía. ¿En qué circunstancia surgió ese ofrecimiento?

—Fue a partir de una amenaza de las Tres A. En un escrutinio estudiantil apareció en la boleta mi nombre y el de algunos otros con una cruz, firmado "AAA". No era una amenaza "pour la galerie". A los otros nombrados, (Rodolfo) Achem y (Carlos) Miguel, que formaban parte del gobierno en la Universidad, inmediatamente los mataron. Y el tercero de la lista era yo. Después tengo otro episodio en una reunión en Capital Federal. El auto que usamos apareció en la vereda de enfrente y con unas balas puestas en el capot. Los de la FUA, que estaban conmigo, no querían subir por miedo a que explotara al momento de ponerlo en marcha. En ese marco me contactó el PRT-ERP a través de una persona amiga, que había militado con nosotros. Me citaron en un departamento en el Congreso y ahí me ofrecen protección y lugar de jerarquía a cambio de que yo hiciera una declaración pública, que no podía seguir ejerciendo la función como miembro de FUA por la persecución. Se los agradecí y la rechacé. Les dije que estábamos en otro camino. Fue un procedimiento que también hicieron con Tosco, que termina protegido por el aparato del ERP, pero después no lo pudieron proteger más. Son situaciones muy difíciles de soportar cuando la persecución se hizo mucho más dura. En mi caso fue una decisión muy consciente e ideológica de que no era ése el camino.

—En septiembre de 1974 el gobierno de Isabel designó ministro de Educación a Oscar Ivanissevich e intervino las universidades. ¿Cómo fue el impacto en La Plata?

—Nos cayó mal el giro del ministerio de (Jorge) Taiana a Ivanissevich, que incidió en todas las universidades. Incidió en La Plata, en Buenos Aires, en Córdoba, donde la efervescencia y la militancia era fuertes. Nosotros habíamos tenido enfrentamientos con la CNU (Concentración Nacional Universitaria), que tenía un origen ideológicamente fascista, se inspiraba en un profesor de Latin y Griego, Carlos Di Sandro. No era una cosa improvisada, nostálgica, tipo Tacuara. Ellos tuvieron un enfrentamiento con nosotros, conmigo en particular. Tenían un anclaje importante en La Plata. Ya empezaban el proceso de infiltración al peronismo. El cántico era "Perón, Evita, la facultad limpita". Iban marchando en grupo, con un estilo muy fascista, arrancando los carteles de todas las organizaciones, de la izquierda peronista, la nuestra, de los comunistas, de todo el mundo. Y ahí se armó un tiroteo, interviene la Policía Federal, quedaron marcas de balas. La CNU tuvo algunos representantes en La Plata muy cercano al aparato sindical, (Patricio) Fernández Rivero por ejemplo. A (Martín) Salas, que era del CNU, lo mata un comando montonero. Salas era boletero del Cine 8. Montoneros cantaba "En La Plata hay un cine que le dieron el vuelto los comandos montoneros".

—¿En tu caso particular tenías un aparato de protección?

—Teníamos grupos de autodefensa. No íbamos hacer ninguna acción que pudiese ser entendida como ofensiva. Ni siquiera robar un camión y distribuir la mercadería para ganarse la simpatía de sectores populares. Era solamente para preservar nuestra seguridad cuando había actos, asambleas. Para no caer en lo que llamábamos 'desviaciones militaristas'. Los tipos que integraban el aparato de protección tenían que ser cuadros políticos muy formados, donde predominara la cuestión política y no la militar. Cuando había una situación muy compleja, incluso con cuadros montoneros, que los tuvimos, desplazábamos de distintos lugares esos aparatos de autodefensa para preservarnos, porque la tensión se cortaba con un hilo y el enfrentamiento ahí era con Montoneros, no con la CNU. Y era porque no querían respetar el veredicto de las urnas de los estudiantes.

—¿Cómo se inició el predominio de lo militar sobre lo político en esa convivencia juvenil y universitaria?

—La JUP (Juventud Universitaria Peronista), y Montoneros, comenzó con una contradicción. Nosotros vimos con Políticas Argentinas, como embrión de un frente popular que atravesara transversalmente todos los partidos: JR JUP, Juventud Socialista, Intransigente, Comunista. Hasta que ellos un día deciden, y lo comunican en el local de la calle Chile, que se someten a la dirección político militar de Montoneros. Dos grupos nos retiramos: los socialistas de (Guillermo) Estevez Boero y los radicales de la Coordinadora. Debe ser en el 74. Me acuerdo como si lo estuviera viendo a Dante Gullo cuando lo comunican, porque yo era representante de la JR ahí, y Gullo de la Juventud Peronista Regionales. Ellos decían que se había llegado a un momento, una etapa, en que había que aceptar el liderazgo de una situación político militar, y que eso implicaba absorber a las juventudes políticas argentinas. Nosotros salimos huyendo de esa concepción. A pesar de que veíamos la decadencia de la situación institucional, obviamente de las AAA, el lopezreguismo y todo lo demás, defendíamos la continuidad institucional.

—¿Cuál era tu lugar en la JCN y cuál era la relación de la JCN con Alfonsín?

—Podría decirse que yo era el "número 2", era el Secretario de Organización. El "número uno" era el 'Chagui' Cáceres, el Secretario General. Era una organización dividida en frentes de trabajo, estudiantiles. Nos reuníamos asiduamente con Alfonsín y hacíamos nuestros congresos y seminarios, con mucha influencia marxista.

—¿Por dónde entraba el marxismo en la Coordinadora?

—Por tomar nuevas ideas de la realidad mundial. No entraba por el lado de (Juan José) Hernández Arregui, que era una lectura casi obligada de la izquierda peronista. En nuestro caso, entraba por lo clásico del marxismo.

—¿Cómo impacta en el radicalismo el crimen del ex ministro del Interior, radical, Arturo Mor Roig por parte de Montoneros en julio de 1974?

—Lo recibimos mal. Porque si bien nosotros teníamos un cantito "Mor Roig traidor, Amaya luchador", en el año '72, porque Mor Roig rompió con la UCR para entrar como ministro de Lanusse….Sin embargo, nosotros teníamos relación con Montoneros. Íbamos a una casa donde había un montonero y un militante radical, oriundos de la misma ciudad, Chivilcoy, que vivían juntos. Y el militante nuestro le sacaba los casetes, los escuchábamos, y lo devolvía sin que el otro se diera cuenta. Y en esos casetes estaban las instrucciones del "Comandante Pepe" (por Mario Firmenich). Era una casa de militancia, de encuentro de las juventudes políticas argentina, nosotros infiltrábamos información y anticipábamos algunas cosas de Montoneros. Nosotros sabíamos que el tema era por la teoría de 'tirar un cadáver' en la supuesta mesa de negociación entre Balbín y Perón.

Raúl Alfonsín y Ricardo Balbín
Raúl Alfonsín y Ricardo Balbín

—¿Vos creés que no fue improvisado? Hay testimonios publicados que indican que vieron a Mor Roig almorzando en restaurante de San Justo, y lo mataron.

—El planteo fue una apretada para los radicales. Tirar un cadáver a la mesa de negociación que existía entre radicales y peronistas, la salida que se podía estar gestando para una sucesión. Perón buscaba una sucesión con Balbín, y se discutió en las propias filas nuestras. Alfonsín no estaba de acuerdo y nosotros, la Coordinadora, nos cuadramos con Alfonsín. Conforme a la información que nosotros teníamos, el atentado a Mor Roig fue un mensaje. "Les tiramos un muerto ahí, para que vean…". Y para advertirnos, amedrentarnos, para intimidarnos. Nos pareció una monstruosidad, aún cuando nosotros teníamos una consideración negativa de Mor Roig por su participación con Lanusse en momentos en que había detenidos radicales. Pero después que dejó la función, asesoraba a una fábrica, comía en un restaurante, era un blanco fácil…

—Leí un artículo tuyo en "La Opinión" de agosto de 1974, crítico con Montoneros por su ´sectarismo´, pero que postulabas la 'liberación nacional', 'antiimperialismo'. E incluso apoyabas las políticas universitarias del peronismo, antes de Ivanissevic pese a los 'errores de conducción'. Es decir, preferías defender lo que había y no promover procesos de ruptura. En vista a esto, ¿cuál era el proyecto político de la JR?

—Nuestro proyecto eran elecciones libres sin proscripciones ni condicionamientos. Y cuando lo decíamos en los congresos de FUA, los montoneros decían "ah, elecciones…" y se nos cagaban de risa, "democracia formal… pelotudos, burgueses". Los que venían del peronismo nos acusaban de "liberal-formal". Y los que venían del marxismo, de "democracia burguesa". Y nosotros decíamos que era inexorable llegar al poder por la vía democrática para poder hacer los planteos posteriores. Entendíamos que había resquicios por donde pelear la defensa institucional sin precipitar lo que muchos querían precipitar, que era la identificación más clara del enemigo. Esto surgía de las conversaciones con el militante montonero duro, que decía que era mejor si venía un golpe porque se identificaba claramente al enemigo, y se agudizan las contradicciones.

—Se decía en un contexto de debilidad institucional y en el que la represión ilegal, antes del golpe de Estado, era cada vez más fuerte.

—La represión ilegal era cada vez más fuerte. Nosotros teníamos cierto nivel de amparo en el radicalismo. Pero también tuvimos nuestras víctimas. Nosotros le dábamos la razón a Alfonsín: había que intentar por todos los medios encontrar resquicios institucionales que nos contuvieran y que permitieran avanzar lentamente hacia un proceso distinto. El clima era opresivo. La verdad es que cuando sobrevino el golpe, yo vi gente respirando con alivio porque suponían que iba a haber un ordenamiento, el monopolio de la represión, no habría tanto grupo que anduviera matando por su cuenta. Yo nunca compré esa idea, ni compramos la del Partido Comunista, que Videla era mejor que Pinochet, ni creíamos en el "influencismo" sobre sectores militares. Criticábamos duramente las posiciones del PC. Decíamos, estos tipos tenían un plan para hacer esto, además de toda la cuestión económica conducida por Martínez de Hoz. Hasta último momento defendimos la continuidad. Por eso decíamos, el de Isabel es un gobierno constitucional y no democrático. Y nos aferramos a los resquicios de institucionalidad, pero de ninguna manera pensábamos que si pasábamos a la clandestinidad y nos asociábamos con Montoneros y el ERP íbamos a ganarle al Ejército. Nos parecía delirante.

—Leí un comunicado de la JR, también de agosto de 1974, en el que denuncian "un plan represivo" y la responsabilidad del comisario Villar en ese plan, y le piden a (Antonio) Tróccoli, jefe de bloque en Diputados, una investigación parlamentaria. ¿Cómo reaccionaba el partido frente a este pedido de la JR? ¿Y qué percepción tenías sobre la Triple A?

—Teníamos una percepción bastante aproximada de lo que realmente fue. Pensábamos que era una organización gestada desde el poder por los sectores conservadores retardatarios y antidemocráticos del peronismo, que abarcaba una parte con el aparato sindical. Sabíamos de las relaciones de la CNU con sectores sindicales, los conocíamos con nombre y apellido, y la relación que existía con las fuerzas de seguridad, con los servicios de inteligencia. Le pedíamos al radicalismo que denunciara, que se anticipara. Nuestra suerte era variada. Nos daba bola la minoría, Alfonsín, Raúl Borrás, los más alineados por Renovación y Cambio. Balbín tuvo cosas contradictorias. Él estaba planteando una solución política cuando entra en crisis el gobierno de Isabel Perón. Intentó ayudar, tuvo gestos personales, saltar el muro de la casa de Gaspar Campos (en 1972) para ir a ver a Perón, lo vimos como hechos positivos. Intentó una solución institucional para evitar el golpe de Estado. Pero después, en la cortita, tenía contradicciones. Cuando lo matan a (ex senador Mario Abel) Amaya (en la dictadura militar) fue el "Changui" Cáceres y pidió velarlo en el comité nacional el partido y Balbín se lo niega; le dice, 'yo no pensaba como Amaya'. Y no nos dejó. Terminamos velando a Amaya en la funeraria de Liborio Pupilo, que era un puntero de Mataderos. Y la actitud de Alfonsín fue diametralmente opuesta. Viajó con el cadáver de Amaya para enterrarlo en Trelew, de donde era oriundo.

Mario Abel Amaya
Mario Abel Amaya

—¿Cómo reacciona el partido frente a otras muertes y desapariciones de dirigentes radicales durante la dictadura: Luis Aredez, Ángel Pisarello, Sergio Karakachoff?

—Ahí está la contradicción. Con Karakachoff, por ser de su ciudad, La Plata, y porque Sergio había sido compañero de estudios de su hijo Enrique Balbín, tuvo otra actitud. Karakachoff era mayor que nosotros, era abogado de trabajadores, lideraba naturalmente a la JCN de la provincia de Buenos Aires. Lo secuestraron del estudio de la calle 1 y lo mataron muy poco tiempo después cerca de Punta Lara con tiros de Itaka en la cara. La operación fue claramente militar. Lo mataron con Domingo Teruggi, eran socios en el estudio. Nosotros escondimos a la esposa de Karakachoff, zafamos por minutos, la metimos en la embajada de Venezuela. A partir de eso nosotros entendimos que era la "teoría de los puntos límites". Nos habían tocado el culo de tal manera no nos podíamos hacer los distraídos, y aunque fuera absolutamente desproporcionado y riesgoso, teníamos que hacer algo reivindicativo y público, a pesar del riesgo que se corría. Yo mismo hablé en los balcones de la casa radical en pleno centro La Plata, ante el féretro de Sergio Karakachoff. Había un clima de terror, pasaban los Falcon verde y tiraban tiros, etc. Hicimos un cortejo hasta el cementerio y nos acompañó Balbín. Nosotros jugábamos muy fuerte ahí, hicimos panfleteada, hicimos pintadas, la gente de Capital nos acompañó con los grupos que militaban con 'Coti' (Nosiglia), pintaron en los subtes por Karakachoff. Nosotros decíamos que era desproporcionado el riesgo, pero lo teníamos que hacer.

—¿Seguiste viviendo en La Plata en el último año de Isabel Perón y durante la dictadura?

—Después de las advertencias de la Triple A, lo de Achem y Miguel, las balas en el auto, se tomó la decisión que desapareciera, un exilio interno. Me fui a Mar del Plata, con la cobertura de un grupo de autodefensa. En ese momento, para que nos entrenáramos nos daban pistolas de madera, del mismo peso que una browning, para que tiráramos en distintas posiciones, siguiendo un manual de tiro austríaco. Si me venían a buscar, era preferible que me mataran en un tiroteo antes de que me levantaran y me tiraran a una zanja. Esa fue la decisión. Cambié mi aspecto, me saqué la barba, me peinaba a la gomina, y salía poco. Vivía con un muchacho que estaba todo el tiempo conmigo, y con otro grupo de gente que no conocía. Si yo caía no podía decir con quién estaba. Tenía los mismos códigos que podían tener otros, sólo que no actuábamos en la lucha armada. Duró un tiempo esto. Después me reincorporé, no volví a La Plata porque era extremadamente peligroso. Fui a Capital Federal.

Sergio Karakachoff
Sergio Karakachoff

—¿Mantuviste tu identidad?

—Sí. Sólo tuve otra identidad para salir del país cuando llevamos información a Amnistía Internacional e incluso hicimos un seminario de radicales en el exilio en Bulgaria, en una ciudad frente al Mar Negro. Era un seminario de análisis de la situación en la Argentina, y para ver cómo distribuiríamos el diario 'La República', que dirigía Solari Yrigoyen en el exilio. Él organizó el encuentro. Lo ingresábamos por correo diplomático de la embajada francesa, lo retirábamos acá y lo distribuíamos. Habrá sido en el '79 u '80, ahí salí y entré al país con otra identidad. Yo me manejaba con un perfil extremadamente bajo, no tenía laburo, la que trabajaba era mi mujer, que era docente de escuelas. La que paraba la olla era ella.

—¿Cuál fue el rol de la JCN como agrupación política durante la dictadura?

—Nosotros teníamos una máxima que decía, 'tenemos que dejar el periscopio afuera y miremos qué pasa'. El periscopio, porque había un tembladeral, había que preservarse y hacer reuniones de mantenimiento y control, ninguna otra cosa. Salvo cuando mataron a Karakachoff, que salimos para dar una prueba de vida y nos volvimos a meter. Eso era lo que hicimos durante un tiempo. Control y mantenimiento, hasta que la situación fuera aflojando.

—¿Cómo surgió el fenómeno de Alfonsín?

—Su disparador fue Malvinas. El 30 de marzo de 1982, movilizaciones populares encabezadas por Saúl Ubaldini, ´Pan Paz y Trabajo´, plazas llenas, muertos represión, detenidos. Dos días después, la misma plaza llena. De todos los dirigentes políticos argentinos, sólo uno dijo "esto está mal y lo vamos a pagar carísimo". Es Raúl Alfonsín. Y no toda la Coordinadora: sólo la de la provincia de Buenos Aires sacó un documento crítico. La otra parte de la Coordinadora temblequeó o estuvo de acuerdo, se comió el discurso de la mayoría. Después de la derrota, se produjo la decepción, desazón. Hicimos un acto en la Federación de Box al mes siguiente, calculando cuánta gente podría traer cada regional, porque todavía estaba prohibida la actividad política y cuando llegamos, desbordaba. No podíamos entrar. La gente entendió que el que dijo lo que había que decir fue Alfonsín, y lo dijo adelantándose a los acontecimientos, con coraje. A partir de ahí fue una bola de nieve que no cesó. Ya no tenía el discurso más estudiado, el estilo clásico radical, de la escuela balbinista. Fue teniendo su intuición, sus hallazgos, su cosa emotiva de conexión con el pueblo… hasta que llegó al Obelisco, con un millón de personas en la calle.

 
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