Donald Trump hace los gestos necesarios para demostrar que Mauricio Macri es su principal socio en la región, ante un escenario global que ya presupone una guerra comercial entre Estados Unidos y China. El presidente republicano abrió las puertas de la Casa Blanca al gobierno de Macri y su objetivo final es llegar a una asociación privilegiada entre ambos países. En este contexto bilateral, Trump y Macri dan las señales apropiadas: Washington apuntala el comercio exterior de la Argentina, mientras que la Casa Rosada evita que el G20 actúe como un tribunal ad hoc que juzga todas las decisiones clave del Salón Oval. Se trata de un inesperado rito diplomático que es observado con atención en la Unión Europea, Brasil y China.
La predisposición geopolítica de Trump y el sentido de la oportunidad de Macri tendrán su presentación en sociedad durante la Cumbre de las Américas que se hará en Lima, pese a la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski. En ese acontecimiento multilateral ambos presidentes empujaran un plan de acción sobre Venezuela que se prepara con urgencia y sigilo en el Departamento de Estado. El plan descarta la vía militar, se apoya en los países que integran el NAFTA, el G7 y el Mercosur, y propone la distribución de fondos públicos y privados para atenuar la crisis social y económica causada por el régimen de Nicolás Maduro.
El lunes de 19 de marzo, Luis Caputo recibió al secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, que había aterrizado en Buenos Aires para participar del G20 de Finanzas. Además de Mnuchin –un halcón republicano que produjo cine en Hollywood-, el ministro de Finanzas argentino recibió a colegas de México, Brasil, Canadá y Alemania. Caputo convocó a la cita por orden de Macri, que está preocupado por Venezuela y busca soluciones al caótico gobierno de Maduro. Trump coincide con las preocupaciones del presidente argentino –trataron el tema en su última conversación telefónica-, y le indicó a su secretario del Tesoro que se encuentre con Caputo y otros ministros de finanzas que ya estaban en Buenos Aires por el G20.
La reunión fue un hecho inédito en la agenda multilateral. Nunca había sucedido que el G20 de Finanzas fuera escenario de un cónclave para resolver la crisis de gobernabilidad de un país con alta inflación, profunda corrupción y una ola de exiliados y refugiados que impacta en la mayoría de los países de América Latina. Caputo, Mnuchin y los demás ministros de Finanzas acordaron establecer mecanismos legales que traben la fuga de dinero negro desde Venezuela y se dieron un plazo prudencial para diseñar un plan de sustento económico destinado a los miles de venezolanos que cruzaron la frontera y buscan una vida diferente en Colombia, México, Brasil y Argentina, entre otros países de la región.
Mientras Macri y Trump articulaban un programa específico para atender los distintos efectos sociales y económicos de la crisis venezolana, Nicolás Dujovne se movía con extrema cautela ante la ofensiva de Europa, Brasil y China que por esas horas litigaba contra la guerra comercial lanzada en Washington a través de la suba de aranceles del acero y el aluminio. En la inauguración del G20 de Finanzas, en un discurso ajustado a sus propias convicciones ideológicas, Macri había defendido a los organismos multilaterales, el libre comercio y la búsqueda de consensos para mejorar la gobernanza global, tres objetivos del G20 que chocan de frente con la guerra del acero y el aluminio anunciada por Trump en el Salón Oval.
Las definiciones del presidente argentino alentaban a un endurecimiento del discurso de Europa, China y el Mercosur, que defienden el libre comercio y cuestionan la estrategia proteccionista de la administración republicana. Es más: Dujovne en su bilateral con Mnuchin había insistido en proponer que Argentina quedara al margen de la suba de aranceles al acero y al aluminio.
En este contexto, con Argentina como país anfitrión y sus socios comerciales del Mercosur, la Unión Europea y China coincidiendo a favor del libre comercio, parecía lógico pensar que el comunicado final del G20 Finanzas dispusiera un párrafo cuestionando a Trump y su lema "America First". No sucedió: el documento final ni siquiera menciona el concepto de libre comercio, y fue asumido como un gesto de convivencia de la Casa Rosada a la Casa Blanca.
"El comercio internacional y la inversión son motores importantes del crecimiento, la productividad, la creación de empleo y el desarrollo. Reconocemos la necesidad de un mayor diálogo y acción. Estamos trabajando para fortalecer la contribución del comercio a nuestras economías", sostiene el comunicado del G20 Finanzas en su tramo más cercano al cuestionamiento de la suba aranceles ejecutada por Trump.
El Presidente de los Estados Unidos se empeña en crear caos geopolítico para modificar el orden mundial acorde a su particular perspectiva de la diplomacia y las relaciones económicas. Trump involucró en su guerra comercial contra China a la Argentina, provocando incertidumbre y la necesidad de empujar una ofensiva en Washington para excluir al país de las batallas que libra el magnate republicano. Finalmente, Trump anunció que Argentina será excluida por cinco semanas de la aplicación de aranceles, pero el asunto no está terminado.
La Casa Blanca pretende un quid pro quo: excluir a la Argentina de la guerra comercial a cambio de su apoyo a la iniciativa que se diseña en el Departamento de Estado para resolver la situación de Venezuela. Macri cree que es necesario un plan para atenuar las consecuencias del régimen de Maduro y ya lo ha conversado con Trump. Sin embargo, su límite es preciso: no apoyará nada que implique profundizar la difícil situación social de los venezolanos. Ni asonada militar, ni sanciones económicas que afecten aún más la vida en Venezuela.
Los límites de Macri son conocidos en Washington. Sin embargo, la diplomacia de Trump ahora está en manos de Mike Pompeo, un halcón republicano que llega desde la CIA y escucha tambores de guerra cada vez que piensa en la estabilidad política de Maduro. Trump y Pompeo no descartan una vía rápida, pero ese mecanismo pertenece al siglo XX y no tiene consenso en el Mercosur, la Unión Europea, China y Rusia.
Cuando Kuczynski debió renunciar a la Presidencia del Perú, y aún estaba en duda la Cumbre de las Américas, Washington inició una ronda de conversaciones de alto nivel para anunciar que respaldaba a Martín Vizcarra, sucesor del presidente peruano. El gesto de Trump tenía un objetivo esencial: preservar la convocatoria de la Cumbre, ya que durante sus deliberaciones pretende anunciar su plan para Venezuela. El Presidente de los Estados Unidos necesita un triunfo en la arena internacional y usar a Maduro como blanco móvil es un argumento fácil de entender para sus electores del rust belt.
Trump ya aprendió que la imagen de Estados Unidos no es prestigiosa en la región, y considera que Macri es el presidente con mayor consenso en América Latina. La suma de ambos factores ubican a Macri en el mejor lugar para liderar un programa venezolano diseñado en Washington y pulido por Argentina, Brasil, Colombia, México y Canadá. Ese programa tiene como finalidad sostener a los refugiados en la frontera colombiana, ayudar a los miles de venezolanos que huyeron al norte y al sur del continente, y ejecutar un mecanismo de control internacional que trabe el lavado de dinero negro perteneciente al régimen de Maduro.
Macri puede demostrar que funciona su relación institucional con Trump. Y la Casa Blanca –hasta ahora—no pidió una recompensa geopolítica que viole los términos históricos de la diplomacia argentina en tiempos democráticos. En Balcarce 50 asumen la volatilidad del presidente americano y apuestan a un modelo de relación bilateral que pueda balancear la imprevisibilidad de Trump.
Una tarea compleja, difícil de ejecutar: el Presidente de los Estados Unidos gobierna en su propio laberinto y jamás presta atención a los avisos de curva.
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